LA REVOLUCIÓN Y LA CUESTIÓN DEL PODER EN VENEZUELA
La cuestión del Estado es la cuestión del poder. No se podrá avanzar en la transformación estructural del modelo civilizatorio actual sin la toma del poder. Por eso es importante entender que, básica y generalmente, el Estado burgués liberal (tal como se conoce en la mayoría de las naciones del planeta) responde a intereses de clase, siendo éste, en consecuencia, la forma política del capital dominante, como bien ya lo determinaran en su momento los principales teóricos de la revolución anticapitalista o comunista mundial.
Por ello, es significativo que mucha gente, con la finalidad de impulsar la revolución socialista bolivariana de un modo que no admita retrocesos, termine sumándose al juego electoral implantado por las elites gobernantes, confiando así en acceder al poder y permitirse entonces cambiar el orden establecido mediante algunas iniciativas de gobierno. Sin embargo, como lo expondría V. I. Lenin en su obra El Estado y la revolución, "la esencia de la cuestión no radica, ni mucho menos, en si seguirán existiendo los ’ministerios’, o habrá ’comisiones de especialistas’ u otras instituciones; esto no tiene importancia alguna. La esencia de la cuestión radica en saber si se conserva la vieja máquina estatal (enlazada por miles de hilos a la burguesía y empapada hasta la médula de rutina e inercia) o si se la destruye, sustituyéndola por otra nueva. La revolución no debe consistir en que la nueva clase mande y gobierne con ayuda de la vieja máquina del Estado, sino en que destruya esta máquina y mande y gobierne con ayuda de otra nueva".
Esto, por supuesto, exige -forzosamente- la redefinición de algunos conceptos frente a las nuevas realidades que se pretenden crear. Así, el poder, la política y el Estado (lo mismo que la espiritualidad, la cultura, la economía y otros elementos que podrían abarcarse) tendrían que observarse y comprenderse bajo la luz de nuevos paradigmas, todos ellos como resultado de la acción y de la revisión constantes de organizaciones políticas revolucionarias de nuevo tipo. En consecuencia, el desarrollo de las fuerzas productivas, la conversión de las relaciones de producción capitalistas, la revolución cultural antiburocrática y el nuevo sistema político (invirtiendo radicalmente la pirámide de las relaciones de poder tradicionales) tendrían que ser el resultado de un esfuerzo colectivo creativo que no se limite a un reparto más equitativo de la riqueza social o a retribuir, desde el Estado, a un pueblo demandante de derechos.
Se hace preciso inhabilitar el sello de la vieja sociedad a reemplazar. Esta es una cuestión que muchas veces se tiende a ignorar, calificándose algunas de sus expresiones cotidianas como inofensivas o irrelevantes. De ahí que se requiera instaurar un sentido común revolucionario, es decir, un nuevo esquema espiritual que facilite las condiciones adecuadas para reestructurar de una forma trascendente, ética y lógica el modelo de sociedad vigente. La conciencia revolucionaria es, por consiguiente, un elemento imprescindible e ineludible para alcanzar efectivamente todos aquellos propósitos que conduzcan a la realización definitiva de la Revolución Bolivariana en Venezuela, de manera que ella contribuya a evitar la subordinación apática de los movimientos populares en función de los intereses de una minoría.
Todo esto plantea que los movimientos, grupos, sectores y/o colectivos revolucionarios y chavistas asuman el reto de desarrollar entre sí la capacidad de integrarse en una plataforma unitaria para el logro de objetivos comunes, algunos de ellos apenas diferenciados -en condiciones de pluralismo, autonomía, igualdad, reciprocidad, respeto y complementaridad-, lo que les posibilitaría establecer y ejercer en todo momento la democracia consejista, o directa; prefigurando, de una u otra forma, el nuevo poder y el modelo civilizatorio que surgirían bajo los ideales de la Revolución Bolivariana.
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