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TEMAS REVOLUCIONARIOS

REPLANTEAR EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO FRENTE AL CAOS CAPITALISTA

REPLANTEAR EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO FRENTE AL CAOS CAPITALISTA

 

Las posibilidades de construcción de una sociedad socialista como alternativa revolucionaria a la hegemonía del capitalismo siempre han sido combatidas acérrimamente por los sectores conservadores dominantes. Sin importar los costos que ello signifique en vidas humanas ni los medios legales e ilegales utilizados para lograr su supresión definitiva. Como ya aconteciera en Chile (con Salvador Allende), Nicaragua (al triunfo de la Revolución Sandinista) y Bolivia (con Evo Morales), manteniéndose un paréntesis aún abierto en los casos de Cuba y Venezuela, gracias al comportamiento obtuso de la clase gobernante gringa de querer cumplir -por encima de la lógica- con su auto atribuido- «destino manifiesto». Sin olvidar que en el cono sur de nuestra América se produjo una cadena de golpes de Estado que precipitaron persecuciones, encarcelamientos, torturas, ejecuciones y desapariciones forzosas de militantes de izquierda, en un proceso sistemático de exterminio total que, adicionalmente, contó con el beneplácito, el apoyo económico y la asesoría de los distintos gobiernos de Estados Unidos.
Esto no se diferencia mucho de lo ocurrido en Europa -consolidada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- cuando los sectores conservadores se ampararon bajo el nazismo y el fascismo como fórmulas de contención frente al auge de masas obreras y campesinas que, inspiradas en los ideales marxistas leninistas, esperaban darle un vuelco completo a las condiciones de explotación, de desigualdad y de miseria en que se hallaban sumidas. Todo este historial de crímenes de lesa humanidad no le ha servido a los sectores conservadores para alcanzar todavía la meta anhelada desde hace siglos. Como tampoco el vasto y continuo proceso de ideologización que, a través de la religión, la educación, la industria del entretenimiento, la moda y los medios de información masivos, entre otros elementos no menos importantes, contribuye a que gran parte de la gente perciba con sentido de fatalidad y de autoconvencimiento que el orden establecido es el mejor posible, por lo que cualquier intento por transformarlo radicalmente les resulta antihistórico y, por consiguiente, algo que redundará en mayores perjuicios que beneficios para la población en general.
Ahora que los avances tecnológicos en materia de comunicaciones le permiten a la humanidad enterarse de lo que ocurre en cualquier latitud de la Tierra de un modo directo e instantáneo, la lucha en contra de las propuestas socialistas revolucionarias abarca la difusión e imposición de falsas noticias, así como el régimen de George W. Bush hizo creer a muchos que el régimen de Iraq poseía armas de destrucción masiva, algunas de las cuales habrían sido utilizadas para masacrar a la población iraquí, por lo que se justificaba desatar una guerra que acabara con la situación allí creada. Esto mismo pero con herramientas de mayor sofisticación, tiende a ser parte esencial de la estrategia de desestabilización aplicada por Washington para garantizar su hegemonía unipolar, lo que crea dudas en cuanto a la veracidad de las noticias divulgadas a través de sus medios aunque algunos lleguen a aceptarlas como verdades inapelables, generándose así todo tipo de opiniones intolerantes que, en algunos casos, causarán hechos de violencia y muertes. Tal estrategia ayuda a que el caos y la posibilidad que éste pueda incrementarse en algún grado sirvan para que los ciudadanos opten por políticos que ofrezcan mayores controles y seguridad en vez de arriesgarse a revolucionar lo existente, llegando a sacrificar sus derechos a cambio de unas ofertas electorales abiertamente reaccionarias.
Aún con un enorme historial propagandístico en su contra, las múltiples condiciones contradictorias que abruman al mundo contemporáneo imponen la necesidad de reemplazar el modelo civilizatorio existente, lo que replantea echar mano a lo que, de una manera general, se deriva de los ideales socialistas revolucionarios; ahora con una visión más amplia y menos eurocentrista de lo que fue desde sus inicios al nutrirse en la actualidad de elementos pertenecientes a otros pueblos, culturas y grupos sociales. Más todavía cuando estos mismos pueblos, culturas y grupos sociales mantienen una lucha de resistencia prolongada en contra de la exclusión, la explotación, la desigualdad y la miseria a que han sido condenados desde siempre por el sistema capitalista, no importa cual sea el rostro con que éste pretenda presentarse. 

EMANCIPACIÓN SOCIAL, SOBERANÍA POPULAR Y TRANSFORMACIÓN DEL ESTADO

EMANCIPACIÓN SOCIAL, SOBERANÍA POPULAR Y TRANSFORMACIÓN  DEL ESTADO

Todo proyecto revolucionario que procure el logro de unos mayores niveles de democracia real y unos derechos más efectivos en beneficio del bienestar e intereses de las mayorías populares tendrá que contemplar entre sus proposiciones cardinales la emancipación social, la soberanía popular y la transformación estructural del Estado. De esta manera, la democracia podrá ser realmente integral, efectiva e invariable. Esto haría de la democracia el peldaño insoslayable que hará posible (sin ser una fantasía) el autogobierno de quienes son productores y consumidores, desmantelando el marco capitalista contemporáneo y, simultáneamente, lo que es y representa el Estado burgués liberal.

 

Siendo ello así, la autogestión e independencia de los sectores populares, tendría que basarse en una nueva concepción del mundo, diferente a la habitual, lo que exige una desideologización profunda, o cambio de conciencia, de parte de estos. Para lograrlo, es necesario que los mismos cotejen sus necesidades, formas organizativas e intereses con aquellos que constituyen las bases de legitimación de los sectores dominantes, lo que les permitirá acceder a un nuevo tipo de sociedad. Sin embargo, hay que acotar que no basta con realizar una simple permuta del discurso político si no se crean efectivamente las condiciones subjetivas y objetivas para que se produzca, ciertamente, una amplia revolución de carácter popular, por lo que no se puede descuidar, en tal sentido, la transformación de los medios y de las relaciones de producción.          

 

Como se sabe, la «libertad de comercio» y la acumulación originaria del capital fueron los principales elementos de destrucción de las redes comunales y del derecho consuetudinario que caracterizaron durante bastantes siglos a los pueblos originarios de cada continente, avasallados desde entonces por las potencias colonialistas e imperialistas europeas. Para el capitalismo, la existencia de la pequeña agricultura, de la industria doméstica y de la propiedad comunal representa un obstáculo a su expansión e intereses, por lo que -en la medida que las condiciones internas lo permitan- no escatima esfuerzos ni recursos para liquidar moral y físicamente a quienes lideran las luchas populares (como ocurre en México, Colombia y gran parte de nuestra América), buscando consolidar su hegemonía, implantando los postulados económicos neoliberales.

 

De ahí que también vea con poca simpatía el surgimiento y la vigencia de organizaciones populares de base que luchen contra la explotación, la injusticia y la desigualdad que el mismo genera y simboliza, entre las cuales se incluyen las cooperativas, las cajas de ahorros, los consejos comunales, las ligas campesinas, los consejos de trabajadores y los sindicatos, cada uno de ellos apuntando al derecho de autodeterminación de los trabajadores y, de manera general, de los sectores populares. Por consiguiente, su masificación e influencia atentarían contra el predominio del sistema capitalista como nervio rector que es del modelo de civilización vigente. La suma de tales organizaciones constituiría, sin duda, la conformación de un amplio movimiento de transformación, lo que sería el punto de partida de una revolución en todos los órdenes en la cual, alegamos, una vez más, sean sus bases fundamentales la emancipación social, la soberanía popular y la transformación estructural del Estado. -

 

EL PAPEL DE JOB NO CUADRA CON EL DE UN REVOLUCIONARIO

EL PAPEL DE JOB NO CUADRA CON EL DE UN REVOLUCIONARIO

Entre los dogmas revolucionarios heredados del pensamiento eurocentrista se halla el creer, casi como un acto ciego de fe, que la historia fluye de un modo determinado y, además, autónomo de la voluntad de las personas. Esto hizo que muchos cuestionaran las iniciativas y los aportes teóricos de quienes, como José Carlos Mariátegui, Antonio Gramsci o Ernesto Che Guevara, se apartaran de la ortodoxia soviética y renovaran (o recuperaran) los conceptos primordiales expuestos por Carlos Marx y Federico Engels; consiguiendo una fisonomía propia, en algunos casos, como ocurriera en el amplio territorio de nuestra América, con el añadido de elementos provenientes de la historia de luchas y de la cosmogonía ancestral de nuestros pueblos mestizos. Gracias a ello, la noción de revolución adquirió de este lado del Atlántico una cualidad más integral que aquella gestada o percibida en Europa; sin negar la variedad característica de los movimientos populares (o sociales) adheridos a ella, con el protagonismo de un sujeto histórico diversificado, más complejo y distinto al postulado desde siempre por los marxistas-leninistas.  

Como bien lo señalara la Segunda Declaración de La Habana, en febrero de 1962: "El deber de todo revolucionario es hacer la Revolución. Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse a la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. El papel de Job no cuadra con el de un revolucionario". Basados en esta categórica afirmación, no cabría imaginar que un revolucionario sencillamente se pondría a esperar a que las condiciones subjetivas y objetivas maduraran en un cien por ciento para producir, en consecuencia, la revolución política, social, cultural y económica que se requiere para transformar radicalmente el actual modelo de sociedad regido por la lógica capitalista. Tampoco sería admisible que, en nombre de tal revolución, quienes accedan al poder constituido se limiten a autocomplacerse con los privilegios que éste les otorga mientras la población espera compartir un destino mejor que el del presente, sin contribuir efectivamente al logro de los cambios estructurales prometidos.              

Para muchos, todavía es una fantasía suponer que bajo el socialismo revolucionario pueda producirse, eventualmente, la desaparición de las relaciones de poder, de las relaciones mercantiles y, principalmente, del dinero. Sobre todo, a la luz de lo acontecido en las últimas décadas en lo que fuera la Unión Soviética, así como en China y Vietnam. Esto refuerza, de una forma u otra, la sempiterna tesis capitalista que postula el derecho a la propiedad privada de los grandes medios de producción como intrínseco al sostenimiento de la democracia y, subsiguientemente, como única garantía de su vigencia.  Bajo su influjo, no pocos de los autodenominados revolucionarios de la actualidad proclaman la necesidad de concederle vida al capitalismo, recurriendo a las viejas fórmulas reformistas de una redistribución algo más equilibrada de las riquezas generadas entre todos (empresarios, trabajadores y consumidores), pero sin mucho ánimo para emprender su total transformación, lo que equivaldría a desprenderse definitivamente del estatus de vida disfrutado.

Lo que comúnmente se pasa por alto es el hecho que una revolución -si busca o pretende ser radical y verdadera- puede perderse y negarse a sí misma a través del ejercicio del poder; fundamentalmente, al excluirse la participación y el protagonismo de los sectores populares revolucionarios organizados. “Una revolución en marcha -como lo determinara Rodolfo González Pacheco a mediados del siglo pasado- no puede ser juzgada desde la inmovilidad de una teoría política”. Bajo esta premisa, habría que tomar en cuenta que la reacción de los sectores populares en contra de una realidad considerada injusta, no responde, generalmente, a un programa revolucionario preestablecido. Son las circunstancias las que marcan la necesidad de definir y explicar lo que está aconteciendo y hacia dónde podría encauzarse finalmente, a fin de consolidar y desarrollar la revolución; lo que no significa que a ésta se le coloque una camisa de fuerza, forzándola a marchar del mismo modo que lo escrito por los ideólogos. En el caso de nuestra América, esta situación se repite constantemente desde 1810 cuando las antiguas colonias españolas proclamaran su independencia política, envolviéndose en debates y guerras civiles muchas veces estériles que dejaban al margen las aspiraciones primordiales del pueblo y se concentraban en la satisfacción de los intereses de las clases dominantes. Esto no impide que los revolucionarios deban esperar pacientemente que todo les caiga del cielo y no se afanen por crear las condiciones objetivas y subjetivas que abran paso, definitivamente, a la revolución que impulsan, ejerciendo constantemente la crítica y la autocrítica, de modo que el pluralismo sea uno de sus elementos constitutivos. - 

 

LA TOMA DEL PODER ESTATAL Y EL SUJETO HISTÓRICO

LA TOMA DEL PODER ESTATAL Y EL SUJETO HISTÓRICO

 

Desde finales del siglo pasado se han visto y experimentado diversos cambios en el ámbito político que desafían el sentido y los procedimientos existentes en el pasado, con unas estructuras de Estado concebidas para legitimar la hegemonía de sectores minoritarios (normalmente económicos) y unas relaciones de poder que excluyen a la mayoría, segregada de acuerdo a la edad, sexo, condición social, credo y origen étnico, entre otros elementos. Sin embargo, pese a su contundencia y a su inminente arraigo, muchos de estos cambios sufren el embate de quienes ejercen el poder, incluso de aquellos que predican un discurso aparentemente revolucionario y/o innovador sin proponerse llevarlo a cabo, menos a profundizarlo, en beneficio del interés colectivo. Los muchos movimientos sociales y/o populares que irrumpieran contra la burocracia soviética en la Europa del Este, lo mismo que aquellos que se deslumbraran con las ofertas engañosas del neoliberalismo económico (especialmente en las naciones de nuestra América), tienen en común la exigencia de un papel más visible y, en alguna escala mínima, de un protagonismo en los asuntos de Estado; lo que incidió en la búsqueda de una mejor definición de cuál sería el nuevo sujeto histórico llamado a transformar el modelo de sociedad imperante.

La democracia evolucionó a un nivel mayor. Ya no se denominaría representativa sino participativa, siendo ello una consecuencia directa del discurso de izquierda, no obstante el colapso de la URSS y la campaña de descrédito sobre el socialismo revolucionario que se extendió a partir de ese momento hasta compartir la afirmación de Francis Fukuyama respecto al fin de la historia y al triunfo del sistema capitalista. De este lado del planeta, fue usual que se consagrara la democracia participativa y protagónica como un logro revolucionario supremo mediante la cual los sectores populares subyugados, excluidos y explotados podrían asumir la construcción compartida de su propio destino, eliminando todo aquello que sólo favorecía a las minorías gobernantes.               

En esta perspectiva, el nuevo sujeto histórico que comenzó a delinearse y a luchar desde diferentes trincheras, muchos teóricos coinciden en que éste comprende un sujeto transversal e, incluso, multifactorial. No al modo habitual como lo conciben los militantes de izquierda, determinándolo -como clase social antagónica de la burguesía- en los trabajadores asalariados. Para que éste surja y se consolide tiene que trabajarse activamente en la promoción de un amplio tejido organizacional de los sectores populares autónomos que, desde sus particulares intereses y reivindicaciones, confrontan el mismo sistema de dominación. No es, en modo alguno, una tarea simple. No obstante, la conformación y las funciones del poder popular soberano que se origine de tal tejido tendrán que basarse, ineludiblemente, en las premisas de una verdadera democracia participativa y protagónica, además de aquellas que ésta origine, a medida que se consolide y sea una realidad diaria, en pro del buen vivir y de los derechos de todos y de todas.

De acuerdo con lo anterior, es muy importante -de acuerdo con Win Dierckxsens en “Política y mercado”- comprender una cosa: “La democracia participativa no se puede decretar desde arriba. En efecto, si se quiere instaurar la democracia participativa, es necesario que el pueblo se convierta en el sujeto del poder. Para eso es necesario luchar por un nuevo tipo de democracia, construido desde abajo, para los de abajo, a través de los gobiernos y las comunidades de comunidades”. Esto implica que la toma del poder estatal y su objetivo máximo, la transformación estructural del Estado, deben responder a una visión biocéntrica y policéntrica de la política. Se debe apuntar a la edificación colectiva de una nueva diversidad y de una nueva identidad, sin que esto implique que sean sacrificadas las diferencias que podrían existir en algún momento, a pesar dársele preeminencia a los intereses generales de la sociedad. Ello no solamente representa una meta eminentemente política sino que debe extenderse a todos los aspectos y órdenes sobre los que se sustenta el modelo civilizatorio actual, con un sujeto histórico diversificado y diferente, capaz de innovar y de crear una nueva hegemonía, esta vez de una profunda raigambre democrática y popular. -      

 

DISCURSOS CRUZADOS: DERECHA E IZQUIERDA

DISCURSOS CRUZADOS: DERECHA E IZQUIERDA

 

Derecha e izquierda han sido, desde los tiempos de la Revolución Francesa, términos políticos antagónicos que identificarían a quienes, por un lado, defienden el orden establecido, siendo conservadores, y, por el otro, a quienes cuestionan y aspiran abolir dicho orden, llamándose revolucionarios. Hasta ahí todo sería sencillo de observar y explicar. Sin embargo, desde la última década del siglo pasado hasta el presente tales rasgos apenas representan una división ideológica escasamente diferenciada en sus discursos y prácticas. En el caso de la derecha radicalizada (habitualmente identificada con el fascismo), esta se presenta como promotora de los cambios que exige la ciudadanía para vivir mejor y como la única capaz de llevar a cabo los ideales de la democracia. En contraste, lo que se podría designar como izquierda, a pesar de su discurso, repite patrones normalmente atribuidos a los sectores capitalistas, en la búsqueda de un desarrollo económico más equitativo con reformas de contenido social y político que contribuyan a expandir el ejercicio de la misma democracia.

Citando a John Holloway, debemos considerar el hecho que “vivimos en una sociedad antagónica y estos antagonismos nos atraviesan a nosotros. Nos declaramos anticapitalistas, pero tenemos la cabeza llena de ideas generadas por el capitalismo. Nos declaramos procapitalistas, pero en la práctica cotidiana luchamos de mil maneras contra la agresión del dinero y por hacer las cosas de otra forma. Nuestra existencia es una existencia contradictoria y en la lucha contra el capitalismo tenemos que reconocer y manejar estas contradicciones, no buscar una pureza revolucionaria que no puede existir. La búsqueda de la pureza nos lleva muy fácilmente a descalificar a todos los que no comparten nuestra perspectiva precisa. El reto revolucionario es más bien promover la confluencia de las rebeldías que existen dentro de todos nosotros”. Generalmente ocurren rebeliones individuales y colectivas que se enmarcan en una reacción contra alguna acción del Estado o del sistema capitalista que afectan los derechos constitucionalmente establecidos. Según algunos analistas, éstas representan el preámbulo de una revolución social, política y económica que excede el control del Estado y anticipa la extinción del capitalismo como sistema económico preponderante. Así, bajo este punto de vista, las protestas del movimiento de los chalecos amarillos en Francia, de los estudiantes en Chile y, más recientemente, en Estados Unidos a propósito del asesinato de George Floyd serían hitos de tal revolución. Lo que podría ser. No obstante, la dinámica de las mismas se expresa en los efectos y no en las causas; es decir, es poco lo que se ha teorizado al respecto, apelándose a las conclusiones binarias a que estaríamos largamente habituados.

Esta perspectiva, sin embargo, tiende a expandirse cuando, a raíz de la pandemia del Covid 19, la mayoría de las naciones se han visto obligadas a implementar cuarentenas y restringir sus actividades económicas, contrayéndose, en consecuencia, los mercados y elevándose las cifras de desempleo. Esto podría ser un elemento más para plantearse seriamente cambiar las reglas de juego que, hasta ahora, han sido provechosas para los intereses corporativos de los sectores dominantes. Ello obligaría a los sectores populares excluidos a explorar y a consolidar una visión propia del mundo que habitan mediante un programa político extraído de su memoria histórica de luchas, el cual servirá de pilar fundamental para el logro de las transformaciones estructurales que deben emprenderse, con criterio de urgencia, para acceder a un nuevo tipo de civilización, más centrado en el ser humano y en la relación armoniosa de éste con la naturaleza, entendido en un sentido general.

Esto último exige la combinación de una diversidad de expresiones del poder popular organizado con iniciativas realmente revolucionarias. Tanto ancestrales como modernas. Desde la base local o comunal hasta abarcar lo que sería un proyecto mayor a escala nacional y global. Sería, por consiguiente, algo totalmente distinto a lo que son hoy en día los discursos cruzados de la derecha y la izquierda, a sabiendas que ambas partes son herederas del pensamiento eurocentrista, lo que explica, de un modo simple, el porqué de su idiosincrasia excluyente y, en los últimos tiempos, coincidente. Habrá que profundizar lo que representa verdaderamente cada discurso y contrastarlo frente a la realidad creada por sus acciones. En el caso de nuestra América esta posibilidad es aún mayor, dada la historia de resistencia protagonizada por nuestros sectores desde los albores de la independencia respecto al dominio colonial español. Ello supone un re-planteamiento cultural, en un incesante proceso de intercambio de saberes que coadyuve a la autodeterminación económica y política de nuestros pueblos, sin exceptuar los aspectos positivos que puedan mantenerse y desarrollarse del actual modelo de civilización.   

 

LA REBELIÓN QUE SE HALLA EN TODOS NOSOTROS

LA REBELIÓN QUE SE HALLA EN TODOS NOSOTROS

 

Desde que la humanidad percibiera siglos atrás que el poder detentado por las minorías dominantes no emanaba de ninguna voluntad divina sino de relaciones humanas que lo legitiman y lo revisten de naturalidad, muchas personas se plantearon -desde el campo revolucionario- luchar conscientemente por la transformación estructural del modelo de sociedad vigente. No obstante, semejante tarea, a pesar de sus objetivos emancipadores, ha chocado reiteradamente con la realidad de un tipo de sociedad enajenada por el consumismo y la lógica capitalista, por lo cual ésta aun no ha logrado traspasar los límites del reformismo, sin que se alteren los fundamentos en que ella se asienta.

Para entender esta aparentemente infranqueable realidad se debe tener en cuenta que todo poder constituido tiene a autoprotegerse. Para lograrlo, éste se vale de leyes e instituciones que le otorgan la legitimidad necesaria para evitar y reducir a su mínima  expresión cualquier tipo de disidencia y cuestionamiento en su contra. Si ello no ocurre, siempre habrá a la mano el recurso del terrorismo de Estado. Desde el más sofisticado, basado en la educación y las costumbres, hasta el más salvaje, como el que se estila en las dictaduras fascistas; todo en nombre de la preservación de la libertad y la democracia. Así, se busca acallar e invisiblizar todo rasgo de rebeldía que sea considerado peligroso para la estabilidad del sistema reinante, lo cual -como es obvio- ayuda a asegurar la hegemonía de los grupos y sectores dominantes. Sin embargo, la identidad oprimida de quienes resultan segregados y reprimidos acaba por aflorar y extenderse, ejerciendo presiones sobre las minorías dominantes, a tal grado que, en ocasiones, éstas se ven obligadas a ceder a las demandas populares y, cuando ellas se radicalizan, a cesar en el ejercicio del poder.

Las diversas y recurrentes protestas populares que se producen en la mayoría de las naciones representan, en general, un rechazo al presente de explotación, desigualdades e injusticias que deshumaniza a las personas, el cual es generado a la sombra del capitalismo y del Estado burgués liberal imperantes. Esta rebelión que se halla en todos nosotros (expresada en las exigencias e iniciativas dirigidas a garantizar la libertad, la diversidad, la libre asociación, la convivencia, la comunidad y el respeto a la naturaleza) prefigura un modelo civilizatorio alternativo que todavía no ha sido del todo definido, pero que se nutre de diferentes corrientes del pensamiento revolucionario mundial, atrayendo a muchos. Dicha rebelión, no obstante, debe batallar en principio contra la colonialidad del pensamiento, íntimamente ligado al eurocentrismo, siendo el mayor obstáculo a vencer para acceder a una verdadera soberanía y, en consecuencia, a una emancipación integral. Este es un elemento importante a considerar, puesto que, en un análisis de más profundidad, explicaría el porqué del fracaso de algunas experiencias históricas que pudieron marcar el final de la sociedad capitalista existente. Por ello, el principal campo de batalla tiene que ser la conciencia de todos, fomentando, en un primer grado, una ciudadanía consciente y activa; luego, en un grado más avanzado, una sólida conciencia revolucionaria que gracias a la cual se mantenga una lucha invariable contra los rasgos distintivos del antiguo orden.

La rebelión que se halla en todos nosotros (entendida en un sentido estrictamente renovador, no conservador, como ha ocurrido últimamente en Venezuela y Bolivia, entre otras naciones de nuestra América) debe asumirse como un requisito imprescindible para consolidar los valores y los derechos ciudadanos y democráticos por ahora ausentes o disminuidos. No puede circunscribirse a las habituales reivindicaciones, atacando los efectos de una situación determinada, sino que tiene que apuntar a sus causas; planteándose como corolario una transformación estructural, creando unos nuevos paradigmas, es decir, iniciar, sustentar y definir, así, una verdadera revolución. -      

 

SIN ÉTICA REVOLUCIONARIA NINGUNA REVOLUCIÓN FLORECE

SIN ÉTICA REVOLUCIONARIA NINGUNA REVOLUCIÓN FLORECE

Comúnmente, se define a la ética como la rama de la filosofía que estudia los contenidos de la moral. Bajo esta orientación, bien se puede compartir lo concluido por el Colectivo Gramsci, Pensamiento y Acción, respecto a que ésta “nace del impulso creador interno, que proviene de la formación moral del sujeto que decide regir su vida por principios, actuar correctamente, basado en un código de valores que se resume en la honestidad. La ética nace de la moral -que es interna- y se realiza en las relaciones del sujeto con su mundo circundante, en el que lo interno coincide con lo general y lo abstracto”. Configura, por tanto, un proceso de retroalimentación que va de lo particular (o individual) a lo general (o colectivo) y viceversa, por lo que tratar de limitarlo o de impedirlo en atención a la preservación de los paradigmas existentes hará de ésta una cuestión accesoria, solo convenientemente citada cuando las circunstancias exijan algún tipo de control y/o censura social.

Aplicada al ámbito político (y muy especialmente a lo que debiera representar y accionar una revolución que se imponga como meta estratégica la transformación integral del modelo civilizatorio en que comienza a desarrollarse), la ética tendría que manifestarse -aunque no se quiera- a favor del bien colectivo, haciendo caso omiso del interés personal y de la solidaridad partidista que suele emerger, por ejemplo, cuando se conocen delitos de corrupción, aun el más difuso de todos. Pero ello no se obtendrá simplemente con el cumplimiento de las leyes vigentes. Ni con una postura retórica. Hará falta ocuparse en la construcción sincronizada de conciencias y de amplios espacios de solidaridad y de compromiso social, lo que hará imprescindible activar mecanismos colectivos suficientemente democráticos, de manera que ésta se haga algo natural y permanente; en especial cuando se trate de satisfacer las justas reivindicaciones de los marginados, oprimidos y explotados.

Como quiera que se vea, sin ética ninguna revolución florecerá. Al plantearse la necesidad de cimentarla, no cabe suponer que la misma contenga los mismos paradigmas de intolerancia del modelo de sociedad a transformar, repitiendo, de alguna forma, algunas experiencias del pasado. La comprensión de tal necesidad debe incluir el hecho de vivir en un tipo de civilización que le concede una excesiva importancia a las riquezas y al estatus social, cuestión que, muchas veces, marca el comportamiento de no pocas personas; haciendo difícil, por ende, concretar los cambios revolucionarios enunciados. Citando a John Holloway, “vivimos en una sociedad antagónica y estos antagonismos nos atraviesan a nosotros. Nos declaramos anticapitalistas, pero tenemos la cabeza llena de ideas generadas por el capitalismo. Nos declaramos procapitalistas, pero en la práctica cotidiana luchamos de mil maneras contra la agresión del dinero y por hacer las cosas de otra forma. Nuestra existencia es una existencia contradictoria y en la lucha contra el capitalismo tenemos que reconocer y manejar estas contradicciones, no buscar una pureza revolucionaria que no puede existir. La búsqueda de la pureza nos lleva muy fácilmente a descalificar a todos los que no comparten nuestra perspectiva precisa. El reto revolucionario es más bien promover la confluencia de las rebeldías que existen dentro de todos nosotros”.

No se puede, ni se debe, por consiguiente, desconocer la influencia o el papel preponderante que la ética y la moral cumplen en lo que debiera ser una verdadera revolución. Basarla única o casi exclusivamente en logros de inclusión social, cultural, política y económica no será suficiente si las estructuras que los impedían se mantienen intactos, ya que -al no profundizarse, ni consolidarse, basados en una nueva ideología y conciencia social- podrían anularse a través del tiempo. La revolución sería, en ese caso, una pretensión fantasiosa y no la utopía de lo posible.            

 

 

 

LA DESIGUALDAD SOCIAL Y LA EXIGENCIA DE UN HUMANISMO COMPROMETIDO

LA DESIGUALDAD SOCIAL Y LA EXIGENCIA DE UN HUMANISMO COMPROMETIDO

La pretendida igualdad de los individuos se esfuma y dificulta toda vez que ésta es puesta a prueba cuando se interpone el interés monetario. Se establecen así categorías políticas y sociales que hacen ilusoria y clasista esta aspiración democrática en todo el orbe conocido. Como efecto, la disputa legítima que éstos pudieran entablar ante tal hecho no suele trascender el ámbito estrictamente particular, aceptándose que el mismo es causado por decisiones aisladas y no por las determinaciones estructurales que definen al Estado burgués liberal como guardián y asegurador que es de un orden indesafiable al servicio de una minoría privilegiada. Esto obliga a comprender que “la marginación de grandes sectores de la población implicó -como lo patentiza Iraida Vargas Arenas en su estudio Exclusión social y protagonismo femenino en la historia venezolana, hablando, precisamente, de este tema en lo que concierne a Venezuela, pero de forma muy similar a la realidad del resto de naciones de nuestra América- una creciente acumulación de poder por parte de minorías, quienes manipularon los contextos sociales en los cuales operaban; existieron disparidades en el acceso a recursos naturales, tecnologías, conocimientos e información, todos ellos empleados como medios de control para poder disfrutar de beneficios y gratificaciones. Pero así como surgió la exclusión, también lo hizo la resistencia, la lucha contra las imposiciones, la búsqueda de la liberación del oprobio y la desvalorización”.


Desde que Adam Smith considerara al capitalismo “el sistema natural de perfecta libertad y justicia”, sus defensores lograron inculcarle a una significativa mayoría de personas -pese a las contradicciones evidentes que ello supone- la noción que la democracia no podría existir ni sostenerse sin la existencia y la garantía de la propiedad privada de los grandes medios de producción, centrando la atención en este último elemento más que en la posibilidad de consolidar las libertades ciudadanas. La igualdad jurídica y civil, por tanto, no representa -aunque los postulados constitucionales afirmen todo lo contrario- unas condiciones reales de igualdad, lo que, de ocurrir efectivamente, produciría una socialización del poder, elevándose el concepto y la práctica de la democracia a un mejor nivel. La igualdad, vista en su conjunto, desde un punto de vista biológico, es decir, humano, sin responder a prejuicios de índole religiosa, racista o etnocentrista que justifiquen la opresión de unos individuos o pueblos por otros que se atribuyen el derecho de hacerlo, choca muchas veces con el orden social. Esto se refleja, por igual, en la manera cómo los gobernantes se relacionan con sus gobernados, manteniendo un comportamiento que, en todo caso, resulta despótico y completamente ajeno a la democracia. Lo mismo puede observarse en cuanto a género, sexo, edad y trabajo, por sólo mencionar los más resaltantes. A pesar que pocos lo aprecien bajo tal matiz, gran parte de las conmociones sociales, políticas e internacionales de la actualidad tienen su origen en esta falta de igualdad.


La lucha contra la exclusión derivada de esta falta de igualdad -manifestada en lo económico, lo social, lo cultural y lo político- supone darle forma y contenido a un humanismo comprometido con quienes la padecen dentro y fuera de cada nación; de manera que adquieran una vigencia relevante la proxemia, la alteridad, la reciprocidad, la intersubjetividad y la simetría en relación con la vida, el pensamiento, la dignidad, la libertad y las necesidades y/o intereses de las personas antes que la hegemonía de una maquinaria o entidad corporativa (estatal o privada) dedicada al usufructo de plusvalía y de recursos naturales sin medida. Como efecto ideal del mismo, habría una universalidad en un amplio sentido cualitativo, vista, construida y vivida desde abajo; una universalidad con la cual asumir la construcción de un mundo, como lo definen los zapatistas, donde quepan muchos mundos. La igualdad sería entonces una realidad permanente y no simple aspiración insatisfecha de aquellos que son excluidos, marginados y despreciados por el orden vigente. -