UNA REVOLUCIÓN DE CORTO ALIENTO
Si se recapitularan todos los episodios que han comprendido, desde sus comienzos, el proceso revolucionario liderado por Hugo Chávez, podría concluirse llanamente en que l mismo tiende a estancarse en la no consecución de su principal objetivo: el cambio estructural. Al cabo de siete años consecutivos de gobierno y de control del Estado, dicho cambio apenas se manifiesta en el desplazamiento de las cúpulas que por espacio de cuatro décadas usufructuaron el poder de la mano de los partidos conservadores, AD y COPEI. Hoy, siendo cierta la apreciación generalizada de que éstas no volverán a dominar al país, se presentan en el horizonte unas nuevas cúpulas (sociales, políticas y económicas) que, aún utilizando un discurso de contenido revolucionario y totalmente diferente al de las anteriores, están perpetuando el viejo régimen representativo, con unas prácticas antisociales y antidemocráticas que harían sonrojar –si tuvieran vergüenza- a los antiguos dueños del poder en Venezuela. Para la gente común (sobre todo, la identificada con Chávez) existe una tremenda disparidad entre lo que exhorta a hacer el Presidente y máximo líder del proyecto bolivariano revolucionario y lo que hacen sus seguidores en las instancias de gobierno y en los principales partidos políticos que lo apoyan.
Llevado todo esto al extremo y considerando que las expectativas populares no han sido satisfechas del todo, por una parte, debido a la negligencia burocrática y, por la otra, por la falta de compromiso revolucionario de quienes representan al Estado; podríamos prever una situación de estallido social, el cual pudiera focalizarse en regiones con una alta deuda social aún pendiente o generalizarse por toda la nación. Pero, si procuramos verle el lado positivo, esta manifestación de rebeldía popular bien pudiera acelerar la profundización de los logros revolucionarios alcanzados y poner en manos de una nueva cohorte o vanguardia realmente revolucionaria la conducción del proceso bolivariano, algo que pudo ocurrir tempranamente durante el golpe de Estado de 2001 y la posterior restitución del Presidente Chávez por parte del pueblo y sectores progresistas y patrióticos de las Fuerzas Armadas. Una ocasión que habría justificado ante el mundo entero la toma del poder revolucionario por las masas populares, iniciándose –a partir de este momento- la transformación definitiva de la sociedad venezolana y el desplazamiento del bando moderado y reformista del proyecto bolivariano por uno más abiertamente revolucionario y decidido.
Mientras tanto, a pesar de su fervor e identificación con el Presidente Chávez, el pueblo en su mayoría se halla desorganizado e ideológicamente desprovisto de herramientas que lo impulsen resueltamente a asumir el protagonismo que le corresponde y a proponerse a ejercer el poder directamente. Una porción importante de la población venezolana sabe, intuye o entiende que el esfuerzo titánico de Hugo Chávez por cambiar radicalmente el orden establecido no es acompañado desinteresadamente por muchos de los gobernantes regionales y municipales, diputados y concejales, jueces y ministros, y partidos políticos y movimientos sociales; todos habituados a percibir y en hacer las cosas al modo del extinto Pacto de Punto Fijo, sin democracia directa, ejercida por el pueblo sin chantaje ni coacción alguna.
Queda esperar que el nivel de conciencia política e ideológica del pueblo comience a expresarse con mayor fuerza cada día, de manera autónoma y consecuente, evitando que la revolución bolivariana sea una revolución de corto aliento, con muchísimo por hacer, pero que, al cabo, sucumbió víctima del reformismo contrarrevolucionario infiltrado en sus filas, como acaeciera con otros proceso en la amplia geografía mundial que no pudieron prosperar y definirse porque se le impidió al pueblo –al cual se dirigía, aparentemente, todo el accionar revolucionario- ejercer su principal derecho ciudadano: su soberanía. Aunque haya optimista al respecto, incluido el Presidente, no es descartable la posibilidad de que el proceso revolucionario venezolano viva una nueva encrucijada, quizás la más incierta y peligrosa de todas las confrontadas hasta ahora: o la rescatan los revolucionarios auténticos de las garras de los reformistas, o éstos terminan pervirtiéndola y desviándola de sus propósitos originales. Así de simple.-
Llevado todo esto al extremo y considerando que las expectativas populares no han sido satisfechas del todo, por una parte, debido a la negligencia burocrática y, por la otra, por la falta de compromiso revolucionario de quienes representan al Estado; podríamos prever una situación de estallido social, el cual pudiera focalizarse en regiones con una alta deuda social aún pendiente o generalizarse por toda la nación. Pero, si procuramos verle el lado positivo, esta manifestación de rebeldía popular bien pudiera acelerar la profundización de los logros revolucionarios alcanzados y poner en manos de una nueva cohorte o vanguardia realmente revolucionaria la conducción del proceso bolivariano, algo que pudo ocurrir tempranamente durante el golpe de Estado de 2001 y la posterior restitución del Presidente Chávez por parte del pueblo y sectores progresistas y patrióticos de las Fuerzas Armadas. Una ocasión que habría justificado ante el mundo entero la toma del poder revolucionario por las masas populares, iniciándose –a partir de este momento- la transformación definitiva de la sociedad venezolana y el desplazamiento del bando moderado y reformista del proyecto bolivariano por uno más abiertamente revolucionario y decidido.
Mientras tanto, a pesar de su fervor e identificación con el Presidente Chávez, el pueblo en su mayoría se halla desorganizado e ideológicamente desprovisto de herramientas que lo impulsen resueltamente a asumir el protagonismo que le corresponde y a proponerse a ejercer el poder directamente. Una porción importante de la población venezolana sabe, intuye o entiende que el esfuerzo titánico de Hugo Chávez por cambiar radicalmente el orden establecido no es acompañado desinteresadamente por muchos de los gobernantes regionales y municipales, diputados y concejales, jueces y ministros, y partidos políticos y movimientos sociales; todos habituados a percibir y en hacer las cosas al modo del extinto Pacto de Punto Fijo, sin democracia directa, ejercida por el pueblo sin chantaje ni coacción alguna.
Queda esperar que el nivel de conciencia política e ideológica del pueblo comience a expresarse con mayor fuerza cada día, de manera autónoma y consecuente, evitando que la revolución bolivariana sea una revolución de corto aliento, con muchísimo por hacer, pero que, al cabo, sucumbió víctima del reformismo contrarrevolucionario infiltrado en sus filas, como acaeciera con otros proceso en la amplia geografía mundial que no pudieron prosperar y definirse porque se le impidió al pueblo –al cual se dirigía, aparentemente, todo el accionar revolucionario- ejercer su principal derecho ciudadano: su soberanía. Aunque haya optimista al respecto, incluido el Presidente, no es descartable la posibilidad de que el proceso revolucionario venezolano viva una nueva encrucijada, quizás la más incierta y peligrosa de todas las confrontadas hasta ahora: o la rescatan los revolucionarios auténticos de las garras de los reformistas, o éstos terminan pervirtiéndola y desviándola de sus propósitos originales. Así de simple.-
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