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ECOLOGÍA

CAPITALISMO Y DEUDA CLIMÁTICA

CAPITALISMO Y DEUDA CLIMÁTICA

La acelerada degradación global del medio ambiente constituye materia de primer orden del debate político que deben emprender todos los pueblos de la Tierra ante la voracidad de las diferentes corporaciones transnacionales que rigen el sistema capitalista. La comprensión de esta problemática tiene que asumirse, además, con criterios de urgencia, puesto que es más que evidente la alta incidencia de dicha voracidad capitalista en el agotamiento de las reservas hidrológicas del planeta, en la calidad deteriorada del aire y de los suelos, y en la sustentabilidad misma de toda la vida humana, vegetal y animal.


En tal sentido, hablando de los posibles futuros que ahora se le presentan a la humanidad, Andrés Lund Medina conjetura en su análisis «Cuestiones metodológicas para pensar los tiempos históricos», el cual abarca una serie de aspectos vitales que cualquier persona sensata podría percibir- que «todo parece indicar que si no le ponemos un freno a la enajenada Máquina productivista del capitalismo, ésta nos llevará al desastre ecológico (a una Nueva Era geológica sin humanos) y social (a una drástica reducción de la población), e incluso al fin de la civilización humana. Gracias a la enloquecida dinámica capitalista, está en juego el tiempo largo civilizatorio para humanizar el mundo social y emancipar del Capital a la humanidad».


Con esta comprensión y dotados con las herramientas legales y extralegales que pudieran servir para frenar el avance continuo de lo que se podría catalogar de ecocidio planetario, se debe traspasar la cotidianidad abrumadora impuesta por el capitalismo y así desentrañar las verdaderas causas de los fenómenos climáticos que afectan a la humanidad en general, ya que ésta se halla limitada respecto a ello, fragmentada en sectores con escasa o ninguna conexión entre sí, circunstancia que ha facilitado hasta ahora su dominio histórico.


De esta forma, la deuda climática que se les reclama a los principales países capitalistas desarrollados dejará de ser un asunto estrictamente reservado a ecologistas y otros especialistas, permitiendo establecer incluso los derechos de la Madre Tierra, como ya lo hiciera por la vía constitucional el Estado Plurinacional de Bolivia. De ahí que una propuesta contentiva de una visión integral sobre tan importante materia entra en conflicto directo con el capitalismo porque no sólo se refiere a lo estrictamente económico-financiero, sino que abarca también lo ético, lo cultural, lo étnico, lo ambiental, lo energético y, por supuesto, los modos de producción vigentes que han sostenido un sistema consumista devorador, basado en la creencia errada en relación con una aparente infinitud de recursos naturales. Esto nos sitúa ante una realidad que, inexcusablemente, tendrá que ramificarse mediante la construcción colectiva consciente de un nuevo modelo civilizatorio, sobre todo, cuando la crisis capitalista nos sitúa otra vez ante la perspectiva de nuevas guerras que, inevitablemente, ampliarán las cifras de contaminación, hambre y de pobreza, creando una crisis aun peor a la existente en el mundo.


En conformidad con este probabilidad sombría, en el artículo "Pluriverso: hacia horizontes postcapitalistas”, escrito por el economista y profesor universitario ecuatoriano Alberto Acosta, éste expone que “dicha crisis no es coyuntural ni manejable desde la institucionalidad existente. Es histórica y estructural, y exige una profunda reorganización de las relaciones tanto dentro, como entre las sociedades de todo el mundo, como también entre la Humanidad y el resto de la “Naturaleza”, de la cual formamos parte. Y eso implica, evidentemente, una reconstrucción institucional a escala mundial, algo inviable desde las actuales instituciones de alcance planetario e inclusive desde los estrechos márgenes estatales”.


Todos somos testigos de esta realidad inmediata y amenazante, pero de nada servirá reconocerlo si no hay el compromiso político suficiente para revertirla mediante cambios profundos que, a su vez, supongan cambios significativos en el estilo de vida de las naciones industrializadas capitalistas. Lo cual, de concretarse, ayudará a que las naciones más desfavorecidas o empobrecidas no prosigan en su empeño por alcanzar los mismos niveles de aquellas, dando lugar a la destrucción masiva de sus suelos y biodiversidad, la minería ilegal, la cría extensiva de ganado y la explotación maderera indiscriminada que inducen a la deforestación irracional de grandes extensiones de bosques. Lo que nos compromete, igualmente, a entablar una ardua cruzada política, cultural e ideológica liberadora que nos permita salvarnos y salvar el ambiente. -

 

 

LA “MAYOR AMENAZA” A LA LIBERTAD Y LA PROSPERIDAD MUNDIAL

LA “MAYOR AMENAZA” A LA LIBERTAD Y LA PROSPERIDAD MUNDIAL

 

Según reportes de medios de información, Myron Ebell, el personaje designado por Donald Trump para dirigir su equipo de transición de la Agencia de Protección Ambiental, afirmó que los activistas del clima y el medio ambiente son “la mayor amenaza para la libertad y la prosperidad en el mundo moderno”. Tal apreciación, en boca de un denegador tarifado del cambio climático, enuncia un común denominador del sistema capitalista global: la idea -antigua, por cierto- respecto a la expansión ilimitada del progreso humano a costa de los recursos finitos de la naturaleza, todo lo cual exige hacer caso omiso a cualquier advertencia en contrario; por lo que todo activista a favor de la preservación de la naturaleza que nos rodea será considerado enemigo del progreso y, por extensión, del bienestar que este originaría -por igual- para todos.
 
No importa que esta posición afecte la existencia equilibrada de fauna y flora, de suelos, de ríos y mares, o del aire que aún puede respirarse. Nada de esto importará en tanto los dueños del capital obtengan pingües ganancias y, en teoría, las «compartan» con los trabajadores que explotan a diario, quienes -gracias a la ideología dominante y al consumismo compulsivo que los enceguece y los convierte en esclavizados- terminan incrementando sus arcas, en un ciclo que muchos (de pensarlo) lo conciben como una fatalidad insalvable e inmodificable.
 
Esto apenas revela lo que sucede a manos de las grandes corporaciones transnacionales, cuya sed insaciable de ganancias, le imponen precio a todos los recursos naturales, así ello suponga financiar el asesinato de luchadores ecologistas, aborígenes y campesinos, como viene ocurriendo desde hace largo tiempo en diversas naciones de nuestra Abya Yala, siendo los casos de Berta Cáceres, en Honduras, y de Sabino Romero, en Venezuela, algunos de los más sonados. O forzar la construcción de obras, como las del oleoducto Dakota Access, que tratan de impedir activistas por el medioambiente y la tribu nativa estadounidense Sioux de la Reserva Standing Rock, que tienen el aval gubernamental sin atender a otras razones. En todos ellos se desconocen leyes y derechos ancestrales de los pueblos originarios y campesinos que defienden de la voracidad capitalista los territorios que ocupan, la mayoría de las veces contando con la complicidad de gobiernos corruptos y, en un menor grado, poco conscientes del grave daño que legitiman con sus medidas, impulsadas básicamente por un afán económico, aunque den y demanden garantías para proteger el ambiente.
 
Como lo plantea descarnadamente en su artículo “Cambio climático: el reloj del Juicio Final no se detiene”, el académico e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos y del Centro de Investigación y Docencia en Educación, de la Universidad Nacional de Costa Rica, Andrés Mora Ramírez, “ni el cambio climático es un ‘cuento chino’, ni tenemos el tiempo a nuestro favor para seguir postergando decisiones que serán determinantes para el futuro del planeta, para el equilibrio de sus ecosistemas y, más aún, para garantizar las posibilidades de supervivencia de nuestra especie”. Sin embargo, desde diversas instancias, muchos obvian la urgencia que todo esto reviste, exponiendo a una grave inminencia de extinción no solamente a la humanidad sino a todo género de vida sobre La Tierra; presentando y patrocinando la explotación sin restricciones de la naturaleza como la única ruta para salir de la crisis económica en que se halla el mundo en general.-

 

NUESTRO DERECHO A LA VIDA FRENTE A LA LÓGICA CAPITALISTA

NUESTRO DERECHO A LA VIDA FRENTE A LA LÓGICA CAPITALISTA

Todos defendemos nuestro derecho a la vida, pero apenas nos preocupamos por comprometernos en acciones orientadas a la protección de nuestra Madre Tierra, dejando que el porvenir de las futuras generaciones lo decida un grupo corrompido de empresarios y gobiernos, cuyo único interés es la obtención de grandes ganancias económicas a costa de la explotación irracional de la biodiversidad y demás recursos del medio ambiente; condenándonos, prácticamente, a una extinción total.

Se ha observado, través de todas las épocas, que los seres humanos sienten una fascinación especial en relación con la naturaleza en general, quizás la afirmación de un lazo atávico que nos hace rememorar los tiempos en que la humanidad era parte de un todo armonioso y no, como sucede en la actualidad, separada y, hasta, aislada del resto de seres vivos con los cuales debiéramos compartir este planeta aún maravilloso.

Sin embargo, nuestra conciencia es silenciada por la búsqueda siempre insatisfecha de un estado de bienestar material impuesto por la lógica capitalista. Así, incrementamos las altas tasas de ganancias de las grandes corporaciones transnacionales que controlan el sistema capitalista mundial, apenas reaccionando en contra de sus acciones depredadoras y destructoras, (tanto de recursos naturales como de los derechos ancestrales de los pueblos originarios); envueltos en un consumismo inducido que nos hace víctimas de una inconsciencia, si se quiere, suicida.

Por ello, haciendo caso a las advertencias proferidas a tiempo por científicos y ecologistas, tendríamos que interrogarnos si nuestro legado a las futuras generaciones será entonces la visión apocalíptica de un paisaje yermo, carente de todo vestigio de vida o, contrariamente, la posibilidad cierta de cambiar de raíz el modelo civilizatorio que nos ha tocado vivir, rescatando (hasta donde sea posible) la armonía perdida con nuestro entorno natural.

Hoy todos los seres humanos sufrimos los embates del cambio climático mientras la mayoría de los gobiernos -sobre todo, de las grandes potencias militares y económicas- sólo se preocupan por mantener y acrecentar su hegemonía, sin importarles las consecuencias de sus acciones. Despliegan arsenales nucleares y de otro tipo que, a la larga, aumentarán la contaminación de nuestros suelos, aguas y aire, aparte de las miles de muertes que causan, buscando re-configurar el mundo que conocemos a su medida e intereses geopolíticos, instigados por las grandes corporaciones transnacionales.

Frente a esta visión fatalista del planeta en las próximas décadas, de no hacerse algo con sentido de urgencia en favor de la preservación de la vida en general, tendríamos que hacer acopio de fuerzas y armarnos con esa cosmovisión magnífica (y escasamente entendida) de nuestros pueblos originarios, los únicos que han podido entender y defender la naturaleza desde mucho antes del surgimiento, la imposición y la expansión de la llamada "civilización occidental".-

LA DEUDA CLIMÁTICA Y LOS DERECHOS DE LA TIERRA

LA DEUDA CLIMÁTICA Y LOS DERECHOS DE LA TIERRA

El debate respecto a la degradación acelerada y, al parecer, inevitable de nuestro planeta ha pasado a ser materia de primer orden -junto a la preservación de la diversidad cultural gravemente amenazada y arrollada por la globalización capitalista neoliberal- lo cual es visto con malos ojos por quienes sólo piensan en satisfacer sus ambiciones económicas, arrastrando consigo a las naciones envueltas en extrema pobreza, pero ricas en recursos naturales estratégicos. Una razón más para que las grandes corporaciones transnacionales situadas en Estados Unidos, Canadá, Europa central y Japón establezcan una estrategia común que haga ver tal asunto como irrelevante o, por lo menos, minimizar sus efectos haciendo entender que todo forma parte de un sacrificio necesario para acceder a las bondades del desarrollo.

Sin embargo, dichas corporaciones no han podido frenar el reclamo que se extiende a todos los pueblos de la Tierra en demanda de un respeto estricto a la madre naturaleza. En tal sentido, las iniciativas adelantadas por Ecuador y Bolivia instituyendo por vía constitucional los derechos de la Tierra representan un avance significativo en lo que se relaciona con la lucha ambientalista y la defensa de los recursos naturales nacionales. En este caso, los derechos de la Tierra se convierten también en un asunto político trascendental que comienza a generar polémicas, encuentros y desencuentros sobre los cuales fijan su atención los poderes hegemónicos que aúpan la globalización capitalista, ya que comprenden que -de imponerse y extenderse la tesis de los derechos de la Tierra- se verían seriamente afectados sus intereses.

De allí que, ante la enorme e incuantificable deuda climática acumulada desde hace más de un siglo por las grandes potencias capitalistas, deba erigirse una visión integral que -inevitablemente- entrará en conflicto abierto con el capitalismo y no solamente en lo que corresponda a lo financiero y/o económico sino también en los demás órdenes de la vida social, incluyendo la necesidad de modificar radicalmente los modos de producción. Sobre todo, cuando ya muchas personas comienzan a sufrir los rigores del cambio climático y los embates de la naturaleza.

Ello nos confronta con la obligación de crear alternativas revolucionarias frente al sistema devastador del capitalismo, el cual no vislumbra la contingencia que los recursos naturales requeridos para mantener el actual estilo de vida, especialmente en las grandes capitales modernas y/o industrializadas -basado en un consumismo inducido, excesivo e irracional- se agoten eventualmente, poniendo en sombrío riesgo no únicamente a la especie humana sino a todo el planeta.-     

LA REVOLUCIÓN Y LA SOBRECARGA ECOLÓGICA DE LA TIERRA

LA REVOLUCIÓN Y LA SOBRECARGA ECOLÓGICA DE LA TIERRA

En un tipo de civilización como el nuestro, cuyos rasgos principales nos hacen víctimas del consumo exacerbado y de la irracional explotación de los bienes comunes de la naturaleza en función de las ilimitadas ganancias a obtener por las grandes corporaciones capitalistas, no resulta ilógico admitir que éste tendría que desaparecer históricamente, dejando tras de sí una estela de consecuencias y situaciones catastróficas sólo anticipadas por algunos estudiosos y cultores de la ciencia-ficción. Ahora ya son escasas las personas que defienden a ultranza este tipo de civilización (hecho a imagen y semejanza de los intereses capitalistas), con argumentos serios que rebatan la convicción extendida respecto a la necesidad urgente de otro mundo posible, libre de los paradigmas actuales. Así, mucha gente sabe y entiende que una gran parte de las causas del cambio climático tienen su origen en el modelo civilizatorio basado en el extractivismo desconsiderado de ingentes recursos naturales perecederos (principalmente, petróleo), la obsolescencia programada de muchos productos electrónicos y la satisfacción inducida -gracias a la manipulación mediática constante- de necesidades artificiales o superfluas que mantienen activo el ciclo de consumo. A este paso, sería necesario disponer del equivalente a dos o tres planetas Tierra para darle continuidad a este mismo modelo civilizatorio.

Tal como lo advierte el reconocido sociólogo argentino Atilio Borón, “las consecuencias de esta sobreexplotación de los bienes comunes son también ya claramente perceptibles: las cada vez más frecuentes guerras por los recursos (agua, petróleo, etcétera), masivas migraciones ocasionadas por la crisis ecológica, hambrunas, enfermedades y otras tragedias humanas, todas las cuales tienen un impacto desproporcionadamente grande sobre los pobres y sobre las naciones de la periferia del sistema capitalista”. Algo que ha influido, por ejemplo, en la deforestación indiscriminada de amplias extensiones de bosques y selvas tropicales en procura de la pasta de celulosa para fabricar papel, a lo cual se une el avance creciente de la actividad agrícola y ganadera, sin incluir la construcción de viviendas, lo que ha causado desequilibrios permanentes en el hábitat natural. Y todo ello para complacer y sostener los patrones de consumo, derivados o copiados de Estados Unidos, que tienden a arropar al mundo entero sin pensar en el destino final de la basura generada gracias a los mismos.

Por consiguiente, la sobrecarga ecológica de la Tierra sólo pudiera aliviarse si se produjera, primeramente, una toma de conciencia ecologista a escala planetaria, con inclusión de los gobiernos; luego, si se pusiera en marcha una verdadera revolución postcapitalista, profunda y extendida, que partiendo del ámbito individual abarcara todos los órdenes que le sirven de bases fundamentales al modelo civilizatorio contemporáneo. Además, es importante también la debida comprensión del peligro de extinción que nos asedia cada día de persistir la demencia depredadora del capitalismo, la cual debiera motivarnos a todos los seres humanos a vernos como una sola humanidad en vez de seguir separados por fronteras de cualquier índole; éste sería entonces el inicio y una plataforma esencial de esta revolución inexcusable.-    

EL SOCIALISMO Y LA EMANCIPACIÓN DE LA VIDA

EL SOCIALISMO Y LA EMANCIPACIÓN DE LA VIDA

         

          La construcción del socialismo como alternativa revolucionaria pasa por entender que es necesario violentar los paradigmas que han sustentado a la sociedad capitalista. Sin embargo, a pesar de la prédica anticapitalista, en muchos de quienes se proclaman socialistas sobrevive la creencia de que basta con impulsar algunas reformas siguiendo un hilo evolutivo o gradual que no afecta en lo profundo las diversas estructuras, en un maridaje contradictorio con el capitalismo, ignorando (o queriendo ignorar) que el socialismo vendría a ser la superación de la lucha de clases que siempre ha caracterizado a la sociedad capitalista. Esto, por supuesto, atraviesa por un proceso revolucionario en el cual las masas enajenadas, explotadas y excluidas tienen un rol de primer orden, siendo su inclusión, participación y protagonismo los rasgos esenciales del socialismo a construirse. Por lo tanto, quienes actúen en nombre del socialismo tendrán que deslastrarse inexcusablemente de las antiguas verdades implantadas por el capitalismo; sin ello, será ilusorio lograr esa conciencia revolucionaria tan necesaria para hacer realidad el socialismo.

 

            En la actualidad, el mundo entero sufre los estragos devastadores producidos por el sistema capitalista. Ya no es solo la explotación y la alienación sufridas por los trabajadores, sino también (y más importante aún) el grave deterioro ambiental presente a escala planetaria. De ahí que el socialismo revista esa posibilidad cierta de una emancipación integral de la vida, tal como lo han demandado distintos grupos y movimientos sociales, convencidos de su necesidad histórica ante la voracidad inagotable del capitalismo. Ello ha permitido una mejor identificación con el socialismo, ya que entre sus ideales está el de armonizar con la naturaleza, lo cual le otorga una visión ecologista de la cual carece precisamente el capitalismo, más afanado en la obtención de ganancias rápidas y seguras que en la preservación del medio ambiente y, por consiguiente, de la vida en general.

 

            Es por ello que el socialismo debiera más bien calificarse de humanismo, ya que está centrado en brindarle a los seres humanos todas las opciones de bienestar que puedan existir, pero sin afectar la integridad de otros y, menos, de la naturaleza que nos rodea. No obstante, el socialismo va más allá. A diferencia de lo que se creyó y practicó en países como la Unión Soviética, el socialismo está abierto al pluralismo democrático, a la participación popular y a la diversidad cultural en un grado tal que muchos lo enmarcan en una utopía (o distopía), como si tales fueran imposibles de alcanzar.

 

La revolución socialista se diferencia de la exclusión y el sectarismo. Es una revolución abierta a la participación y al protagonismo de los sectores populares, orientada hacia su propia redención, sin esquemas preestablecidos que, a la larga, resulten camisas de fuerza que frustrarían el anhelo libertario que siempre ha albergado la humanidad. Tampoco será aquella que busque institucionalizarse, frenando el dinamismo que debe caracterizarla en la construcción de una nueva civilización y una nueva sociedad. Es una revolución, por lo tanto, distinta a todas las conocidas por la historia humana. Es anticapitalista por excelencia. Herética y utopista, al mismo tiempo. Pero albergadora de un alto nivel de espiritualidad y humanismo.

 

El socialismo requiere verse como un modelo de sociedad deseable y posible, en pro de la emancipación integral de la humanidad y en completa armonía con el entorno natural que le rodea y sustenta. Pero esto entraña hacer acopio de una audacia creativa al plantearse la total sustitución de la actual sociedad capitalista, cuestión que requiere de un mayor acopio de aportes teóricos que se compaginen con la práctica en todos los ámbitos de la vida.

 Como lo refiriera el periodista y escritor argentino Luís Bilbao, “ser revolucionario hoy no implica lo mismo que en los últimos ocho años. Es el derrumbe de las instituciones de la sociedad capitalista lo que aturde, enfervoriza o atemoriza; empuja irresistiblemente hacia adelante, o frena en un mar de dudas”. Esto mismo es lo que hace posible la opción del socialismo, aún más que en el pasado, y tendrá grandes repercusiones en toda la civilización actual, haciendo insalvable al capitalismo. Esta tendencia se manifiesta incluso en la vieja Europa y se extiende casi al mismo ritmo en nuestra América, teniendo a Venezuela como su primer punto de partida. Así, el socialismo se ha revitalizado, con contenidos y matices nuevos; cada uno en respuesta a un problema estructural específico, sin que esto signifique una estandarización al estilo soviético. De este modo, el socialismo se convierte en una referencia permanente de lucha y, sobre todo, de defensa y emancipación de la vida.-   

 

 

EL AGUA, ¿BIEN PÚBLICO O MERCANCÍA PRIVATIZABLE?

EL AGUA, ¿BIEN PÚBLICO O MERCANCÍA PRIVATIZABLE?

               Aproximadamente unos 1.200 millones de personas tienen limitaciones respecto al servicio de agua potable a nivel mundial. Entre ellas, una cifra superior a los cien millones habita el continente americano. Una realidad inquietante si consideramos que únicamente un 2.5 % del total del agua existente en nuestro planeta sirve para el consumo humano. Más todavía si tomamos en cuenta que los mayores reservorios de agua dulce se hallan, precisamente, en este continente y cuyo control y privatización estaría ya en la mira de los grandes consorcios transnacionales, cuestión que -de darse- impediría el acceso equitativo de todos al agua potable y podría convertirse en el detonante de un conflicto bélico de dimensiones mundiales.

Ya Bolivia padeció días de tensión, muertes y conflictos a raíz de la exigencia de agrupaciones populares al Presidente Evo Morales para que frenara la privatización del vital líquido. Algo parecido se dio, tal vez no con el mismo impacto, en Argentina, México y otras naciones, cuyos gobiernos orbitaron (u orbitan) alrededor del neoliberalismo económico. Lo cierto es que el agua ha pasado a constituir una nueva mercancía a ser privatizada en función de los altos intereses de las transnacionales. De ahí que la elite gobernante estadounidense se haya trazado como meta el control de toda la Amazonia, amplia región que comprende a Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Guyana, Surinam y Venezuela, forjando la tesis de su internacionalización, debido a la incompetencia mostrada por estos gobiernos para proteger este importante pulmón vegetal. Es claro que Estados Unidos y sus asociados europeos prevén la situación de escasez de agua dulce que podría afectarles en las siguientes décadas. Para impedirlo, cuentan ya con una cabeza de playa establecida en Colombia a través del Plan Colombia o Patriota, supuestamente orientado a eliminar el tráfico de drogas. También se tiene previsto el control del Sistema Acuífero Guaraní (SAG), “un verdadero océano de agua potable subterráneo que tiene allí su principal punto de recarga", como lo determinara una investigación del Centro de Militares para la Democracia de Argentina. Adicionalmente, Estados Unidos dispone de una decena de bases militares que circundan la Amazonia, aparte de los planes militares diseñados para dominar nuestra América y a ser ejecutados por el Comando Sur.

La problemática del agua dulce afecta, incluso, a aquellos países que poseen gran cantidad de acuíferos, dado que muchas empresas transnacionales tienen un consumo excesivo e irresponsable que no es frenado por gobierno alguno, evitando la migración de las inversiones extranjeras en su territorio. A esto hay agregarle la desertificación en auge de los suelos y la destrucción de ecosistemas, lo que originará una menor producción de alimentos y aumento de enfermedades infecciosas. Esta perspectiva no es impedimento para que la Coca-Cola, por ejemplo, vaticine la posibilidad de obtener en muy breve tiempo mayores dividendos con la venta de agua embotellada -a un precio superior al de la gasolina en algunos países- que con sus bebidas gaseosas tradicionales.

Por ende, la privatización del agua, acción respaldada por el Banco Mundial, sitúa a los pueblos frente a un combate aún por librar. No hay que obviar que el creciente mercado del agua se está volviendo cada día más codiciado, librándose una lucha que apenas trasciende a la opinión pública. Sin embargo, se comenzó a generar una importante toma de conciencia que, simultáneamente a la formada por la lucha antiglobalizadora en el plano económico, social y político, se destaca en la defensa del agua y demás recursos naturales estratégicos. Esto ha permitido que se denuncien algunas estrategias del imperialismo yanqui, como la denominada Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica (IIRSA), un apéndice del ALCA que busca establecer mecanismos de coordinación entre el sector privado, los gobiernos y los entes financieros multilaterales, con unos “corredores de desarrollo” para los cuales la explotación del agua es una pieza fundamental.-

EL DETERIORO AMBIENTAL Y LA DEPREDACIÓN CAPITALISTA

La reproducción mecánica, considerada lógica y legítima por las elites gobernantes, de los viejos valores del sistema capitalista (propiedad privada, explotación indiscriminada de trabajadores y recursos naturales, maximización de la ganancia, libre empresa, competencia monopolística, corrupción y malversación de fondos del Estado, entre otros) vino a ser –para los países del mal denominado Tercer Mundo- una excesiva sangría de riquezas que posibilitó el desarrollo económico sostenido de Europa y Estados Unidos, en tanto que estos países se hundían cada vez en la pobreza y apenas se contentaban con la vana ilusión, inculcada por sus gobernantes, de superar algún día el subdesarrollo al cual parecían estar predestinados.
Todo ello desembocó en la instauración de un orden social excluyente que impuso el sacrificio de la vida en las aras de la mezquindad materialista, tanto así que no importó que nuestros pueblos aborígenes perecieran inmisericordemente en explotaciones agrícolas y mineras, con tal de satisfacer el afán lucrativo de las cortes y burguesías europeas. Menos aún que se esclavizara a los habitantes del África negra y se les negara hasta la condición de humanos. Para las grandes metrópolis capitalistas, la búsqueda vehemente de metales preciosos convirtió al continente americano en una inmensa bocamina de la cual se extraían día y noche toneladas de plata y oro que iban a parar a las arcas de las cortes de España y Portugal y, luego, a los comerciantes y prestamistas del resto de Europa. Con muy escasa diferencia, el proceso de explotación continuó una vez alcanzada la independencia política. Ahora se manifestaba en la monoproducción de algunos rubros específicos, como café, caucho, estaño o petróleo, que se nos devolvían manufacturados y a altos precios. En su obra “Las venas abiertas de América Latina”, Eduardo Galeano expone que “la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos”.
Este prolongado proceso de depredación capitalista afectó enormemente el delicado equilibrio ecológico de nuestras naciones dependientes, a tal punto que desaparecieron grandes extensiones de bosques y sabanas (con su flora y fauna únicas) para ensanchar la cría de ganado y la agricultura intensiva, dando por resultado un empobrecimiento acelerado de los suelos y una contaminación de las aguas. Una deuda ambiental, sin duda, que mantienen con los países de América, Asia y África las actuales potencias industrializadas. “El drama adquiere mayor significado –escribió Omar Luis Colmenárez en reportaje publicado en 1991 en el diario El Nacional, de Caracas- si se destaca, además, la relación que existe entre el endeudamiento crónico de estas naciones subdesarrolladas y los problemas ambientales que padecen”. Esto ha hecho que se incremente aún más el deterioro ambiental padecido y se privilegie la inversión extranjera en regiones como el Amazonas.
Lo que merma grandemente la posibilidad de proteger el medio ambiente en nuestras naciones es la implantación y expansión de un modelo de desarrollo consumista que erradica las tradiciones conservacionistas de nuestros ancestros y campesinos a cambio de paquetes tecnológicos que aumenten el nivel productivo agropecuario, sin importar cual sea su impacto ambiental. Hay, por lo tanto, un vínculo estrecho entre este deterioro ambiental y la depredación capitalista de que son víctimas las naciones tercermundistas.
De no atenderse esta situación creciente con criterios de emergencia en el plano político, obligando a las naciones industrializadas a reconocer la deuda ambiental que tienen con nuestros países, el panorama futuro se vislumbra desalentador y terrible. Mientras se ignore tal vinculación, la defensa del medio ambiente seguirá siendo una lucha romántica de grupos e individuos situados en la periferia de la sociedad cuando, contrariamente a ello, debiera comprometer a todo el conjunto social, ya que en la misma está implícita la continuidad saludable de la vida en La Tierra.-