LA INSURRECCIÓN DE LA TIERRA
El avance y la consolidación del tipo de sociedad burguesa vinieron a significar la limitación y eliminación de la propiedad colectiva de la tierra entre los pueblos ancestrales u originarios, si es entendible este concepto de la propiedad (tal como lo entendemos) de los continentes subyugados y colonizados por las principales potencias europeas. Con esto se inició una historia de confrontaciones entre quienes defienden sus derechos tradicionales y aquellos que, al amparo de las leyes y de su poder económico, procuran desalojarlos en nombre del progreso. Confrontaciones que han tenido como saldo el atropello, el asesinato y la desaparición de miles de dirigentes campesinos e indígenas a lo largo y ancho de nuestra América, con un bajo desempeño de las autoridades por investigar, frenar y castigar esta violación de los derechos humanos.
Las expectativas de desarrollo de la civilización -difundidas a partir del afianzamiento de la visión eurocentrista con el estallido de la Revolución Francesa de 1789- establecieron una imagen lineal del desarrollo histórico de los modos de producción, lo que, de alguna manera, reforzaran Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista al decretar que las diferentes luchas de clases del pasado (incluyendo las de su época) desembocarían "en una transformación revolucionaria de la sociedad entera o en la destrucción común de las clases en lucha". Esta concepción legalizó, por una parte, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, sin importar sus consecuencias en cuanto al futuro común de la humanidad, y, por otra parte, la explotación y esclavización de aquellos pueblos considerados salvajes, incultos o inferiores; lo que sirvió para que el capitalismo se asentara como el sistema económico hegemónico que es actualmente y fuera reverenciado desde entonces como el único sistema posible mediante el cual se podrá alcanzar el bienestar material humano.
Con este trasfondo, y gracias al empuje de las luchas populares escenificadas al través del tiempo, surgió una generalidad de derechos garantizados por la Constitución y el Estado pero que -en un sentido pragmático y reiterado- se convirtieron en privilegios de las minorías dominantes. De este modo, los pueblos originarios y campesinos son víctimas constantes de desplazamientos inducidos y planificados por terratenientes y grupos corporativos, teniendo en mira sus territorios, ricos en biodiversidad y en recursos de alto valor estratégico.
En el caso de las grandes corporaciones transnacionales, éstas han impuesto zonas económicas especiales en diversas latitudes que constituyen enclaves productivos de exportación (provistos de una excepcionalidad jurídica y arancelaria, en lo que serían, sin exageración, enclaves neocoloniales, por lo que requieren que ningún derecho de propiedad comunal de la tierra impere sobre el derecho de propiedad privada. Oponerse a todo ello es algo subversivo y necesario. Exige, además, darle forma a las opciones con que pueda combatirse con éxito la dictadura mercantilista del modelo actual yanqui-eurocentrista y su falta de ética social. Una de las cosas que deben incluir estas opciones es la soberanía alimentaria, lo que no contemplan las políticas neoliberales, centradas en la obtención de ganancias y no en la satisfacción de las necesidades básicas colectivas y, menos, en el respeto de la naturaleza. Por consiguiente, se puede afirmar que la solución definitiva a las crisis migratoria, energética, alimenticia, climática, sanitaria, hídrica y financiera que recorren el mundo no podrá obtenerse, de manera eficaz, desde la perspectiva del capitalismo, siendo éste -como lo es- el factor determinante de las mismas.
En su lugar, desde los diversos movimientos populares que representan la insurrección de la tierra, ubicados incluso en las ciudades, tendría que gestarse “una nueva concepción filosófica que supere a la Modernidad, al positivismo, al marxismo y la post-modernidad para conseguir la verdadera emancipación integral del hombre y la mujer en una sociedad convivencial entre el ser humano, la naturaleza y los instrumentos de producción, es decir, la sociedad convivencial ecológica”, como lo plantea Douglas Bravo. Con ello se asegura también la multiplicidad y pluralidad étnico-culturales, no como diversificación de la dependencia frente a lo que se ha dado en designar unilateralismo y pensamiento único, promocionado, fundamentalmente, por la clase imperialista de Estados Unidos en un proceso marcadamente neocolonial que tiene como instrumentos primordiales a sus fuerzas militares y los capitales de sus grandes corporaciones transnacionales. La insurrección de la tierra abarca, por tanto, algo más que la simple defensa de los territorios antiguamente ocupados por los pueblos originarios y campesinos. Ella debiera verse, por ende, como la respuesta/propuesta de contenido anticapitalista que, sustentada en los valores populares, crearía las condiciones para que exista realmente una nueva civilización, de rasgos humanistas, ecologistas y, sobre, democráticos, diferente en todo a la existente. -
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