LA AGRESIÓN A IRÁN O LA MUNDIALIZACIÓN DEL MIEDO Y DE LA SUMISIÓN
Bajo la presunción (no comprobada) de representar Irán un serio peligro para la paz mundial, el gobierno belicista de George W. Bush ordenó al Pentágono el despliegue de sus fuerzas militares en la región, al vencerse el plazo fijado para que Teherán desista de sus propósitos nucleares. Coincidencialmente, el ubicuo Osama Bin Laden y su organización Al Qaeda reaparecen en escena, justamente para amenazar a los proveedores de petróleo de Estados Unidos, entre los cuales se halla Venezuela. Como en otros casos de agresión imperialista, la campaña propagandística montada desde hace tiempo justifica el derecho casi divino de Bush de recurrir a la guerra preventiva para reafirmar mediante ella el rol hegemónico indiscutible de Estados Unidos en el espectro mundial. En la situación actual, las intenciones de Irán de acceder al dominio del átomo es la excusa que podría favorecer la conformación de una coalición militar similar a la que ocupa Afganistán e Irak, con la adición de que el gobierno iraní estaría ayudando a la resistencia iraquí, con lo que se exacerbaría aún más el temor europeo al terrorismo internacional. Todo ello configurando un cuadro que no deje lugar a dudas sobre la conveniencia de acabar con la soberanía iraní, algo que Washington ha tolerado a regañadientes desde 1979 cuando su buen aliado, el Sha de Persia, fuera derrocado por la revolución islámica encabezada por el Ayatollah Ruhollah Jomeini.
Dotado de una doctrina apocalíptica, Bush protagoniza esta nueva cruzada, dirigida más a asegurarle a su país el control del petróleo en la región del Oriente Medio que a combatir, como argumenta, por la libertad y en contra del terrorismo. Es interesante notar que –una vez desaparecido el imperialismo soviético- la teoría del complot islámico y del choque de las civilizaciones delineada por Bernard Lewis, Samuel Huntington y Laurent Murawiec en combinación con los ziocons (conservadores sionistas) vino a reemplazar los argumentos ideológicos que prevalecieron durante la época de la Guerra Fría, con un Estados Unidos, convertido en paladín de la civilización occidental, enfrentado a la barbarie y el arcaísmo atribuidos al mundo árabe-musulmán. Esto se ha ido reforzando y agudizando a través de los diferentes medios de comunicación, a tal extremo que cualquier ciudadano estadounidense considera su deber patriótico y religioso aniquilar el “terrorismo islámico” e imponer en su lugar los valores que representan a su nación. En este sentido, se explica el apoyo incondicional brindado por Estados Unidos al Estado de Israel en su largo conflicto histórico con los palestinos y sus vecinos árabes, cosa que se incrementó con Bush al incluir el remodelamiento político-territorial del Medio Oriente y Asia como parte fundamental de su estrategia geopolítica, como un primer paso para asegurar su abastecimiento energético y enfilar sus baterías, posteriormente, contra China, de modo que no exista ya ningún posible adversario de Estados Unidos en el mundo. Algo que también anticipa y denuncia Rusia al constatar cómo sus fronteras están rodeándose con armas estratégicas con sello estadounidense, en clara advertencia de que se le considera, igualmente, un rival de cuidado.
Es obvio, entonces, que al gobierno de George W. Bush lo domina la idea de establecer, a cualquier precio, la mundialización del miedo y de la sumisión. Para ello le es vital someter al régimen incómodo de Irán, así como neutralizar a Siria y, eventualmente, a Venezuela. A la par del control directo de los yacimientos petrolíferos y expandir su dominio económico y militar, disminuiría significativamente las fuerzas rebeldes que, desde el mal llamado Tercer Mundo, cuestionan tal dominio, en lo que es una falange global fascista manejada desde las corporaciones transnacionales. De este modo, por encima del raciocinio más elemental y del Derecho Internacional, la agresión imperialista en curso contra Irán constituye parte de la estrategia neocolonialista que se han fijado Estados Unidos, Gran Bretaña y sus demás socios europeos: redibujar el orden de seguridad internacional de acuerdo con los principios e intereses de Washington.-
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Mauricio Silvano -