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ESTADOS UNIDOS Y LA LLAMADA DE LA HISTORIA

ESTADOS UNIDOS Y LA LLAMADA DE LA HISTORIA

Según el Presidente George Walker Bush: “Aceptamos la llamada de la historia para liberar a los pueblos oprimidos y hacer avanzar este mundo hacia la paz”. Esto comprende, para Estados Unidos, una meta a largo alcance:”el fin de la tiranía en el mundo”. Para ello, el grupo neoconservador que controla la Casa Blanca no escatima esfuerzos en asentar en cualquier lugar de este planeta su condición de gran potencia, recurriendo a la acción militar sin respetar el Derecho Internacional, como lo demostró con las agresiones a Irak y Afganistán. Es una cruzada de tintes religiosos que ataca enemigos declarados y potenciales por igual bajo el tamiz de sus exclusivos intereses geopolíticos y económicos, amparada en una lucha sin cuartel contra el terrorismo internacional, pero utilizando métodos muy similares para el logro de sus objetivos.
            La guerra preventiva, probada exitosamente por los sionistas de Israel contra sus vecinos árabes, es el recurso de primera mano de la política exterior yanqui. Para justificarla, el gobierno de Bush miente de modo descarado y reiterado a la opinión pública de su país y del resto del mundo, contando con el control o monopolización de la información por medio de las grandes cadenas noticiosas que tienen su sede en Estados Unidos, de modo que exista una uniformidad de criterio que haga dudar sobre la sinceridad y las verdaderas intenciones de su “adversario” de turno. Así, las armas de destrucción masiva que albergaba supuestamente Irak, a pesar de comprobarse que era una falsa información, sirvió para sojuzgar a dicho país y para apropiarse de sus yacimientos petrolíferos, en contubernio con sus aliados ingleses; sin embargo, un segmento de la población estadounidense sigue creyendo que la guerra ayuda al pueblo iraquí. Lo mismo está ocurriendo con Irán, sólo que esta vez el imperialismo yanqui ha tropezado con una muralla difícil de sortear, ya que los iraníes estarían dispuestos a dar la batalla por su soberanía, lo cual supone un serio dilema que Estados Unidos no podría resolver del mismo modo como en el caso iraquí o afgano. Esta confrontación con Irán representa para Estados Unidos el desconocimiento de su rol de potencia unipolar. Desde la implosión de la Unión Soviética, Estados Unidos no había tenido un enemigo ideológico como Irán y ello abre muchas interrogantes sobre el futuro global.
            Esto obliga a los halcones de Washington a plantearse la agresión militar como única fórmula efectiva para contener a Irán y a otros integrantes del “eje del mal”, manteniendo inalterable el orden internacional bajo su égida indiscutible. Por ello, el gobierno de Bush busca incrementar la eficiencia operativa de sus fuerzas armadas, revistiéndolas, además, de inmunidad diplomática a fin de eludir la justicia de los países donde actúen, como ocurre en Colombia. Igualmente ha dispuesto de un conjunto de bases militares esparcidas por todo el mundo que apuntan a objetivos estratégicos vitales, ubicados en el Golfo Pérsico y en el Amazonas, permitiéndose un grado de movilidad inmediata que le permita situar a sus tropas allí donde sea amenazada la seguridad nacional de Estados Unidos, esto es, el mundo entero. Si a esto le añadimos la intención iraní de crear una bolsa petrolera basada en el euro y no en el dólar estadounidense, lo cual repercutiría negativamente sobre la fortaleza de esta moneda, y el enorme déficit comercial que sufre Estados Unidos desde hace décadas; podríamos prever un desenlace catastrófico global que empujaría a estos halcones a declarar la guerra.

            Lo peligroso de dicha realidad es que el inquilino de la Casa Blanca está convencido de la justicia de sus acciones imperialistas, enmarcadas en el “destino manifiesto” que Dios le reservara a su nuevo pueblo escogido, Estados Unidos, siendo esto la expresión más acabada del fanatismo religioso que se ha adosado a la política en ese país. Todo esto podría hundir a su propia nación, acabando con su hegemonismo imperialista, al igual que trastocaría el planeta entero. En consecuencia, la llamada de la historia de la cual se ufana Bush no anticipa la paz, sino –orwellianemente- lo contrario: una guerra total.-          

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