12 DE OCTUBRE, ¿DÍA DE LA RESISTENCIA INDÍGENA?
Convertido por “obra y gracia” del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, en Día de la Resistencia Indígena, el 12 de octubre parte de un equívoco que pocos se han atrevido a refutar, aún a sabiendas que ese día de 1492 no se produjo -al menos, así lo registra la historia legada, precisamente, por los primeros “visitantes” europeos que arribaron a estas tierras hasta entonces desconocidas para ellos, no así para sus pobladores originarios- un enfrentamiento de civilizaciones o, en el caso que nos motiva, una resistencia indígena a la llegada de Cristóbal Colón y su avanzada mercantilista y conquistadora a la isla caribeña de Guanahaní.
Inicialmente se puede creer que este primer encuentro entre los pobladores de la vieja Europa y los pobladores de Abya Yala, nuestra América, produjo un asombro mutuo ante gentes de habla, fisonomía y costumbres diametralmente diferentes. Aunque esto pase desapercibido para algunas personas de buena fe que desean reivindicar románticamente la existencia, la dignidad y las culturas de los pueblos precolombinos y de aquellos que han sobrevivido a la vorágine capitalista, pasada y presente; es necesario puntualizar que la resistencia indígena ante la invasión y el saqueo de los primeros europeos no pudo producirse en tal fecha, sino posteriormente, siendo el primer combate contra la guarnición dejada por el Almirante en la isla de Guanahaní, como lo señaló alguna vez el historiador venezolano Wladimir Acosta, sin que ello minimice la intención de revisar, en su verdadero contexto, lo ocurrido en este continente a partir de ese momento.
Por lo tanto, no podemos caer en el simplismo que a veces marcan las fechas, sin profundizar realmente en la compresión y análisis desprejuiciados de los acontecimientos históricos desarrollados en ellas y creyendo en una linealidad que nos induce a creer en la fatalidad inexorable del destino. Ocurriría entonces que, vengadores de nuestros ancestros aborígenes, pretendamos ignorar y deslegitimar la herencia común de la cual hacemos gala cotidianamente y que tiene su origen en la vieja Europa: idioma, religión, leyes, nombres y apellidos, estructuras de poder, economía y política, entre otros ingredientes o rasgos de la civilización Europa que nos distancia, pese al sentimiento que nos embargue, de nuestros congéneres indígenas, manteniendo viva una polémica histórica y hasta racista que no nos ayuda a explicarnos como continente. Esto ha hecho de Colón una figura odiada en muchos casos y, en otras, justificada, quizás ateniéndose a su error al juzgar que había llegado a las tierras y riquezas descritas por Marco Polo. Sin embargo, no hay que desconocer lo que describe Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, su libro más emblemático: “Tres años después del descubrimiento, Cristóbal Colón dirigió en persona la campaña militar contra los indios de la Dominicana. Un puñado de caballeros, doscientos infantes y unos cuantos perros especialmente adiestrados para el ataque diezmaron a los indios. Más de quinientos, enviados a España, fueron vendidos como esclavos en Sevilla y murieron miserablemente. Pero algunos teólogos protestaron y la esclavización de los indios fue formalmente prohibida al nacer el siglo XVI. En realidad, no fue prohibida sino bendita: antes de cada entrada militar, los capitanes de conquista debían leer a los indios, ante escribano público, un extenso y retórico Requerimiento que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica”. Ante su negativa, se le autorizaba al invasor a hacerles todo tipo de “males y daños que pudiere”.
De este modo, la Corona española le dio potestad a los conquistadores, mediante Real Cédula emitida el 23 de agosto de 1503, para esclavizar a los indígenas caribes bajo el pretexto de ser caníbales. Cosa semejante ocurre con el acto dictado por el Juez de Vara y Justicia Mayor de la isla La Española, del 5 de noviembre de 1510, que declara a la provincia de Uriapari (la Guayana) región de caribes, autorizando a sus huestes a cazarlos y venderlos como esclavos. Bastaba entonces acusar a cualquier indígena rebelde de ser caribe para aplicarle esta norma y, en caso de persistir en su rebeldía, matarlo impunemente, dado que no era considerado persona al carecer de alma, según lo dictaminara la arrogancia católica europea, cosa que posteriormente fuera enmendada. A partir de esta realidad salvaje es cuando podemos hablar propiamente de resistencia indígena al afán depredador del incipiente capitalismo europeo en nuestra América, Abya Yala, y no como se ha querido ver en el momento que tropiezan las tres naos capitaneadas por Colón con estas tierras ya descubiertas por sus habitantes originarios.-
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