DE LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA A LA DEMOCRACIA DIRECTA
Con Hugo Chávez, el concepto y la percepción de la democracia dan un giro inusitado, sorprendiendo y alarmando a quienes -desde 1958 bajo el amparo del Pacto de Punto Fijo- habían usufructuado el poder en Venezuela al margen de las necesidades y aspiraciones de los sectores populares. Mucha gente para entonces -incluidos algunos de los participantes en los dos movimientos insurreccionales de 1992- se habían mostrado escépticos al respecto, creyendo que cualquier cambio que se planteara en referencia a las relaciones de poder sería cosa más que difícil, imposible. Sin embargo, la tesis de Chávez para impulsar un proyecto revolucionario en el país y tomar el poder mediante las mismas reglas de juego del sistema democrático representativo demostraría a la postre ser la más acertada, estimulando la participación popular más alta que haya consignado la historia electoral venezolana.
Luego vendría su convocatoria a la elección de una asamblea nacional constituyente, lo que para Chávez fuera su promesa electoral más importante y a través de la cual millones de venezolanas y venezolanos pudieron acceder a un debate sobre el tipo de república y de sociedad que debía construirse a partir de ese momento. El resultado sería una nueva Constitución que recogería y plasmaría (a grosso modo) los mayores aportes de la ciudadanía, convertida ahora en protagonista de su propia historia colectiva. El sistema democrático representativo que ya venía haciendo aguas desde algo más de una década atrás, producto de la inmoralidad manifiesta de una dirigencia política cleptocrática, unida a una burguesía parasitaria y antinacional, se vio cuestionado seriamente desde sus cimientos ante las exigencias de participación y protagonismo de los sectores populares altamente excluidos (social, política, cultural y económicamente), quienes empezaron a movilizarse, a debatir asuntos de interés colectivo y a organizarse en función de la defensa de los diversos cambios revolucionarios, destacando la aprobación del nuevo texto constitucional en 1999 y el respaldo decidido a todas las acciones de gobierno impulsadas por el Presidente Chávez.
La democracia, hasta entonces un concepto y una praxis restringidos, de uso casi exclusivo de las elites gobernantes, tuvo un salto cualitativo fundamental al convertirse en una democracia participativa y protagónica en manos del pueblo. De esta manera, la democracia participativa y protagónica se hizo carne y verbo entre el pueblo venezolano. A ello ayudó, sin duda, la pedagogía política puesta en práctica por Chávez desde Miraflores. En especial, cuando decretó la creación de las diferentes Misiones sociales que coadyuvarían a saldar una gran deuda social con el pueblo irredento de Venezuela en cuanto a salud, educación, vivienda, dotación de tierras, reivindicaciones laborales y reconocimiento de las culturas autóctonas y afro-descendientes, entre otros aspectos y elementos que le restituirían la dignidad perdida y mejorarían ampliamente sus condiciones materiales de vida. Ahora, consolidados estos cambios revolucionarios, en uno y otro sentido, el concepto y el ejercicio de la democracia tendrían que trascenderse, vivir una transformación que resulte esencial para hacer perfeccionar y fortalecer definitivamente el proceso revolucionario bolivariano socialista en el amplio territorio venezolano: volverse democracia directa, cuyo ejercicio pleno por parte del pueblo consciente y organizado haga realidad un nuevo modelo de civilización, con una nueva concepción del mundo y una nueva conciencia social, en beneficio de cada uno de sus integrantes.
Esto es algo insoslayable. Aunque algunos quieran represarlo y disfrazarlo con medidas y discursos aparentemente revolucionarios que apenas llegan a rozar las estructuras del viejo orden representativo (capitalismo y democracia representativa, básicamente); lo que explica las grandes contradicciones, debilidades e inconsistencias presentes en el proceso revolucionario bolivariano socialista. Empero, a pesar de esto último, se nota un cambio positivo en la conciencia popular, aunque ayuna aún de liderazgos propios que luchen por sus más sentidas reivindicaciones y no sucumban ante las tentaciones materialistas del capitalismo. Tal cosa, sin embargo, posibilita extensamente que la democracia directa no sea una concepción política abstracta sino que, al igual que la democracia participativa y protagónica, llegue a ser el instrumento cotidiano para el fortalecimiento y las conquistas del proceso revolucionario bolivariano socialista y sirva así de farol luminoso para el resto de la humanidad que lucha por su emancipación integral contra su mayor enemigo: el imperialismo gringo y el capitalismo globalizado.-
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