Blogia
Homar_mandinga

TEMAS REVOLUCIONARIOS

EL INTERNACIONALISMO DE LA LUCHA GUERRILLERA VENEZOLANA

EL INTERNACIONALISMO DE LA LUCHA GUERRILLERA VENEZOLANA

 

Homar Garcés


El 9 de octubre de 1964, se ejecuta en Venezuela la Operación «Van Troi». Ésta es llevada a cabo por la Unidad Táctica de Combate (UTC) «Iván Barreto Miliani», perteneciente a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), formada por militantes de la Juventud Comunista de Venezuela (JCV), la cual procedió a la detención del Teniente Coronel de la aviación de EEUU, Michael Smolen, quien era el segundo agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) instalada en Venezuela. El propósito que los guiaba era hacer intercambio humanitario por Nguyen Van Troi, quien era parte de la resistencia del pueblo de Vietnam y fue encarcelado y sentenciado a muerte por enfrentarse a la agresión militar del imperialismo gringo, propósito que tuvo un primer efecto positivo al posponerse su fusilamiento por el régimen títere de Estados Unidos en la región asiática. El presidente Raúl Leoni fue presionado por la Casa Blanca, a tal punto que este accedió a que un enviado del Departamento de Estado le diera órdenes directas a su Ministro de Relaciones Interiores, Gonzalo Barrios, conformando un comando unificado con participación de la Dirección General de Relaciones Interiores, el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), la Dirección General de Policía (DIGEPOL) y la Policía Técnica Judicial (PTJ), en una clara subordinación de las autoridades al régimen gringo. El despliegue y cerco inmediato de estos cuerpos de seguridad del Estado en las áreas donde podría hallarse el agente de la CIA incidió en la decisión de la Unidad Táctica de Combate (UTC) de liberarlo a las 10:40 de la noche del 12 de octubre, en la Avenida Los Samanes de La Florida de Caracas. Liberado y ya hallándose este en suelo estadounidense, las autoridades yanquis le comunicaron al gobierno de Saigón que procediera a la ejecución de Van Troi, orden que se cumplió el 15 de octubre. 


Este hecho histórico revolucionario pudiera descalificarse como algo sin conexión con la lucha guerrillera emprendida en Venezuela o una acción propagandista sin repercusión alguna. Sin embargo, forma parte de ese espíritu internacionalista que impulsará a tantos patriotas a luchar contra el colonialismo español en nuestra América, entre ellos, dos venezolanos fundamentales como lo son Francisco de Miranda y Simón Bolívar, dispuestos a dirigir ejércitos sin distinción de origen para lograr la independencia de las patrias en que habitamos, como acaeció en la batalla de Ayacucho, con el General en Jefe Antonio José de Sucre y patriotas provenientes de casi todo nuestro hemisferio. Se vincula también con otras experiencias revolucionarias del continente, entre éstas la lucha de resistencia antiimperialista comandada por el General de Hombres Libres, Augusto César Sandino en las montañas de Nicaragua, a la cual se sumaran el salvadoreño Farabundo Martí y el venezolano Gustavo Machado. El precursor del marxismo en Venezuela, José Pío Tamayo, forma parte de los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba, junto a Julio Antonio Mella. Otro tanto se destaca al respecto con la participación del argentino Ernesto Guevara de la Serna, quien se integró a la lucha por la defensa del gobierno de Guatemala, presidido por el Coronel Jacobo Arbenz, y también lo hiciera al integrarse a la fuerza expedicionaria organizada por Fidel Castro Ruz en México para liberar a Cuba del despostimo del dictador Fulgencio Batista, sin limitarse al logro de este objetivo sino que se extiende a la lucha africana anticolonialista que tenía lugar en el Congo para, en años posteriores, terminar su vida combatiendo a las fuerzas imperialistas y lacayas en el territorio andino de Bolivia. También cabe mencionar, entre otros, a Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos, quien se integrara al Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), a Fernando Soto Rojas, como parte de la lucha de resistencia del Frente Democrático para la Liberación de Palestina y a Máximo Canales (o Paul del Río) y Alí Gómez García como combatientes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN); además de otros más que se sumaron a las filas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador.


La lucha guerrillera venezolana fue objeto de la solidaridad de gobiernos y partidos comunistas de varios continentes como contramedida a la hegemonía de Estados Unidos. No obstante, la mayor referencia que se hace de ésta es la aportada por Cuba, lo que motivó su expulsión de la Organización de Estados Americanos al detectarse un desembarco en playas venezolanas de un grupo de guerrilleros junto con internacionalistas y un lote de armas provenientes de esta isla del Caribe. Otras gestiones se hicieron en China y en algunas naciones de la Europa oriental. Esta solidaridad tuvo momentos en que dependía de con cuál parcialidad ideológica-teórica del socialismo revolucionario a nivel mundial se estuviera identificado, lo que se manifestó, de algún modo negativo, en el debate y la estrategia de las distintas facciones que se atribuían el mérito de conducir, con claridad ideológica, la lucha guerrillera y, en el campo semilegal, la protesta social. 


Está demás afirmar que la historia de la lucha guerrillera en Venezuela aún requiere de una reconstrucción comprensiva, analítica y reflexiva. Esto incluye el contexto internacional en que tiene lugar su auge y decadencia, unida de algún modo a los diversos acontecimientos que se producen en el marco de la llamada Guerra Fría entre los colosos hegemónicos de la URSS y Estados Unidos, sin obviar la pugna que sostienen los partidos comunistas en favor y en contra de las posiciones doctrinarias de Moscú y Beijing; además de la tesis insurreccional que irradia desde Cuba sobre el continente. Sin embargo, a pesar de todos estos elementos, salvo la dirección política y militar de la lucha guerrillera, no parecen tener un mayor impacto aguas abajo. Gran parte de la base guerrillera está más impregnada de un sentido nacionalista y patriótico (como lo ejemplifica la incorporación de militares de carrera) sumado al deseo de ver concretados los ideales democráticos que inspiraron el alzamiento popular del 23 de enero de 1958. De ahí que el Partido Comunista se haya opuesto, sin mucho argumento, a que el Che Guevara se integrara a la lucha armada; a pesar de la presencia de varios combatientes internacionalistas cubanos en algunos de los frentes guerrilleros, entre estos, quien llegara a ser años después el general de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, Arnaldo Ochoa.

LA AUTOGESTIÓN OBRERA Y LA TRANSFORMACIÓN REVOLUCIONARIA DEL CAPITALISMO

LA AUTOGESTIÓN OBRERA Y LA TRANSFORMACIÓN REVOLUCIONARIA DEL CAPITALISMO

Homar Garcés 

 

Ya nadie niega la conexión íntima de las relaciones sociales y el modo de producción generado por el sistema capitalista, lo que incide, en uno u otro modo, en la percepción que se tiene del mundo y, obviamente, del modelo de civilización en que se hallan viviendo las personas. Tampoco se podrá negar la existencia de los antagonismos sociales que dicho sistema produce, lo que se refleja en lo descrito al comienzo, tanto en el orden interno de cada nación como en el orden internacional entre naciones periféricas y centrales, con dominio de estas últimas; sin dejar de mencionar la situación de rivalidad entre éstas mismas por alcanzar la primacía absoluta a nivel global. Nada, al parecer, está bajo control. Las reglas elementales de la economía están siendo sacudidas por la desigualdad social que ésta engendrara, lo que afecta la percepción de los mismos capitalistas respecto al futuro. El desplazamiento de los flujos de capital de la economía productiva a la economía financiera ha incidido en la generación de tensiones sociales y económicas que terminan por expresarse y concretarse en posiciones políticas de carácter decididamente antidemocrático como paliativo ante la crisis sistémica y global que se sufre.

 

En el albor de la transformación económica que hará del capitalismo el sistema económico hegemónico a nivel global, cuando los avances científicos y tecnológicos auguraban una era de felicidad y de satisfacción material universal e infinita para la humanidad, el progreso y el desarrollo se convertirán en parte esencial de la utopía esperada. Algo que, con alguna variación presenta el Manifiesto Comunista, cuando plantea el establecimiento de “una asociación en que el libre desarrollo de cada uno será condición del libre desarrollo de todos”. La modernidad hegemónica que surgió de este episodio histórico en la Europa de hace poco más de trescientos años y que terminó por extenderse al resto de los continentes impuso la separación del ser humano respecto a la naturaleza y respecto a sí mismo mediante una serie de paradigmas jerárquicos, binarios y dicotómicos que han servido para justificar la dominación, la discriminación y la explotación de unos pocos sobre una amplia mayoría. Es lo que hicieron las naciones colonialistas, imperialistas y capitalistas de Europa, luego seguidas por Estados Unidos, en África, Asia y nuestra América; «en esa perspectiva -como lo resalta Ramiro Ávila Santamaría en su libro 'La Utopía del oprimido'- hubo dos enfoques claros: la historia del mundo era única y exclusivamente la historia de Europa (eurocentrismo), y la historia de Europa era la de las clases dominantes». Europa se inventa a sí misma como la “cuna de la civilización”, negando, degradando e invisiblizando la existencia de la historia, la religión y las culturas de los demás pueblos del mundo. Según Ávila Santamaría, en una manera violenta y traumática, «los indígenas acabaron por ser, en unos casos, pueblos que se encontraban en una especie de minoridad, que tendrían que ser mestizos y madurar aprendiendo de los europeos; en otros casos, pueblos sometidos que nunca podrían ser como los europeos». De esta realidad impuesta, emergerán el colonialismo y la colonialidad que, aún sin reconocerse su existencia entre quienes los sufren, tienen una honda influencia en el devenir histórico de nuestros pueblos.

 

La disparidad entre el crecimiento de la productividad (lo que asegura la tasa creciente de ganancias de los grandes grupos capitalistas) y el incremento que pudieran tener los salarios de la masa trabajadora constituye un enorme desafío por resolver para el sistema-mundo capitalista. En el mundo contemporáneo, tener un trabajo ya no equivale necesariamente al disfrute de un estándar de vida decente y/o aceptable, con el cual se puedan satisfacer todas las necesidades de una persona o familia. A estos factores se suma la sobreexplotación de los recursos más allá de la capacidad ecológica regenerativa de nuestro planeta, lo que expone a la humanidad y, con ella, a todo el conjunto de seres vivos, a un panorama de dimensiones catastróficas e inexorables; lo que ya comenzó a surtir sus efectos a nivel ecológico, social e individual, sin mucha preocupación de parte de quienes controlan gobiernos, mercados y capitales. 

 

Para muchos de los revolucionarios actuales, así como en los dos siglos pasados, la viabilidad de la autogestión obrera en las empresas sigue constituyendo un viejo anhelo de quienes proclaman un cambio estructural del modelo civilizatorio burgués-capitalista bajo el socialismo revolucionario. Esta democracia proletaria, de ser profundizada y ejercida al margen de la lógica del capitalismo, sería el germen de la sociedad de nuevo tipo, transformada radicalmente por las nuevas experiencias y organizaciones de poder popular que surgirían, ya con un carácter decididamente revolucionario. Para lograr este nivel, tendrá que diferenciarse sustancialmente de lo que ha sido la actuación clásica de las organizaciones sindicales, dado que su ámbito de acción tiene que apuntar a algo más que el incremento salarial y algunos beneficios socioeconómicos que, si bien ayudan a los trabajadores a sobrellevar su existencia material, no son trascendentes para la construcción de una sociedad de nuevo tipo, de carácter decididamente humanista, socialista o comunista, en vista que tales conquistas no cuestionan, en el fondo, la vigencia del sistema capitalista. No pueden simplemente repetir los mismos principios de la economía capitalista. La eficacia, los costes mínimos, la maximización, la optimización y la racionalidad funcional presentes en toda empresa capitalista (dirigidos al consumismo y no a la satisfacción de necesidades reales) no pueden regir, de la misma manera, lo que sería la autogestión obrera. Esto exige, adicionalmente, que haya una dirección unificada de la economía, que responda a una concepción cooperativa del bien común en lugar de los intereses egoístas de una minoría. Tendrá que resolver el dilema de la justicia distributiva a que se enfrenta todo gobierno, así como el equilibrio que debe existir entre el crecimiento y el consumo social.

 

La cosificación de los productos y relaciones humanas, gracias a la actividad económica del sistema capitalista globalizado, sumada al desarraigo de la democracia como concepción y práctica ideológica orientada a cimentar y ampliar la soberanía de los sectores populares, se ha extendido a la mayor parte de nuestro planeta. Se vive un creciente y alarmante desarraigo entre la gente respecto a los distintos valores que debieran guiar el orden social en general, lo que sería impensable de continuar privando la lógica capitalista en todas nuestras relaciones. Por ello, aunque parezca ilusorio, imposible y difícil, la autogestión obrera, vista como el germen de la transformación revolucionaria del capitalismo, desde una perspectiva absolutamente novedosa y humanista, es una de las opciones con que podría revertirse este proceso de degradación, autoritarismo y crisis que corroe el sistema capitalista mundial. 

 

LA DISYUNTIVA DE LA DEMOCRACIA: LA BRECHA ENTRE ESTADO Y PUEBLO

LA DISYUNTIVA DE LA DEMOCRACIA: LA BRECHA ENTRE ESTADO Y PUEBLO

Homar Garcés  
En El Proceso, obra escrita por Franz Kafka, uno de los personajes, refiriéndose al comportamiento observado en el guardián, discurre que “sea cual sea la impresión que nos cause, es un servidor de la ley y, como tal, escapa al juicio humano”. Con un punto de vista parecido, para muchos queda justificada la brecha que separa al ciudadano común del Estado y de los funcionarios que le dan vida, estableciendo una jerarquización (legal y legalizada) contra la cual resultaría inútil luchar, como se extrae de las diferentes experiencias históricas que se plantearon acabar con ella y que trataron de establecer, en su lugar, unas relaciones de poder horizontales que harían factible la vigencia total de la democracia. 
Como norma a seguir en toda sociedad democrática, el imperio del derecho debiera estar en la gente y en la naturaleza. En relación con este tema, en su obra «La Utopía del oprimido», Ramiro Ávila Santamaría explica que «la interpretación popular, la que hace la gente en la cotidianidad, y las formas de expresión de los derechos, son formas válidas y respetables de comprender la Constitución. La gente —individual y colectivamente— y las leyes de la naturaleza son fuentes de derecho. Las interpretaciones tendrán más autoridad en tanto sean fruto del sentir colectivo, del debate deliberativo y se encaminen a fortalecer el poder popular y la transformación social. La interpretación popular no es la única ni la mejor interpretación de la Constitución, como tampoco lo es la interpretación judicial, parlamentaria o de alguna agencia del Ejecutivo. Atrás de menos de una docena de jueces o varias centenas de parlamentarios hay millones de personas que cotidianamente ejercen sus derechos y los reclaman. Los parlamentarios pueden tener motivaciones a corto plazo y defender intereses de un grupo, al igual que los jueces y las cortes. Lo cierto es que cuando las decisiones tomadas por el poder, mediante una ley o sentencia, violan derechos, las personas pueden ignorar lo resuelto por el Estado. Por el contrario, el constitucionalismo del oprimido puede defender las actuaciones de los funcionarios públicos cuando promueven y protegen derechos. No es la competencia legal de los jueces o de los funcionarios estatales lo que se discute, sino su actual supremacía para interpretar y aplicar las normas». Según esta concepción, la cotidianidad colectiva y los reclamos de las luchas populares (en su justa acepción) son prácticas que pueden extenderse a las instituciones y al derecho. Esto se ha visto reflejado, de una forma muy particular, en nuestra América con el impulso y la aprobación de Constituciones y leyes que contemplan, como un elemento innovador destacado e insoslayable, la soberanía y la participación del pueblo; así como la garantía de los derechos de los pueblos originarios y afrodescendientes, y de la naturaleza, trascendiendo los marcos constitucionalistas tradicionales.

A pesar de la inexistencia de las estructuras necesarias para que la justicia y el constitucionalismo populares puedan manifestarse sin interferencias ni intereses de ningún tipo que minimicen y coarten sus acciones y determinaciones, es importante reconocer que éstas no deben obviarse, especialmente cuando se habla de la democracia y de la soberanía encarnadas en el pueblo. Sería un contrasentido que el poder constituido, representado en el Estado, se negara a aceptar como legítimas las demandas de los sectores populares, escudándose en razones y normas seguidas a través del tiempo, gran parte de las cuales fueron establecidas de manera prejuiciosa a favor de los intereses y la hegemonía de minorías dominantes. Al contrario de ello, sería el pueblo quien tenga la responsabilidad de que el Estado funcione de manera eficiente y transparente en vez de delegar tal responsabilidad en los gobiernos, la burocracia y los partidos políticos, los cuales suelen adoptar una conducta alejada de aquel, convertidos en reyezuelos que deciden e imponen cualquier cosa que no afecte su autoridad. Esto podrá constatarse mediante el ejercicio de una democracia deliberativa por parte de los sectores populares que, de profundizarse al calor de la protesta contra el orden vigente, daría origen a hechos constituyentes que lo modificarían amplia o parcialmente, ajustados a las necesidades y a las realidades que surjan en todo momento.

Los diversos movimientos sociales a nivel global han cuestionado las fallas del sistema liberal-burgués representativo, las injusticias y desigualdades derivadas de la estructura económica capitalista y las asimetrías causadas por la concepción neoliberal del desarrollo; temas a los que se agregan, entre otros, la emancipación femenina, la preservación de un ambiente sano y de la biodiversidad que en él se encuentre, los derechos ancestrales de los pueblos originarios y campesinos, la eliminación de cualquier forma de discriminación racial, la inclusión social de los inmigrantes, la soberanía alimentaria, el acceso a servicios públicos eficientes, la diversidad sexual, la educación inclusiva, la salud en igualdad para todos y el derecho de vivir en paz, sin amenazas ni conflictos extraterritoriales. Cada uno de ellos descubre la brecha existente entre el Estado y el pueblo. De esta manera, los movimientos sociales plantean nuevas realidades que deben tomarse en cuenta, a fin de ampliar y profundizar lo que se entiende por democracia; reduciéndose, en consecuencia, esa diferenciación y jerarquización existentes entre gobernantes y gobernados que le restan vigencia, haciendo de ella una aspiración permanente y, aparentemente, sólo posible en nuestra fecunda imaginación. 

LA BATALLA REVOLUCIONARIA CONTRA “DIOS”, EL CAPITALISMO Y EL ESTADO.

LA BATALLA REVOLUCIONARIA CONTRA “DIOS”, EL CAPITALISMO Y EL ESTADO.

 

Homar Garcés

La burguesía, como clase social emergente, ilustrada y poseedora de grandes capitales, es el grupo que le disputa la hegemonía a las teocracias y a las monarquías. Es ella la que pasa a encabezar las aspiraciones revolucionarias de libertad social antiestatal que se dan a conocer en Europa como preludio del final de la era medieval. Con la Revolución Francesa de 1789, la nueva clase burguesa propugna la concepción de un modelo de civilización con que se pretende superar las contradicciones, las injusticias y las opresiones que caracterizaron la historia humana desde la antigüedad más remota. Éstas, en la visión de algunos pensadores (enlazados de alguna forma con teóricos de la sociedad humana o, simplemente, filósofos como Platón, Tomás de Aquino, Tomás Moro o Jean Jacques Rousseau), eran algo más que una exigencia de mejora de las condiciones de vida moral y material en que se hallaba la mayoría de las personas. En muchos casos, las demandas de justicia social estaban acompañadas por otras de regeneración integral, con un retorno, si fuera factible, a una vida silvestre, que motivaron el desencadenamiento de otras experiencias revolucionarias, inspiradas en el legado francés, que produjeron ciertos cambios aunque no con la trascendencia y la novedad profunda que se esperaba de ellos. Así, a los ideales comunes de igualdad, libertad y fraternidad enarbolados históricamente por las masas oprimidas del mundo (que no pudieron concretar los regímenes liberal-burgueses, por muchas leyes o reformas aprobadas) vino a agregarse la alternativa de un orden social, político, económico y cultural completamente distinto al existente, lo que fue plasmado, principalmente, en las propuestas presentadas inicialmente por los socialistas utópicos, los comunistas y los anarquistas; cada una atacando lo que, desde sus puntos de vista, eran las causas fundamentales de los diversos desajustes e injusticias que minaban la libertad, la igualdad y la convivencia pacífica de los seres humanos.

A través de la historia, el Estado burgués liberal ha evidenciado una incapacidad manifiesta para propiciar, realmente, la emancipación integral de las clases desposeídas. Durante este proceso, en especial, desde las décadas finales del siglo pasado, la clase asalariada es quien sufre el impacto causado por la desregulación de la economía, la liberalización del comercio y de la industria y las privatizaciones de las empresas y servicios públicos controlados por el Estado. «La práctica -como lo exponen Raúl Zibechi y Decio Machado en su libro ’El Estado realmente existente. Del Estado de bienestar al Estado para el despojo’- demuestra que no se puede avanzar de forma sólida en la lucha contra la desigualdad sin transformar el modelo de acumulación capitalista e intervenir sobre las grandes fortunas acumuladas de forma violenta por parte de las élites locales generación tras generación». A la par de él, se encuentra la religión como refuerzo del estado de cosas existente, cuya enseñanza principal está dirigida a las clases explotadas y oprimidas para que acepten de una forma resignada la condición depauperada y subalterna en que se encuentren, con la esperanza de ascender a los cielos, una vez llegada su muerte.

Si se observa bien, de una manera desprejuiciada, los cambios profundos, estructurales y radicales que entrañan las exigencias populares a través del tiempo, se concluirá que ellas chocan, frontalmente, contra la ideología dominante, inculcada por los sectores gobernantes a través del control que tienen sobre la educación, la religión, la cultura, y los grandes medios de información y de entretenimiento, lo cual limita la adopción y la aplicación de medidas, de algún modo, revolucionarias, que hagan factibles tales cambios. La historia de nuestros países, desde los albores de la República hasta la actualidad, permite afirmar que la igualdad social no se corresponde, en la práctica, con una igualdad política ni con una igualdad jurídica (entendiéndola, por demás, como igualitaria entre ricos y pobres) y, menos, con una igualdad de tipo económico (mediante una distribución equitativa de la riqueza generada entre todos). La revolución que ello supone tendrá que ser, por tanto, radical y no centrada en un solo elemento; dejando brechas abiertas que faciliten el resurgimiento del viejo orden, pero esta vez con nuevos ropajes (incluso, dotado con un discurso en apariencia revolucionario). 

En un sistema-mundo donde la hipermercantilización, el hiperconsumo y la hipercientifización están siendo impulsados irracionalmente por un despotismo corporativo (ejercido por los dueños de las finanzas y de los grandes medios de producción que manejan el mercado mundial), la batalla revolucionaria contra “Dios” (comprendido como la religión que justifica el orden vigente) y el Estado burgués liberal ahora se extiende a dilucidar el fetichismo de las mercancías advertido en su época por Karl Marx, cuyo efecto en las personas les convierte en marionetas fáciles de manejar por los dueños del capital, exacerbando su narcisismo e individualismo a grados superlativos que rompen con cualquier noción ética y moral. 

Por eso, proponer un cambio de vida al margen de “Dios” y del Estado implica proponerse crear una nueva estructura conceptual respecto al sistema-mundo que ha conocido hasta ahora la humanidad. En éste deben incorporarse las teorías (y luchas) emancipatorias feministas, indigenistas, afrodescendientes, ecológicas, antiimperialistas y antirracistas que han germinado a lo largo de los últimos cien años, enriqueciendo la concepción de la Revolución por la cual dieran sus vidas tantos hombres y tantas mujeres, muchas veces sin mucha teorización, pero conscientes de la importancia del esfuerzo hecho. Todo lo anterior nos conducirá a la máxima expresión de la democracia (entendiéndola como el ejercicio efectivo y permanente de la soberanía por parte del pueblo organizado); sería, entonces, la negación de toda sujeción política, suprimiéndose, en consecuencia, la relación habitualmente aceptada de gobernantes/gobernados que es, igualmente, una relación de amos/esclavos o de dominación/servidumbre (aunque los términos hayan cambiado). Gracias a esta alteración profunda de las relaciones de poder, el ser humano podrá de libertad y convertirse, finalmente, en un ser humano socializado. 

 

 

LA AUTOCONCIENCIA FEMINISTA Y EL «PECADO» DE SER MUJER

LA AUTOCONCIENCIA FEMINISTA Y EL «PECADO» DE SER MUJER

 

Homar Garcés

El androcentrismo cultural (para otros, falocentrismo) está tan arraigado en nuestras sociedades que -generalmente- se acepta como algo totalmente correcto, natural y legítimo que no es preciso explicarlo, tan solo aceptarlo. Esto, a pesar de que las mujeres adquirieron, en los últimos cien años, más derechos que sus antecesoras, como el derecho a la educación, al divorcio, a participar en el escenario político, a una igualdad laboral y salarial, a ejercer cargos de autoridad en diferentes instituciones y a defenderse y a ser defendidas de la violencia machista. No obstante, aún se percibe a la mujer como guarda de la «santidad» del hogar, reproductora de la especie humana y objeto decorativo y sexual que el hombre exitoso puede mostrar a sus semejantes en todo momento; refrendado por el uso del apellido de su cónyuge, como marca de posesión, y la sentencia del mito bíblico del pecado original. El patriarcado se mantiene vigente, entonces, por medio de diversos sistemas de dominación y recursos simbólicos que lo exaltan, una cuestión importante que se hace imperioso develar para que la sociedad entera conozca cómo reducirlos y eliminarlos, en función de lograr un mayor nivel de libertad y de democracia, por igual, para todos. «Al igual que otras ideologías dominantes, -escribe Kate Millet en su obra «Política sexual»- tales como el racismo y el colonialismo, la sociedad patriarcal ejercería un control insuficiente, e incluso ineficaz, de no contar con el apoyo de la fuerza, que no solo constituye una medida de emergencia sino también un instrumento de intimidación constante». Esto se basa en los roles de género a los cuales son sometidos niños y niñas, estableciendo diferenciaciones que, a final de cuentas, imponen un sistema de dominación y de explotación que, fundamentalmente, privilegia al sexo masculino.

De esta forma, la arcaica idea del príncipe azul (repetida innumerables veces a través de telenovelas) «educa» a la mujer en la pasividad, la paciencia y la ilusión de encontrar, algún día, mágicamente, un varón apuesto dispuesto a acogerla y protegerla, a cambio de su amor, devoción, utilidad y complacencia, sin esperar reciprocidad alguna de quien debiera ser su compañero y no su amo o dios redentor. En todo caso, se produce lo que algunos estudiosos y estudiosas de este tema llaman plusvalía de la dignidad genérica, obtenida en cada interación de ambos sexos. Al respecto, cabe mencionar que existe cierta inconsistencia en cuanto a la enseñanza común que se le imparte a niños, niñas y adolescentes sobre el sexo, sin mayores alusiones a lo que es, o debería ser, el amor entre las parejas de todo tipo, algo que pasan por alto, incluso, aquellos que reclaman que se elimine la educación sexual por calificarla de pervertida e inconveniente para la formación de las generaciones futuras. Quizás haya en todos la convicción de que el amor no se puede cuantificar y, por lo tanto, no se podrá explicar racionalmente, quedando reducido simplemente a una especie de buena suerte para aquellas personas que están recíprocamente enamoradas.

La influencia de la industria del consumo, del cine y de los medios de comunicación de masas, a pesar de abrirse a la inclusión de la comunidad LGBTQ (para algunos, de un modo exagerado), se manifiesta en los patrones de conducta que deben seguir hombres y mujeres, los cuales asignan a éstas un papel cosmético, secundario y dependiente de su par masculino, de quien se espera que sea arrogante, decidido y capaz de realizar toda proeza física destacable, sea en un campo de batalla (real o ficticio) o en cualquier deporte, convertido en deidad o héroe para las multitudes; especialmente, para las mujeres. Algo que se deja traslucir (sin profundizar, puesto que no se trata de filosofar) en la versión cinematográfica «humanizada» de la muñeca Barbie.

Las luchas y las políticas feministas no tendrían, entonces, como único objetivo el reconocimiento y el mejoramiento de las condiciones en que viven, o podrían vivir, las mujeres y todas las personas disidentes de la heteronorma tradicional. Esto es algo que entronca la autoconciencia femenina con las demás luchas y políticas que se proponen producir cambios en el sistema-mundo prevaleciente. Para lograrlo, es vital comprender que la reproducción social no se basa solamente en el factor económico o político, como suele verse y entenderse, lo que hace necesario incluir un análisis más integral y completo que permita modificar estructuralmente este sistema-mundo en favor de todas las justas aspiraciones de la humanidad; de manera que se amplíen los horizontes de cada una de estas luchas y políticas. 

Por otra parte, se debe considerar que la rancia ideología de la desigualdad de sexos se expresa también en la violencia y la prostitución a que son sometidas muchas mujeres alrededor del mundo. Esta establece relaciones de subordinación y, hasta, de propiedad que se refuerzan mediante diversos mecanismos de ideologización, tales como los medios publicitarios y de entretenimiento, la religión y la instrucción (pública y privada), regidos normalmente por hombres. Todos éstos, juntos, contribuyen a impedir la autoconciencia feminista y a hacer permanente el «pecado» de ser mujer, prestadora , además, de servicios jamás remunerados en casa, aunque se viva en una sociedad nominalmente igualitaria. Tales elementos le dan una consistencia única a las luchas y las políticas feministas que exige una participación decidida de parte de los hombres, sin que por ello lleguen a sentirse disminuidos, desplazados y humillados, ya que su aporte a estas luchas y políticas crearán una perspectiva aún mejor de lo que es la humanidad en todo su conjunto.

 

EL APREMIO DE UNA DEMOCRACIA REAL Y DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

EL APREMIO DE UNA DEMOCRACIA REAL Y DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

Cuando se trata de analizar lo que ocurre en muchos países frente a la vigencia (para algunos, moribunda) del sistema capitalista se debe tener presente que este genera a lo interno de cada país una multiplicidad de resistencias populares que no encajan (ni debieran encajar, como generalmente se acostumbra) en una clasificación única o universal. Esta heterogeneidad de resistencias, vale afirmar, se ajusta a la realidad creada bajo el influjo del capitalismo neoliberal durante las últimas tres décadas, una realidad que, por otra parte, ha influido notablemente en el desplazamiento masivo de migrantes hacia las naciones más desarrolladas en búsqueda de oportunidades de una vida mejor, sin obviar el agotamiento acelerado de recursos naturales y el estallido de frecuentes protestas callejeras en muchos países frente a la sumisión y la complicidad mostrada por sus gobiernos respecto a los grupos hegemónicos capitalistas.

Esto ha desembocado en la generación y debate de diversas propuestas con que se pudieran resolver los problemas que agobian a un grueso porcentaje de la población mundial. Así, en la perspectiva de Noam Chomsky, «la única esperanza del ser humano de escapar de su extinción es a través de la construcción de una democracia real, en la que una ciudadanía bien informada participe plenamente en el debate del rumbo que han de mantener las políticas que se apliquen, y la acción directa». Este apremio comienza a ser entendido por los sectores populares, algunas veces sin disponer de una base teórica única y detallada con qué crear un nuevo modelo de lo que debiera ser la sociedad. No obstante, sus reclamos y sus iniciativas organizativas, tanto en lo económico como en lo social, definen su objetivo de cambiar de una manera radical el orden vigente, asumiendo al mismo tiempo una posición de mayor beligerancia en el ámbito político tradicional, como ocurre en varias partes de nuestra América desde algún tiempo atrás.

Por eso, visto el neoliberalismo económico como modo de poder, de dominación y desposesión se hace necesario oponer la conformación de redes económicas informales que, de algún modo, siendo gestadas desde abajo por los productores y consumidores, sean ajenas a la lógica y a las relaciones de producción capitalistas. Éstas suponen dar un paso importante en la dirección de acabar con la depredación de la naturaleza (vista equivocadamente como una fuente inagotable de recursos) y la explotación de quienes solo cuentan con su fuerza de trabajo para vivir, habitualmente sumidos en condiciones de sobrevivencia, sin los elementos materiales básicos que requieren; además de permitir crear espacios organizativos populares en los cuales prevalezca la práctica de una democracia participativa, protagónica y directa. Con esto último se impone la transformación estructural del Estado, orientada a lograr una mayor soberanía del pueblo en lugar de privilegiar los intereses de una minoría dominante, cuestión que sólo se plantea, superficialmente, para garantizar las inversiones e intereses de las grandes corporaciones transnacionales y de sus asociados locales.

Aunque no se crea posible, la humanidad estará obligada a construir alternativas que profundicen la práctica democrática. Junto con esta, es imperativo transformar de raíz las relaciones de producción, manteniendo el cuidado de no repetir la historia de explotación que hasta ahora ha caracterizado al sistema capitalista. La meta principal de todas estas alternativas no podría ser otro que la emancipación integral de todos. - 

REPLANTEAR EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO FRENTE AL CAOS CAPITALISTA

REPLANTEAR EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO FRENTE AL CAOS CAPITALISTA

Las posibilidades de construcción de una sociedad socialista como alternativa revolucionaria a la hegemonía del capitalismo siempre han sido combatidas acérrimamente por los sectores conservadores dominantes. Sin importar los costos que ello signifique en vidas humanas ni los medios legales e ilegales utilizados para lograr su supresión definitiva. Como ya aconteciera en Chile (con Salvador Allende), Nicaragua (al triunfo de la Revolución Sandinista) y Bolivia (con Evo Morales), manteniéndose un paréntesis aún abierto en los casos de Cuba y Venezuela, gracias al comportamiento obtuso de la clase gobernante gringa de querer cumplir -por encima de la lógica- con su auto atribuido- «destino manifiesto». Sin olvidar que en el cono sur de nuestra América se produjo una cadena de golpes de Estado que precipitaron persecuciones, encarcelamientos, torturas, ejecuciones y desapariciones forzosas de militantes de izquierda, en un proceso sistemático de exterminio total que, adicionalmente, contó con el beneplácito, el apoyo económico y la asesoría de los distintos gobiernos de Estados Unidos.

Esto no se diferencia mucho de lo ocurrido en Europa -consolidada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- cuando los sectores conservadores se ampararon bajo el nazismo y el fascismo como fórmulas de contención frente al auge de masas obreras y campesinas que, inspiradas en los ideales marxistas leninistas, esperaban darle un vuelco completo a las condiciones de explotación, de desigualdad y de miseria en que se hallaban sumidas. Todo este historial de crímenes de lesa humanidad no le ha servido a los sectores conservadores para alcanzar todavía la meta anhelada desde hace siglos. Como tampoco el vasto y continuo proceso de ideologización que, a través de la religión, la educación, la industria del entretenimiento, la moda y los medios de información masivos, entre otros elementos no menos importantes, contribuye a que gran parte de la gente perciba con sentido de fatalidad y de autoconvencimiento que el orden establecido es el mejor posible, por lo que cualquier intento por transformarlo radicalmente les resulta antihistórico y, por consiguiente, algo que redundará en mayores perjuicios que beneficios para la población en general.

Ahora que los avances tecnológicos en materia de comunicaciones le permiten a la humanidad enterarse de lo que ocurre en cualquier latitud de la Tierra de un modo directo e instantáneo, la lucha en contra de las propuestas socialistas revolucionarias abarca la difusión e imposición de falsas noticias, así como el régimen de George W. Bush hizo creer a muchos que el régimen de Iraq poseía armas de destrucción masiva, algunas de las cuales habrían sido utilizadas para masacrar a la población iraquí, por lo que se justificaba desatar una guerra que acabara con la situación allí creada. Esto mismo pero con herramientas de mayor sofisticación, tiende a ser parte esencial de la estrategia de desestabilización aplicada por Washington para garantizar su hegemonía unipolar, lo que crea dudas en cuanto a la veracidad de las noticias divulgadas a través de sus medios aunque algunos lleguen a aceptarlas como verdades inapelables, generándose así todo tipo de opiniones intolerantes que, en algunos casos, causarán hechos de violencia y muertes. Tal estrategia ayuda a que el caos y la posibilidad que éste pueda incrementarse en algún grado sirvan para que los ciudadanos opten por políticos que ofrezcan mayores controles y seguridad en vez de arriesgarse a revolucionar lo existente, llegando a sacrificar sus derechos a cambio de unas ofertas electorales abiertamente reaccionarias.

Aún con un enorme historial propagandístico en su contra, las múltiples condiciones contradictorias que abruman al mundo contemporáneo imponen la necesidad de reemplazar el modelo civilizatorio existente, lo que replantea echar mano a lo que, de una manera general, se deriva de los ideales socialistas revolucionarios; ahora con una visión más amplia y menos eurocentrista de lo que fue desde sus inicios al nutrirse en la actualidad de elementos pertenecientes a otros pueblos, culturas y grupos sociales. Más todavía cuando estos mismos pueblos, culturas y grupos sociales mantienen una lucha de resistencia prolongada en contra de la exclusión, la explotación, la desigualdad y la miseria a que han sido condenados desde siempre por el sistema capitalista, no importa cual sea el rostro con que éste pretenda presentarse. 

LA MUJER Y EL LARGO CAMINO HACIA SU EMANCIPACIÓN

LA MUJER Y EL LARGO CAMINO HACIA SU EMANCIPACIÓN

En el largo camino hacia su  emancipación, las mujeres han tenido que confrontar siempre el mito extendido de la superioridad que tendrían los hombres sobre ellas. «Superioridad» que es refrendada por distintos credos y tradiciones que no reconocen más que culpas y deberes de las mujeres, por lo que, en consecuencia, según esto, debieran solo dedicarse a la reproducción, a la atención de sus cónyuges y a los quehaceres domésticos. Esto también sirvió para que a la mujer se le negara por mucho tiempo la posibilidad de ser propietaria, de divorciarse, de votar o de acceder al sistema educativo formal, convertida así en una paria hasta avanzado el siglo XX. En la actualidad, al margen de varios de sus derechos alcanzados, muchas mujeres son víctimas de la  violencia doméstica, cuyos casos apenas logran ser condenados en los tribunales, muchas veces desestimados por algún tecnicismo legal, que no contribuyen a disminuir la cifra creciente de tal violencia y los feminicidios que se producen a escala mundial, en especial en algunos países de nuestra América.

En este marco, en su artículo "Patriarcado", Marcelo Colussi hace referencia al hecho que «propiedad privada, familia, dominación y patriarcado son elementos de un mismo conjunto. Es imposible -quimérico, podría agregarse- pretender establecer un orden cronológico en todo ello. Lo cierto es que, desde sus orígenes hasta la fecha, funcionan indisolublemente. El pensamiento dominante de una época, la ideología -también las religiones, con la importancia toral que han tenido y continúan teniendo en la actualidad en todos los asuntos que podrían llamarse sociales, o éticos-, certifican esta unión entre los elementos mencionados. Nuestras sociedades se basan indistinta e indisolublemente en todo eso. Por tanto propiedad privada, su defensa violenta (léase: guerras, entre otras cosas, represión de toda protesta social, de todo intento de cambio), y patriarcado son una misma cosa».

Tal aseveración iguala lo que generalmente es atacado de forma aislada, sin relacionarlo con otras situaciones que son generadas por la misma causa, cuestión que ha permitido, además, que cada una sea combatida de modo particular y sea aprovechada por los sectores dominantes para explotarla en su propio beneficio, haciendo creer a muchas que si son aceptadas es consecuencia de su vocación democrática y no de la lucha librada por las mujeres a favor de sus derechos. Sin embargo, aún se sigue ignorando (muy a propósito, dado el efecto subversivo que ello tendría) la ligazón o conexión existente entre dichos elementos, pese a que el cuestionamiento de uno conduciría inexorablemente al cuestionamiento de los otros; teniendo en puerta una revolución de mayor trascendencia.

Es por eso que la posición de los diferentes movimientos feministas no podría centrarse en la satisfacción de una sola demanda, teniendo que abarcar otros aspectos igualmente importantes en los planos políticos, económicos y sociales donde la condición femenina sigue estando en minusvalía, a pesar de los distintos códigos vigentes. Y esto pasa por desarraigar la cultura de sumisión en que ha crecido la mayoría de las mujeres, haciéndoles trabajadoras sin remuneración y objetos sexuales sin dignidad propia, reproduciéndose ésta, así, de un modo ininterrumpido, sirviendo -pese a sí mismas- de vehículos de transmisión de los paradigmas que las degradan. Algo que no deja de ser polémico pero que exige más que análisis someros, de manera que se perciba la emancipación de la mujer como parte esencial de la transformación estructural del tipo de civilización existente, dando espacio y posibilidades al logro de una emancipación integral -sin discriminación- para todas y todos.