LA GUERRA PREVENTIVA Y LA NUEVA REALIDAD CONTINENTAL
Para ello ha dispuesto una serie de bases militares, esparcidas en algunas regiones estratégicas de América Latina que, vistas en conjunto, representaría el mayor despliegue de fuerzas militares de Estados Unidos desde los tiempos de la Guerra Fría, sólo equiparable al realizado en Europa en torno de la extinta Unión Soviética. Sin embargo, no puede pensarse que todo esto responde al espíritu guerrerista y neocolonialista que anima a la administración de George W. Bush, ya que ello supondría que la política exterior de Estados Unidos obedece a coyunturas y no a planes deliberados, cocinados fríamente en el Pentágono y el Departamento de Estado y proyectados a mediano y a largo plazo. En tal sentido, hay que recordar con William Izarra “que, desde 1997, existe el compendio ideológico de lo que sería, un par de años más tarde, la base filosófica de la política exterior de EE.UU. Ese compendio o manual de orientación política de la corriente más derechista de los republicanos ha sido denominado El Proyecto del Nuevo Siglo Americano, convirtiéndose en la línea del gobierno para el dominio del espectro mundial”.
Por aquel entonces, el actual Vicepresidente estadounidense Richard Cheney anticipó que “la primera misión política y militar de EE.UU., luego de la Guerra Fría, consiste en asegurar que ningún poder rival emerja en Europa, Asia y la desintegrada URSS”, dando por descontado la pasividad y control de su patio trasero, la América nuestra. En la práctica, esta misión se tradujo en la llamada guerra preventiva, cuyos efectos se sienten aún en Afganistán y en Iraq, buscando abarcar a Siria e Irán, de modo que EE.UU. pase a controlar directamente los principales yacimientos de hidrocarburos del planeta. Para lograrlo, el gobierno de Bush no escatima recursos y esfuerzos que le den a su país la superioridad militar y el control estratégico, político y económico del mundo entero, en una visión estratégica conjunta que apunta a aniquilar cualquier tipo de resistencia a sus dictados imperialistas, por muy remota que ésta sea.
En el caso de América Latina, EE.UU. ha diseminado por la mayoría de sus naciones planes y bases militares con la aviesa intención de contener situaciones amenazantes que terminarían por desplazar a las oligarquías y grupos políticos dominantes que, tradicionalmente, aceptaron de buena gana la tutela imperial yanqui para preservar sus privilegios y mantenerlos a salvo de las masas. Por ello, ante lo inevitable del proceso de transformación socio-política que tiene lugar en Venezuela y su irradiación sobre la mayoría de los pueblos latinoamericanos y caribeños, manifestándose –por ahora- en la conformación de gobiernos progresistas afines, Washington trata de que no se produzca el temido efecto dominó en estos países que marcaría el comienzo del fin de su papel secular de potencia imperialista. Esto empuja al gobierno de Bush a no descuidar el escenario sudamericano, a pesar de encontrarse empantanado en Iraq y Afganistán, sin hallar una salida honorable e inmediata que aleje el fantasma de Vietnam; en una combinación de presiones diplomáticas y económicas, sumadas a la amenaza recurrente de una intervención armada de gran envergadura. Por eso, situaciones como la suscitada en Bolivia con la elección de Evo Morales como Presidente, unidas al coro de voces antiimperialistas que se alza cada día en todas las latitudes, llevará a la Casa Blanca a un grado mayor de intervencionismo y desestabilización en la región, incluyendo el asesinato político, en una reedición de experiencias ya probadas en Chile, El Salvador, Haití, Panamá y Ecuador y, llegado el caso, aupando movimientos secesionistas que serían reconocidos y protegidos inmediatamente por Estados Unidos, precisamente en aquellas regiones que, como el Amazonas, el estado Zulia en Venezuela o la provincia de Santa Cruz en Bolivia, tienen un vital interés para las transnacionales estadounidenses; lo que encajaría en su doctrina de guerra preventiva y global.-
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