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Homar_mandinga

¡SI QUEREMOS HACER REVOLUCIÓN (CON MAYÚSCULA), ACABEMOS CON LA “REVOLUCIÓN”!

¡SI QUEREMOS HACER REVOLUCIÓN (CON MAYÚSCULA), ACABEMOS CON LA “REVOLUCIÓN”!

Desde el momento en que Hugo Chávez planteara que la solución a todos los problemas e injusticias inherentes al capitalismo está en la construcción del socialismo revolucionario, se generó un auge respecto a la definición y características de ese socialismo del siglo veintiuno que nada tendría -en lo inmediato- nada que lo vinculara con aquel que se pretendió implementar en la extinta Unión Soviética y en las naciones bajo su órbita imperial. Desde entonces, muchísimas han sido las reflexiones, algunas críticas y propositivas, otras repetitivas, aunque en medio prevalecen más aquellas que pecan de inmediatismo y emotividad, haciéndose eco automático de lo dicho por el Presidente Chávez, sin ahondar mucho. De esta forma, en Venezuela se habla con entusiasmo singular de socialismo, revolución bolivariana o, simplemente, de proceso revolucionario, siendo una nota común que ahora existan empresas socialistas, instituciones públicas socialistas de todo tipo, frentes sociales socialistas y profesionales socialistas (aun cuando su instrucción sea diametralmente opuesta), lo que causa la impresión -a vuelo de pájaro- que el socialismo revolucionario es una realidad consolidada en la patria chica de Bolívar.

Sin embargo, al detallar dicha realidad salta a la vista que la misma todavía está saturada de antivalores y vicios que caracterizaron al régimen representativo administrado por los partidos políticos tradicionales, Ad y Copei, juntamente con las cúpulas empresariales, sindicales, católicas y militares. Esto último es lo que ha impedido -desde cualquier ángulo que se le analice- el avance, la organización y el ejercicio verdaderamente democrático de los sectores populares, los cuales han captado la esencia de lo que significa una revolución socialista; de ahí el porqué del apoyo electoral brindado a Chávez el 7 de octubre, triunfo éste que se le quiere escamotear al pueblo chavista por parte de las organizaciones partidistas que le postularon como candidato a la presidencia de la República.

Esto nos ubica ante dos situaciones absolutamente diferentes, aunque hermanadas por un mismo discurso: por una parte, una “revolución” institucionalizada o burocratizada que tiene en la dirigencia partidista y en quienes ejercen cargos de elección popular a sus exponentes más distintivos, incapaces de promover cambios efectivamente revolucionarios y socialistas, aun cuando se mantienen plegados a una aparente incondicionalidad al líder, Chávez; por otra parte, coexiste a su lado una revolución, con una escasez de teoría que la sustente y profundice, pero mejor compenetrada con los ideales de justicia social, igualdad y democracia participativa que siempre fueron banderas de lucha del pueblo venezolano. Entre ambas hay un forcejeo constante que es apaciguado por la voz del máximo líder (Chávez), lo que ha favorecido mayormente a quienes ocupan cargos gubernamentales y de dirección política, a pesar del amplio rechazo de las bases ante su franca ineficiencia, corrupción e hipocresía. Todo lo cual impone la necesidad de que estas mismas insurjan alguna vez de manera contundente, haciendo irreversible el proceso revolucionario bolivariano y deslastrándolo de aquellos elementos y patrones de conducta pertenecientes al pasado.

Un primer paso en esta dirección sería la multiplicación de las diferentes organizaciones que conformarían el poder popular, ejerciendo éste una contraloría social directa sobre la gestión de gobierno, con la capacidad de enfrentar sin titubeo alguno la demagogia populista, el burocratismo y el clientelismo político heredados de Ad y Copei, además de afianzar las condiciones legales y extralegales que permitan el cambio de estructura del Estado vigente. Para lograrlo, hará falta también la formación teórica de cuadros revolucionarios que asuman la vanguardia en todos los terrenos (incluso, el electoral), de modo que la revolución sea un acontecimiento permanente, desprovisto de dogmas y sectarismos que obstaculicen y estigmaticen la crítica y la autocrítica que podrían contribuir a un mayor avance revolucionario. Sin embargo, hay que advertir que ello no será nada posible mientras no se tenga la audacia de comprender que la revolución implica cambios más allá del simple voto o discurso, dejándose atrás el viejo modelo de sociedad en el cual nacimos y vivimos.-              

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