VIGENCIA BOLIVARIANA DE LA CARTA DE JAMAICA
En su “Contestación de un Americano Meridional a un caballero de esta isla”, mejor conocida en la historia como la Carta de Jamaica, dirigida al súbdito británico Henry Cullen, residenciado en la costa norte de Jamaica, el Libertador Simón Bolívar traza lo que será su visión respecto a la lucha por la independencia de Venezuela y del resto del continente americano, en momentos que España aspira reconquistar sus antiguas colonias tras enfrentar -junto con las demás monarquías europeas de la época- a la maquinaria bélica de Napoleón Bonaparte, quien traicionara los ideales de la Revolución de 1789 para convertirse en el emperador de los franceses.
Como lo resaltara el historiador Peter Mendoza en un foro organizado en fecha reciente por la Asamblea Nacional de Venezuela, “la Carta de Jamaica es un documento vigente, un documento más lleno de presente y de futuro, que de pasado”.
De hecho, en ella Bolívar adelanta que “la Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo, o una nueva ciudad que, con el nombre de Las Casas, en honor de este héroe de la filantropía, se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía-honda”. Sin embargo, él está consciente, al mismo tiempo, de lo que esto implicaría, por lo que también anticipa que “es muy posible que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un gobierno central, porque es en extremo adicta a la federación; y entonces formará, por sí sola, un Estado que, si subsiste, podrá ser muy dichoso por sus grandes recursos de todo género”.
Algo que se concretó con la creación y la posterior disolución de lo que hoy todos conocemos como la Gran Colombia, un brillante y ambicioso esfuerzo unificador que, salvando las distancias y los tiempos, se expresa en la actualidad en las organizaciones integracionistas de la ALBA-TCP, CELAC y UNASUR, las cuales han servido para contrarrestar la hegemonía que tradicionalmente ejerciera Estados Unidos sobre la totalidad de nuestra América, impulsada básicamente por los pueblos y gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela; contribuyendo con ello a erigir un mundo multicéntrico y pluripolar, tal como lo potenciara vehementemente el Comandante Hugo Chávez, en momentos que la soberbia imperial gringa se hacía sentir impunemente en diversas latitudes del planeta con imposiciones, invasiones y saqueos.
Bolívar continúa diciendo: “Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia”.
Esto último, ciertamente, se ha visto torpeado desde distintos ángulos, tanto internos como externos, tratando de mantener intacto el viejo orden establecido, en contra de las necesidades y las aspiraciones de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños. Algunas veces, recurriendo a fórmulas retrógradas como los golpes de Estado, paros empresariales y asesinatos políticos. Otras, mediante la alteración del orden público, las manipulaciones del tipo de cambio, las campañas mediáticas que refuercen la sensación de estar inmersos en un total estado de ingobernabilidad y el asedio económico que se expresa a través de la especulación, la desaparición artificial y el contrabando de diferentes productos de primera necesidad.
No obstante, el mismo hecho que los sectores reaccionarios estadounidenses y sus partidarios en nuestra América y el Caribe estén fraguando estrategias comunes que eviten, en lo posible, cualquier insurgencia popular que precipite una variación profunda de la realidad vivida por nuestras naciones desde que decidieran ser independientes de la corona española. En tal sentido, la Carta de Jamaica nos da cuenta de la vigencia bolivariana sobre la necesidad histórica de abordar la defensa de la soberanía política, económica y cultural de las naciones de este continente no puede ser abordada de un modo aislado, facilitándole oportunidades a sus enemigos de truncar su camino hacia su independencia integral y definitiva, como lo ansiaron los próceres de nuestra Patria Grande.-
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