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ECOLOGÍA

LA INSURRECCIÓN DE LA TIERRA

LA INSURRECCIÓN DE LA TIERRA

El avance y la consolidación del tipo de sociedad burguesa vinieron a significar la limitación y eliminación de la propiedad colectiva de la tierra entre los pueblos ancestrales u originarios, si es entendible este concepto de la propiedad (tal como lo entendemos) de los continentes subyugados y colonizados por las principales potencias europeas. Con esto se inició una historia de confrontaciones entre quienes defienden sus derechos tradicionales y aquellos que, al amparo de las leyes y de su poder económico, procuran desalojarlos en nombre del progreso. Confrontaciones que han tenido como saldo el atropello, el asesinato y la desaparición de miles de dirigentes campesinos e indígenas a lo largo y ancho de nuestra América, con un bajo desempeño de las autoridades por investigar, frenar y castigar esta violación de los derechos humanos.

Las expectativas de desarrollo de la civilización -difundidas a partir del afianzamiento de la visión eurocentrista con el estallido de la Revolución Francesa de 1789- establecieron una imagen lineal del desarrollo histórico de los modos de producción, lo que, de alguna manera, reforzaran Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista al decretar que las diferentes luchas de clases del pasado (incluyendo las de su época) desembocarían "en una transformación revolucionaria de la sociedad entera o en la destrucción común de las clases en lucha". Esta concepción legalizó, por una parte, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, sin importar sus consecuencias en cuanto al futuro común de la humanidad, y, por otra parte, la explotación y esclavización de aquellos pueblos considerados salvajes, incultos o inferiores; lo que sirvió para que el capitalismo se asentara como el sistema económico hegemónico que es actualmente y fuera reverenciado desde entonces como el único sistema posible mediante el cual se podrá alcanzar el bienestar material humano.                 

Con este trasfondo, y gracias al empuje de las luchas populares escenificadas al través del tiempo, surgió una generalidad de derechos garantizados por la Constitución y el Estado pero que -en un sentido pragmático y reiterado- se convirtieron en privilegios de las minorías dominantes. De este modo, los pueblos originarios y campesinos son víctimas constantes de desplazamientos inducidos y planificados por terratenientes y grupos corporativos, teniendo en mira sus territorios, ricos en biodiversidad y en recursos de alto valor estratégico.

En el caso de las grandes corporaciones transnacionales, éstas han impuesto zonas económicas especiales en diversas latitudes que constituyen enclaves productivos de exportación (provistos de una excepcionalidad jurídica y arancelaria, en lo que serían, sin exageración, enclaves neocoloniales, por lo que requieren que ningún derecho de propiedad comunal de la tierra impere sobre el derecho de propiedad privada. Oponerse a todo ello es algo subversivo y necesario. Exige, además, darle forma a las opciones con que pueda combatirse con éxito la dictadura mercantilista del modelo actual yanqui-eurocentrista y su falta de ética social. Una de las cosas que deben incluir estas opciones es la soberanía alimentaria, lo que no contemplan las políticas neoliberales, centradas en la obtención de ganancias y no en la satisfacción de las necesidades básicas colectivas y, menos, en el respeto de la naturaleza. Por consiguiente, se puede afirmar que la solución definitiva a las crisis migratoria, energética, alimenticia, climática, sanitaria, hídrica y financiera que recorren el mundo no podrá obtenerse, de manera eficaz, desde la perspectiva del capitalismo, siendo éste -como lo es- el factor determinante de las mismas.

En su lugar, desde los diversos movimientos populares que representan la insurrección de la tierra, ubicados incluso en las ciudades, tendría que gestarse “una nueva concepción filosófica que supere a la Modernidad, al positivismo, al marxismo y la post-modernidad para conseguir la verdadera emancipación integral del hombre y la mujer en una sociedad convivencial entre el ser humano, la naturaleza y los instrumentos de producción, es decir, la sociedad convivencial ecológica”, como lo planteó Douglas Bravo. Con ello se asegura también la multiplicidad y pluralidad étnico-culturales, no como diversificación de la dependencia frente a lo que se ha dado en designar unilateralismo y pensamiento único, promocionado, fundamentalmente, por la clase imperialista de Estados Unidos en un proceso marcadamente neocolonial que tiene como instrumentos primordiales a sus fuerzas militares y los capitales de sus grandes corporaciones transnacionales. La insurrección de la tierra abarca, por tanto, algo más que la simple defensa de los territorios antiguamente ocupados por los pueblos originarios y campesinos. Ella debiera verse, por ende, como la respuesta/propuesta de contenido anticapitalista que, sustentada en los valores populares, crearía las condiciones para que exista realmente una nueva civilización, de rasgos humanistas, ecologistas y, sobre, democráticos, diferente en todo a la existente. 

 

LA CONVERGENCIA CATASTRÓFICA DEL NEOLIBERALISMO CAPITALISTA

LA CONVERGENCIA CATASTRÓFICA DEL NEOLIBERALISMO CAPITALISTA

Una verdad irrefutable, de mucho tiempo establecida, es que el capitalismo necesita de sistemas políticos que no limiten sus movimientos internacionales de capitales. Es decir, que no le impongan restricciones legales y protejan la acumulación capitalista. Esto ha traído como consecuencia que se tolere a regímenes fascistas o totalitarios, como ya ocurriera durante el siglo pasado en Europa con Mussolini, Hitler o Franco, o la cadena de dictaduras que, bajo la tutela de Estados Unidos, caracterizó la historia de las naciones del cono sur de nuestra América, a pesar de sus desmanes en materia de derechos humanos. Otras consecuencias se reflejan en la desigualdad social y en la explotación irracional de recursos naturales, lo cual afecta principalmente a los países que suelen calificarse como en vías de desarrollo o subdesarrollados, siendo ésta una condición favorable para quienes controlan el sistema capitalista mundial.

Así, más allá de lo que se pudiera percibir a simple vista, David Barrios Rodríguez, en su Tesis sobre la militarización social en América Latina y el Caribe, expone que «los efectos devastadores del proyecto político, económico, cultural y social del neoliberalismo, se combinan con los de los cada vez más frecuentes desastres naturales, conformando lo que se ha caracterizado como una “convergencia catastrófica”, aquella en la que cada uno de sus componentes profundiza y se expresa en los otros. Esto se presentaría con mayor virulencia en el “Trópico del caos”, es decir, la franja del planeta entre los Trópicos de Cáncer y Capricornio, en los que poblaciones históricamente relacionadas con la agricultura y la pesca (casi 3 mil millones de personas) se ven enfrentadas a los efectos del cambio climático, lo que coloca en el panorama el incremento de distintas expresiones de conflictividad social, lo que incluye fenómenos de violencia armada y guerras». Como el mismo autor lo señala, son dimensiones de una crisis de carácter civilizatorio, una crisis que, por cierto, pocos quieren percibir sin escándalo y, menos, se plantean resolver de un modo que pueda, o deba, ser radical. Esto no sería una simple elucubración si en cada región del planeta, incluyendo aquellas en donde la presencia humana es un elemento mínimo o ausente, no hubiera registro de los efectos devastadores de la crisis climática que nos envuelve a todos, lo que ha sido planteado en las muchas cumbres convocadas para tratar este tema.

La universalización de los mercados de capitales a través de lo que se conoce en la actualidad como revolución 4.0 ha logrado, entre otras cosas tangibles, la alteración del orden mundial vigente. Cuestión que se maximizó a causa de la pandemia de la Covid-19, obligando a muchas personas a reprogramarse en un sentido productivo, lo que destapó en muchas de ellas sus potencialidades como emprendedoras, dándole un cariz diversificado a las economías de sus naciones. Al mismo tiempo, esta universalización de los mercados de capitales pone sobre la mesa la necesidad de conseguir una redistribución humanitaria que contribuya a moldear un nuevo tipo de sociedad, combinando la eficacia que se demanda de las instituciones del Estado, a través de una democracia efectivamente participativa y protagónica, y la igualdad social con la cual deje de existir el abismo tremendo que existe entre aquellos que poseen capitales que superan el presupuesto anual de algunos gobiernos y quienes apenas tendrían lo básico para sobrevivir.

Ahora, cuando nos hallamos cercados por un capitalismo de vigilancia (representado por las grandes corporaciones transnacionales tecnológicas), convertido en amo y guardián del mercado, de la comunicación y de su contenido, se observa cierta una incompatibilidad entre éste y la exigencia cada día creciente de representatividad y participación ciudadana de las mayorías. Acá es necesario acotar que, lejos de propiciarse una sociedad mundial que comparte el conocimiento y participa libremente en los espacios digitales de la comunicación, se han instaurado unos modelos de conducta, una unidireccionalidad del pensamiento y una abierta discriminación de aquellos que no respondan a los intereses del sistema actual y defienden su idiosincrasia y diferenciación. Es lo que resume Ignacio Ramonet como “la conquista mediática del planeta”, en lo que sería una tecnoutopía. En tal sentido, muchos analistas coinciden en señalar que las nuevas tecnologías no estarían contribuyendo al perfeccionamiento de la democracia sino todo lo contrario. Antes que resignarse a su concreción y continuar imitando el modelo productivista y destructivo de «desarrollo», habrá que buscar enfoques diferentes y modificar radicalmente, entre otros elementos, los modelos de consumo existentes. Con ello se podrá revertir la convergencia catastrófica a la cual nos ha conducido, prácticamente de modo inevitable, el neoliberalismo capitalista.

ECOTOPÍA: UNA PROPUESTA DE REVOLUCIÓN PARA EL MUNDO

ECOTOPÍA: UNA PROPUESTA DE REVOLUCIÓN PARA EL MUNDO

En palabras de Amy Goodman y Denis Moynihan «la perspectiva de un cambio climático catastrófico e irreversible y el posible declive de la democracia en el mundo son escenarios muy reales». Esto en coincidencia, si cabe entenderlo de esta manera, con los vaticinios de científicos y gente dedicada a la preservación del medio ambiente que, de medio, tal parece no quedaría mucho que ver, obligará a los seres humanos a emprender propuestas ecotópicas mediante las que será posible alterar las distintas estructuras sobre las que se sostiene el actual modelo civilizatorio capitalista mundial. Sin esta comprensión, será algo más que difícil disminuir los efectos cada día en ascenso de la crisis climática que, de no lograrse, representaría el fin de la humanidad y, con ella, de todo vestigio de vida en todo nuestro planeta. Por ello es fundamental que las concepciones conocidas desde hace unos siglos sean modificadas o eliminadas de raíz en función de los cambios revolucionarios que deben propiciarse, involucrando gobiernos, empresas, academias y pueblos de manera consciente y amalgamada; logrando los objetivos trazados para la sobrevivencia de todos. En este caso, habrá que hablar de ecología social, economía ecológica y ecología política, entendiendo que ninguna podría enfocarse de forma aislada sino de forma encadenada, puesto que cada una se enlaza con las otras, constituyendo una sola propuesta revolucionaria. La fragmentación y la disgregación propiciadas por los intereses y la lógica del capitalismo se verían rebasados por una nueva conciencia social, expresada ésta en la concepción, por ejemplo, de los bienes jurídicos ambientales como un patrimonio común e irrenunciable perteneciente a toda la humanidad y no únicamente a quienes tienen el poder del dinero, es decir, los grandes conglomerados transnacionales que ambicionan el control total de los recursos que nos brinda la naturaleza, lo que modificará y ampliará lo que se entiende por propiedad.

Así, todos los ámbitos vitales se entrecruzan en esta propuesta, haciendo obsoleta toda posibilidad de simple reforma del orden vigente, en lo que será una revolución radical, apuntando a la extinción consciente del modelo de civilización liberal y del capitalismo como su sistema económico hegemónico. Esto debe conducirnos a la construcción colectiva de un nuevo espacio vital que marque el inicio de un nuevo tiempo histórico en los cuales sea un rasgo destacado el respeto a la dignidad y la vida de todos, en una interrelación armoniosa con nuestro entorno. Podría argumentarse, recurriendo a los paradigmas tradicionales, que la crisis climática, la pérdida creciente de biodiversidad y los demás problemas socioambientales causados por la voracidad capitalista sólo requieren de una buena voluntad y alguna legislación al respecto para resolverlos, en algún futuro que se visualiza, cada vez, inexistente o imposible. Con una economía de base extractiva y, generalmente, monoproductora, las naciones de nuestra América, principalmente, están más expuestas a confiar en la ilusión del capitalismo como recurso para acceder al desarrollo de sus economías, lo que ya cumplió un ciclo de más de cien años, esperando acceder a los mismos estándares de vida de Estados Unidos y Europa occidental. Para cambiar los parámetros seguidos en nuestros países hará falta impulsar la ecología económica, gracias a la cual las personas y la naturaleza dejarán de verse como meras mercancías. En consecuencia, el proceso de producción material necesario para la existencia de la humanidad tendría un enfoque contrario al capitalista.

La ecología económica estimulará la conformación de sistemas de producción y de consumo local de alimentos, de ser posible, en las mismas comunidades, de finanzas solidarias que se diferencien totalmente de la banca tradicional y de comercialización colaborativa, con prosumidores ganados a la idea de generar beneficios colectivos y exclusivamente particulares; todo lo cual producirá la democratización de la economía y el desarrollo local o comunitario en un alto grado, sin la acostumbrada dependencia foránea. La autonomía y el empoderamiento que esto representa para nuestros pueblos es mayor al que pudieran aspirar bajo los sistemas existentes. Aquí adquiere un papel relevante la ecología política, cuya trascendencia se hallará orientada a la transformación estructural del Estado, con autonomías y asambleas locales que incidan positivamente en la ampliación del concepto y el ejercicio de la democracia, dando cabida al derecho ambiental, la gobernanza ambiental y la economía y la gestión ambiental que deben estar presentes en cada empresa. 

El respeto a la diversidad social, cultural, biológica, geográfica y territorial - aunada a unas nuevas relaciones políticas y económicas donde se privilegie la práctica emanciparadora de la democracia participativa y protagónica -, garantizada y contenida en la Ecotopía que comienza a tomar cuerpo en diferentes latitudes, debe ser el norte de todas las luchas de los movimientos populares en contra del capitalismo y del tipo de sociedad que este ha moldeado según sus intereses. Todo esto, a grandes rasgos, significa erigir una pluralidad de valores que, en el mundo contemporáneo, tiende a achicarse, dado que es parte intrínseca del capitalismo en su versión neoliberal. El propósito central de la ecología social, la ecología económica y la ecología política (vistas como partes de un todo) ha de ser la sustentabilidad de la vida de seres humanos y naturaleza por igual. No pueden ni deben separarse en función de uno de los órdenes en que se divide el modelo civilizatorio imperante. La toma de decisiones y la gestión pública estarán, por lo tanto, subordinadas al objetivo supremo de la transformación de este modelo civilizatorio, lo que exige la adopción de conductas, estructuras y medidas acordes con el mismo. En todos los renglones se toman en cuenta los límites biofísicos, compartiendo criterios similares a los de los pueblos originarios y campesinos, sin que esto sea interpretado del todo como un idealismo utópico más que alguien podría calificar de irrealizable. 

LA INSURRECCIÓN DE LA TIERRA

LA INSURRECCIÓN DE LA TIERRA

 

El avance y la consolidación del tipo de sociedad burguesa vinieron a significar la limitación y eliminación de la propiedad colectiva de la tierra entre los pueblos ancestrales u originarios, si es entendible este concepto de la propiedad (tal como lo entendemos) de los continentes subyugados y colonizados por las principales potencias europeas. Con esto se inició una historia de confrontaciones entre quienes defienden sus derechos tradicionales y aquellos que, al amparo de las leyes y de su poder económico, procuran desalojarlos en nombre del progreso. Confrontaciones que han tenido como saldo el atropello, el asesinato y la desaparición de miles de dirigentes campesinos e indígenas a lo largo y ancho de nuestra América, con un bajo desempeño de las autoridades por investigar, frenar y castigar esta violación de los derechos humanos.

Las expectativas de desarrollo de la civilización -difundidas a partir del afianzamiento de la visión eurocentrista con el estallido de la Revolución Francesa de 1789- establecieron una imagen lineal del desarrollo histórico de los modos de producción, lo que, de alguna manera, reforzaran Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista al decretar que las diferentes luchas de clases del pasado (incluyendo las de su época) desembocarían "en una transformación revolucionaria de la sociedad entera o en la destrucción común de las clases en lucha". Esta concepción legalizó, por una parte, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, sin importar sus consecuencias en cuanto al futuro común de la humanidad, y, por otra parte, la explotación y esclavización de aquellos pueblos considerados salvajes, incultos o inferiores; lo que sirvió para que el capitalismo se asentara como el sistema económico hegemónico que es actualmente y fuera reverenciado desde entonces como el único sistema posible mediante el cual se podrá alcanzar el bienestar material humano.                 

Con este trasfondo, y gracias al empuje de las luchas populares escenificadas al través del tiempo, surgió una generalidad de derechos garantizados por la Constitución y el Estado pero que -en un sentido pragmático y reiterado- se convirtieron en privilegios de las minorías dominantes. De este modo, los pueblos originarios y campesinos son víctimas constantes de desplazamientos inducidos y planificados por terratenientes y grupos corporativos, teniendo en mira sus territorios, ricos en biodiversidad y en recursos de alto valor estratégico.

En el caso de las grandes corporaciones transnacionales, éstas han impuesto zonas económicas especiales en diversas latitudes que constituyen enclaves productivos de exportación (provistos de una excepcionalidad jurídica y arancelaria, en lo que serían, sin exageración, enclaves neocoloniales, por lo que requieren que ningún derecho de propiedad comunal de la tierra impere sobre el derecho de propiedad privada. Oponerse a todo ello es algo subversivo y necesario. Exige, además, darle forma a las opciones con que pueda combatirse con éxito la dictadura mercantilista del modelo actual yanqui-eurocentrista y su falta de ética social. Una de las cosas que deben incluir estas opciones es la soberanía alimentaria, lo que no contemplan las políticas neoliberales, centradas en la obtención de ganancias y no en la satisfacción de las necesidades básicas colectivas y, menos, en el respeto de la naturaleza. Por consiguiente, se puede afirmar que la solución definitiva a las crisis migratoria, energética, alimenticia, climática, sanitaria, hídrica y financiera que recorren el mundo no podrá obtenerse, de manera eficaz, desde la perspectiva del capitalismo, siendo éste -como lo es- el factor determinante de las mismas.

En su lugar, desde los diversos movimientos populares que representan la insurrección de la tierra, ubicados incluso en las ciudades, tendría que gestarse “una nueva concepción filosófica que supere a la Modernidad, al positivismo, al marxismo y la post-modernidad para conseguir la verdadera emancipación integral del hombre y la mujer en una sociedad convivencial entre el ser humano, la naturaleza y los instrumentos de producción, es decir, la sociedad convivencial ecológica”, como lo plantea Douglas Bravo. Con ello se asegura también la multiplicidad y pluralidad étnico-culturales, no como diversificación de la dependencia frente a lo que se ha dado en designar unilateralismo y pensamiento único, promocionado, fundamentalmente, por la clase imperialista de Estados Unidos en un proceso marcadamente neocolonial que tiene como instrumentos primordiales a sus fuerzas militares y los capitales de sus grandes corporaciones transnacionales. La insurrección de la tierra abarca, por tanto, algo más que la simple defensa de los territorios antiguamente ocupados por los pueblos originarios y campesinos. Ella debiera verse, por ende, como la respuesta/propuesta de contenido anticapitalista que, sustentada en los valores populares, crearía las condiciones para que exista realmente una nueva civilización, de rasgos humanistas, ecologistas y, sobre, democráticos, diferente en todo a la existente. -                   

 

LA CONCIENCIA HUMANA FRENTE A LA PACHAMAMA

LA CONCIENCIA HUMANA FRENTE A LA PACHAMAMA

La pandemia del Covid 19 ha destapado (o puesto de relieve) lo que es, aunque se niegue o se minimice, una realidad incuestionable: la destrucción de la naturaleza a manos de los seres humanos guiados por la lógica irracional del capitalismo. No hace falta recurrir a Karl Marx u otro destacado teórico del comunismo para detectar y denunciar los estragos causados por el sistema capitalista en todo el orbe. Es algo que cada persona sensata puede confirmar solo con observar las consecuencias del extractivismo y de la industrialización que impulsa la mayoría de los gobiernos del mundo, anhelando alcanzar los mismos niveles de desarrollo de Estados Unidos y demás naciones capitalistas, afectando grandes extensiones de territorios, generalmente ocupados por campesinos y pueblos originarios que son desplazados a la fuerza por grupos paramilitares al servicio de terratenientes y empresarios interesados en conseguir su control.

Ahora, al margen del resurgimiento de algunas antiguas supersticiones europeas, muchas personas perciben que la aparición y extensión del Covid 19 obedece a la ruptura existente respecto a la naturaleza.


«Estamos -como lo advierte Alberto Acosta en su artículo 'Reecuentro con la Madre Tierra: Tarea urgente para enfrentar las pandemias'- en medio de un colapso climático: No podemos olvidar que los cambios en el clima han sido parte consustancial en la historia de la Tierra. Y este colapso lo hemos fraguado los seres humanos en el marco de lo que se conoce superficialmente como el 'antropoceno'; en términos correctos corresponde al 'capitaloceno'». La conciencia que adquieran en este contexto nuestros pueblos podría contribuir a revertir sus efectos negativos, al modo de la cosmovisión de los pueblos indígenas, sintiéndose cada quien como parte de esa misma naturaleza que nos sirve de base para nuestra sobrevivencia, pero sin la separación aportada por la visión eurocéntrica que tanto ha generado a través de los siglos.

En este caso, la Pachamama, nuestra Madre Tierra, tendrá que ser reivindicada. Es una misión que debe motivar a todos al cambio radical del tipo de sociedad vigente. No es creer que, superada la pandemia, todo volverá a la normalidad cuando dicha 'normalidad' es la raíz del problema. Es un cambio de índole cultural necesario. Esto supone desprenderse de los conceptos y de los paradigmas que sustentan este tipo de sociedad, de modo que puedan concretarse, realmente, los ideales de la democracia, la libertad, la igualdad, la soberanía de los pueblos y, por supuesto, esa armonía que debiera existir entre la humanidad y la naturaleza. Algo que no debe limitarse a una simple enunciación idealista o utópica sino a una práctica social que se extienda a todos los ámbitos aunque ella implique mantener una lucha constante, asimétrica y, a veces, agotadora contra quienes (desde las grandes empresas capitalistas transnacionales) pretenden ejercer una hegemonía absoluta sobre los seres humanos y la naturaleza en beneficio exclusivo de sus intereses económicos. Esto exige una nueva conciencia, orientada al establecimiento de unas nuevas relaciones de poder, de unas nuevas relaciones de producción, de unas nuevas relaciones humanas y, básicamente, de unas nuevas relaciones respecto a nuestra Pachamama, nuestra Madre Tierra.

NUESTRAS VIDAS Y EL INSUSTENTABLE FUTURO CAPITALISTA

NUESTRAS VIDAS Y EL INSUSTENTABLE FUTURO CAPITALISTA

El derretimiento acelerado de los glaciares como consecuencia de la actividad humana destructiva sobre la naturaleza hace prever a científicos y grupos ambientalistas una catástrofe de proporciones globales irreversibles. A esto se une lo que viene ocurriendo desde hace décadas en el vasto territorio de la Amazonía, víctima constante de la voracidad de hacendados y mineros que ven en su ocupación y explotación indiscriminada la manera segura de enriquecerse; contando para ello con la desidia y el beneplácito de algunos gobiernos de la región. Ambos hechos han condenado a la extinción a una infinidad de especies animales y vegetales, lo que escasamente ha merecido la atención de los medios de información más influyentes existentes, como de los gobiernos, de las principales naciones capitalistas desarrolladas. Una situación que se repite sin alteración (salvo cuando esta es extrema) desde que en la década de los 80 se puso de manifiesto la gravedad representada por los niveles crecientes de polución y de reducción de la capa de ozono.

 

En el caso concreto de la Amazonía, según datos aportados por algunas entidades públicas y privadas -estudiosas de los graves efectos de los incendios, las talas, el extractivismo y las labores agropecuarias que allí tienen lugar- estos adquieren un mayor impacto en aquellos espacios protegidos donde habitan pueblos originarios, muchos de las cuales son ordinariamente acosados y desalojados a la fuerza. Otro tanto puede afirmarse respecto a Centroamérica, México, Colombia o Filipinas donde ecologistas y dirigentes campesinos son asesinados, sin una acción efectiva del Estado para evitar y castigar tales delitos. En cualquier caso, el afán desmedido de ganancias que impulsa al sistema capitalista en general ha conducido a la humanidad entera a una situación difícil de sobrevivencia.

 

Durante la última Cumbre de Acción Climática realizada se puso de relieve -quizá con más apremio que antes- la comprensión de la unidad existente entre los derechos humanos y la crisis ambiental. Esto, como bien lo señalan muchos analistas sobre este tema, impone una acción global urgente que, en un primer momento, disminuya el incremento de la contaminación ambiental, lo cual, a su vez, exige la implementación de medidas continuas que coadyuven al establecimiento de nuevas relaciones de producción; lo que debiera conducir a largo plazo al reemplazo del capitalismo como sistema económico hegemónico por uno más racional y equitativo.

 

En afirmación de István Meszáros en su libro El desafío y la carga del tiempo histórico. El socialismo en el siglo XXI, “lo que resulta sistemáticamente ignorado -y que, dados los inalterables imperativos fetichistas e intereses creados del capitalismo mismo, tiene que ser ignorado- es el hecho de que, inexorablemente, vivimos en un mundo finito, con sus límites objetivos literalmente vitales. Durante largo tiempo en la historia humana, incluidos varios siglos de desarrollos capitalistas, fue posible ignorar -como en verdad ocurrió- esos límites con relativa seguridad. Sin embargo, una vez que ellos se hacen firmes, como categóricamente tienen que hacerlo en nuestra irreversible época histórica, no existe sistema productivo irracional y despilfarrador, sin importar cuán dinámico sea (de hecho, mientras más dinámico peor), que pueda escapar de las consecuencias. Tan sólo podría ignorarlos por algún tiempo, mediante una reorientación hacia la despiadada justificación del imperativo más o menos abiertamente destructivo de la autopreservación del sistema a toda costa: predicando la conseja de ‘no hay ninguna alternativa’, y, ya en ese espíritu, dejando a un lado o, cuando no haya necesidad, eliminando brutalmente incluso las señales de alarma más obvias que presagian el insustentable futuro”.

 

Ello supone acceder a una visión de la sociedad radicalmente distinta. No únicamente a la que debiera existir bajo el imperio del mercado y la expansión desarrollista del capitalismo. Frente a semejante realidad, se hace imperiosa la instauración de un modelo económico social, autónomo y solidario, en armonía con la madre naturaleza y con la existencia humana, con patrones diferentes de progreso y, por ende, de consumo; todo ello como la última (si no, la única) opción de la humanidad para continuar morando en toda la faz de la Tierra. 

¿CONCIENCIA SOCIAL-ECOLOGISTA O IRRACIONALIDAD CAPITALISTA?

¿CONCIENCIA SOCIAL-ECOLOGISTA O IRRACIONALIDAD CAPITALISTA?

 

Con un liberalismo pragmático individualista, cuya manifestación mejor acabada es Estados Unidos (superando en muchos aspectos al originado en Europa siglos atrás), resultaría difícil lograr -a corto plazo- que las fuerzas productivas y las relaciones de producción sirvan de catapultas para la emancipación integral de las personas y no continuar siendo, como hasta ahora, los factores que hacen posible su dominación y enajenación. Esto -a grandes rasgos- impondría la obligación de poner en práctica una conciencia social, humanista y nada centrada en un interés egoísta y mercantilista sino impulsado por una sana aspiración de justicia e igualdad sociales, intrínseca de toda lucha popular. Esto, a su vez, convertiría al pueblo en arquitecto de su propio destino, construyendo, en consecuencia, su propia historia, de manera consciente, sin las ataduras creadas por el capitalismo y el Estado burgués vigentes.

 

Dicha conciencia social y humanista, por otra parte, debe ser producto de una autotransformación humana constante, de modo que ella revolucione la realidad circundante, pero bajo parámetros novedosos que no entren en contradicción con el objetivo primordial de erigir un modelo civilizatorio de nuevo tipo; lo que implica trascender el marco limitado de los reformismos económicos y/o políticos con que se prolonga la existencia del viejo orden establecido. Así, las relaciones capitalistas de producción y de explotación del hombre por el hombre tenderían a eliminarse, en un periodo de tiempo que no puede fijarse de antemano, si no hay de por medio una acción revolucionaria coherente por parte de sus víctimas principales: los sectores populares. En este caso, se debe comprender que no podría proyectarse, perseguirse y alcanzarse un desarrollo multilateral, integral y emancipatorio, en beneficio de la sociedad y de cada individuo, manteniendo intactas las estructuras y valores que le dan vida al sistema capitalista. De ello da cuenta la historia de la extinta Unión Soviética, lo que debiera ser materia de estudio de todo aquel que pretenda llevar a cabo una revolución anticapitalista, democrática y profundamente humanista, a fin de no repetir (de forma inconsciente) sus mismos errores, omisiones y desviaciones.

 

Lejos de disminuir, esta resistencia global  tiende a multiplicarse, ahora con más fuerza al corroborarse las consecuencias apocalípticas de la continua acción depredadora del capitalismo sobre todos los recursos naturales existentes en nuestro planeta. Pese a la represión, la intimidación y el asesinato de dirigentes sociales y políticos comprometidos con dicha resistencia, esto último constituye el fundamento principal que anima la misma, cuestión que ha sumado a más personas, especialmente jóvenes, en una cruzada que une, o vincula, la defensa de los derechos humanos con la preservación apremiante de la naturaleza. Frente a ella, el capitalismo es el máximo responsable. En consecuencia, aun aquellas personas que en nada quieren identificarse con alguna tendencia político-ideológica, han terminado por entender que éste debe ser transformado antes que su voracidad cause un mayor desastre ecológico al causado durante más de un siglo. Esta toma de conciencia, llevada a una escala superior, motivaría la puesta en marcha de una cooperación global como jamás se vio en toda la historia de la humanidad. Con pueblos y gobiernos unidos en una misma causa. Gracias a ello, quizá, puedan cambiarse de raíz algunos paradigmas del modelo actual de sociedad, lo que valdría llamar una verdadera revolución, gestada entre todos, pero principalmente por quienes han sido víctimas reiteradas de la irracionalidad capitalista. -   

CRISIS ECONÓMICA Y CRISIS ECOLÓGICA: MANIFESTACIONES DE UNA CRISIS CIVILIZATORIA GLOBAL

CRISIS ECONÓMICA Y CRISIS ECOLÓGICA: MANIFESTACIONES DE UNA CRISIS CIVILIZATORIA GLOBAL

Expuesta a una vulnerabilidad ascendente y extrema, a la humanidad entera se le plantea actualmente resolver con diligencia y sensatez los graves problemas de contaminación ambiental causados -principalmente- por el sistema capitalista. Algo que no se podrá obviar aunque sus apologistas afirmen todo lo contrario. La prueba es el cambio climático (más bien, la catástrofe climática) que amenaza con barrer todo vestigio de vida sobre la Tierra. Esto, no obstante, es reiteradamente negado por sus principales beneficiarios -representados por las grandes corporaciones transnacionales que explotan recursos naturales de una diversidad de naciones y controlan a su antojo el mercado internacional capitalista- haciendo creer que todo ello es normal y es el precio que se ha de pagar para alcanzar y disfrutar las bondades del progreso.Mientras algunos dirigentes políticos, algo más conscientes que otros, probablemente presionados por la opinión pública, consideran que sólo bastan algunas regulaciones acordadas por los gobiernos, al estilo del Protocolo de Kioto o la Convención sobre Cambio Climático, otros hacen gala de una completa ignorancia respecto a dicho tema, cuyo ejemplo más inmediato es el presidente Donald Trump.

Posiciones que no ayudan a definir con mayor claridad el meollo de este delicado asunto, dejándolo en un segundo plano. En este caso, la solución implica una revolución en términos absolutos que transforme por completo el modelo civilizatorio actual, el cual -no está de más recordarlo- se basa en la lógica capitalista y crea un cúmulo de contradicciones y de relaciones de poder que pone en constante tensión a la mayoría de los ciudadanos, afectados, directa e indirectamente, por éste. 

Tal como lo denota Win Direckxsens en La transición hacia el postcapitalismo: el socialismo del siglo XXI, “el incremento en la velocidad de la rotación del capital significa una intensificación en la explotación de recursos naturales. El ritmo de reproducción de capital supera cada vez más el ritmo de reproducción en la naturaleza. Esta tendencia se desarrolla a costa de la naturaleza y en detrimento del medio ambiente, algo que ya se manifiesta a gritos a partir de los años setenta”. Como se ve comúnmente en el caso de las naciones sudamericanas que comparten la variada y rica extensión territorial de la Amazonía (preservada desde hace siglos por los pueblos originarios que la habitan), la cual es blanco de la mirada codiciosa de las grandes corporaciones transnacionales por la biodiversidad y la gran porción de recursos minerales estratégicos que alberga, todos indispensables para la continuidad del estilo de vida consumista de Occidente, causante principal del alarmante deterioro medioambiental sufrido a escala mundial.

Para muchos analistas, la crisis económica a nivel global se revela paralelamente con la crisis ecológica suscitada, de un modo general y constante, por el capitalismo, lo que conduciría, a su vez, a entablar un serio cuestionamiento de lo que representa el modelo civilizatorio actual para la sobrevivencia de todo género de vida en la Tierra. Es vital comprender que el     sistema capitalista es víctima de la paradoja de no poder no expandirse; es decir, si éste permanece estable, se estanca y muere, cuestión que no importara mucho si la misma no representara un holocausto general, de incalculables proporciones. Es imperativo que se geste cuanto antes una justicia social y ambiental en armonía con la naturaleza. No sólo en interés del beneficio humano.

Hacen falta, por tanto, unas nuevas o renovadas cosmovisiones que hagan parte a los seres humanos de la naturaleza, de un modo similar a las observadas en todos los pueblos originarios que han mantenido un estrecho vínculo con su entorno, sin que ello se interprete como una regresión utópica automática sino como la necesidad de emprender un nuevo rumbo civilizatorio, diferente en mucho (o en todo) al existente.