LA REVOLUCIÓN Y LA REALIDAD DE UNA SOCIEDAD ASUSTADA
El capitalismo euro-yanqui y, junto con él, todo sentido del modelo de sociedad occidental, se desarrolló a costa, principalmente, de los ricos yacimientos minerales de nuestra Abya Yala, relegando luego a esta extensa región a la función de proveedora de materias primas y mercados estables para la colocación de sus productos manufacturados; enriqueciéndose y obteniendo grandes dividendos. Tal circunstancia histórica hizo que las naciones de este continente -al ser parte de este engranaje capitalista- fueran luego regidas, sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo 20, por elites sumisas a la voluntad e intereses de las grandes corporaciones estadounidenses, lo que se escudó tras la fachada de una democracia “representativa”, o “delegativa”, teóricamente al servicio del pueblo, que no escatimaba recurso alguno (legal o represivo) para aplacar cualquier intento por cambiar (por menudo que fuera) el orden establecido.
Apoyado en las estrategias de manipulación diseñadas por los grandes conglomerados del entretenimiento y de las comunicaciones al servicio de sus intereses, el imperio global (representado, principalmente, por Estados Unidos, y en un segundo plano, sin dejar de ser importante su cuota de participación, sus aliados de Europa occidental) paulatinamente impusieron en nuestras naciones la realidad de una sociedad asustada, víctima del miedo generado por un terrorismo de Estado, carente de rostro, el cual podrá ser identificado -en cualquier momento y en cualquier latitud- con el rostro de quien decidan los poderes hegemónicos. Todo esto supone un gran desafío para quienes proclaman la necesidad de una verdadera revolución en nuestras naciones.
A ello se suma el clima creciente de inestabilidad interna y externa, patrocinado por las potencias occidentales, con Estados Unidos al frente, que obligaría a poblaciones enteras a preferir regímenes de derecha que ofrezcan aparentemente una mayor seguridad ciudadana, pese a la restricción tácita o expresa que esto supondría respecto a las garantías constitucionales de las libertades colectivas e individuales. Tal realidad obliga a promover -desde ya- un serio cuestionamiento y una demolición substancial de las estructuras que sirven de base al sistema de cosas imperante y formular, en consecuencia, una propuesta de transformación integral del mismo, privilegiando en todo aspecto y en todo momento la soberanía de los sectores populares, evitando de esta manera que sean presas fáciles de oportunistas, demagogos y empresarios ávidos de grandes ganancias.-
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