LA REVOLUCIÓN DE LO REAL ALTERNATIVO
El siglo XXI representa un presente que no augura un futuro positivo. La tecnoutopía que muchos anticiparon como signo del progreso lineal de la humanidad ha servido, básicamente, para aislar a los seres humanos de sus congéneres, para anular su capacidad crítica y para envolverse en una realidad hedonista y consumista que atrofia su sentido de solidaridad y de lucha por un mejor nivel de bienestar colectivo y de armonía con el entorno natural. El mundo contemporáneo es un mundo regido por la lógica capitalista en su mayor expresión y eso es lo más peligroso a lo que se expone la humanidad, por mucho que no se quiera ver. «Una sociedad degradada por el capitalismo - asegura Vijay Prashad en "Diez tesis sobre marxismo y descolonización" - produce una vida social impregnada de atomización y alienación, desolación y miedo, rabia y odio, resentimiento y fracaso. Se trata de emociones desagradables que son moldeadas y promovidas por las industrias culturales (“tú también puedes tenerlo”), los establecimientos educativos (“la codicia es el motor principal”) y los neofascistas (“odia a los inmigrantes, a las minorías sexuales y a cualquiera que te niegue tus sueños”). El dominio de estas emociones en la sociedad es casi absoluto y el ascenso de los neofascistas se basa en este hecho. El significado se vacía, tal vez como resultado de una sociedad de espectáculos que ya se ha agotado». De esta manera conserva su vigencia el individualismo político occidental moderno, asentado tras la irrupción de la Revolución Francesa en 1789; algo que se ha extendido y estimulado en todo el planeta, gracias al auge imperialista y a las tecnologías de la informática que han puesto al día modas e ideas de cualquier signo, inyectando en las mentes de millares de personas la convicción de que sólo ellas importan y los demás que se las arreglen como puedan.
Todo esto representa un importante reto para los grupos revolucionarios, a quienes les corresponde inducir o crear entre los sectores populares la certeza de la posibilidad de realizar y de consolidar los cambios que se requieren para acceder realmente a una revolución y, en consecuencia, a un cambio radical del modelo civilizatorio contemporáneo. No sólo serán las condiciones objetivas las que harán posible esa certeza sino también (quizá de un modo más importante) las condiciones subjetivas, puesto que éstas tenderían a ser más permanentes e influirán en las acciones colectivas que tengan lugar en cualquier momento, correspondiéndole al pueblo consciente y organizado la toma de decisiones. Tal tarea requiere la disposición nunca acabada de encararse a un proceso de desaprendizajes y aprendizajes colectivos mediante el cual puedan determinarse los avances, los retrocesos y las debilidades que presente el proyecto revolucionario; cuestión enmarcada en lo que muchos nombran como crítica y autocrítica, pero que suelen asumir como algo negativo que les afecta personalmente, olvidando su compromiso de hacer la Revolución en todos los niveles, incluídos la conciencia y el comportamiento individuales. Es muy importante que esto ocurra, de forma que haya un deslinde ideológico respecto a lo existente o vigente y la Revolución que se aspira conseguir, lo que será producto, a su vez, de una guerra de ideas y de una guerra de emociones que clarifiquen el ideario adoptado, contrastándolo siempre con la realidad. Una cosa también son las consideraciones de empatía y esperanza que deben guiar las acciones de los revolucionarios, sin comportarse como enviados del cielo que tienen la verdad única e incuestionable, a quienes se les debe agradecer todo.
No hay que olvidar a los oportunistas que suelen aparecer en todo ambiente que ofrezca algún beneficio. «El oportunista es un enemigo de la Revolución y florece en todos los lugares donde no hay control popular», como les decía el Che Guevara a los miembros del Departamento de Seguridad del Estado el 18 de mayo de 1962, a quienes les advirtió igualmente sobre la conducta del contrarrevolucionario: «Contrarrevolucionario es aquel que lucha contra la Revolución, pero también es contrarrevolucionario el señor que, valido de su influencia, consigue una casa, que después consigue dos carros, que después viola el racionamiento, que después tiene todo lo que no tiene el pueblo, y que lo ostenta o no lo ostenta, pero lo tiene. Ése es un contrarrevolucionario, a ése sí hay que denunciarlo enseguida, y al que utiliza sus influencias buenas o malas para su provecho personal o de sus amistades, ese es un contrarrevolucionario y hay que perseguirlo, pero con saña, perseguirlo y aniquilarlo». Para muchos militantes de la Revolución esta es una línea que debiera cumplirse, dado el sistema de corrupción que suele presentarse en toda la administración pública, con escasas excepciones. Sin embargo, es otro elemento que poco se precisa, desentendiéndose inconscientemente de cuáles son sus orígenes, porque esto no constituye ninguna novedad, si revisamos nuestra historia desde antes de conseguirse la independencia del poder español. Y las razones serán las mismas que revelen y expliquen el funcionamiento del Estado y del capitalismo en nuestra América. He ahí la importancia suprema de las condiciones subjetivas, creándose una conciencia verdaderamente revolucionaria con que se pueda detectar a oportunistas y contrarrevolucionarios, evitando las desviaciones y las debilidades constantemente denunciadas desde las bases, aún de aquellas que no comulgan para nada con cualquier atisbo de revolución.
La combinación de la reflexión teórica y la experiencia práctica - necesaria e imprescindible - hará que este deslinde ideológico, la guerra de ideas y la guerra de emociones tengan resultados positivos. En su puesta en marcha, se requiere que la formación teórica y el debate se conviertan en elementos insoslayables de los distintos ámbitos políticos, económicos, sociales y culturales. Además, la organización de los sectores sociales revolucionarios tendrán por meta fundamental la conquista del poder constituido y no contentarse con simplemente delegar su soberanía en los dirigentes que asumirán la conducción del Estado. Como saldo de todas estas acciones para desplazar a las clases dominantes deben establecerse unos nuevos paradigmas que sirvan de soportes a la sociedad de nuevo tipo que surja por efecto de esta combinación efectiva de reflexión teórica y experiencia práctica que configura la Revolución popular, antiimperialista y anticapitalista.
En el largo camino hacia su emancipación, las mujeres han tenido que confrontar siempre el mito extendido de la superioridad que tendrían los hombres sobre ellas. «Superioridad» que es refrendada por distintos credos y tradiciones que no reconocen más que culpas y deberes de las mujeres, por lo que, en consecuencia, según esto, debieran solo dedicarse a la reproducción, a la atención de sus cónyuges y a los quehaceres domésticos. Esto también sirvió para que a la mujer se le negara por mucho tiempo la posibilidad de ser propietaria, de divorciarse, de votar o de acceder al sistema educativo formal, convertida así en una paria hasta avanzado el siglo XX. En la actualidad, al margen de varios de sus derechos alcanzados, muchas mujeres son víctimas de la violencia doméstica, cuyos casos apenas logran ser condenados en los tribunales, muchas veces desestimados por algún tecnicismo legal, que no contribuyen a disminuir la cifra creciente de tal violencia y los feminicidios que se producen a escala mundial, en especial en algunos países de nuestra América.
En este marco, en su artículo "Patriarcado", Marcelo Colussi hace referencia al hecho que «propiedad privada, familia, dominación y patriarcado son elementos de un mismo conjunto. Es imposible -quimérico, podría agregarse- pretender establecer un orden cronológico en todo ello. Lo cierto es que, desde sus orígenes hasta la fecha, funcionan indisolublemente. El pensamiento dominante de una época, la ideología -también las religiones, con la importancia toral que han tenido y continúan teniendo en la actualidad en todos los asuntos que podrían llamarse sociales, o éticos-, certifican esta unión entre los elementos mencionados. Nuestras sociedades se basan indistinta e indisolublemente en todo eso. Por tanto propiedad privada, su defensa violenta (léase: guerras, entre otras cosas, represión de toda protesta social, de todo intento de cambio), y patriarcado son una misma cosa».
Tal aseveración iguala lo que generalmente es atacado de forma aislada, sin relacionarlo con otras situaciones que son generadas por la misma causa, cuestión que ha permitido, además, que cada una sea combatida de modo particular y sea aprovechada por los sectores dominantes para explotarla en su propio beneficio, haciendo creer a muchas que si son aceptadas es consecuencia de su vocación democrática y no de la lucha librada por las mujeres a favor de sus derechos. Sin embargo, aún se sigue ignorando (muy a propósito, dado el efecto subversivo que ello tendría) la ligazón o conexión existente entre dichos elementos, pese a que el cuestionamiento de uno conduciría inexorablemente al cuestionamiento de los otros; teniendo en puerta una revolución de mayor trascendencia.
Es por eso que la posición de los diferentes movimientos feministas no podría centrarse en la satisfacción de una sola demanda, teniendo que abarcar otros aspectos igualmente importantes en los planos políticos, económicos y sociales donde la condición femenina sigue estando en minusvalía, a pesar de los distintos códigos vigentes. Y esto pasa por desarraigar la cultura de sumisión en que ha crecido la mayoría de las mujeres, haciéndoles trabajadoras sin remuneración y objetos sexuales sin dignidad propia, reproduciéndose ésta, así, de un modo ininterrumpido, sirviendo -pese a sí mismas- de vehículos de transmisión de los paradigmas que las degradan. Algo que no deja de ser polémico pero que exige más que análisis someros, de manera que se perciba la emancipación de la mujer como parte esencial de la transformación estructural del tipo de civilización existente, dando espacio y posibilidades al logro de una emancipación integral -sin discriminación- para todas y todos.