Blogia
Homar_mandinga

EL MUNDO DEL CAPITALISMO

LOS POBRES NO SON POBRES PORQUE QUIEREN

LOS POBRES NO SON POBRES PORQUE QUIEREN

Básicamente, la falta de oportunidades sería la causa principal de la pobreza en cualquier latitud del mundo. Sin embargo, suele pasarse por alto la existencia de las grandes disparidades económicas, culturales, sociales y, hasta, políticas que separan a ricos y pobres, lo que tiende a crear el mito que le atribuye a estos últimos la responsabilidad total de su vida menesterosa o, cuando menos, a un designio inapelable de la Providencia, salvando así cualquier cuestionamiento que pudiera hacerse en contra del orden establecido.

Aferradas a esta convicción, muchas personas -sin admitirlo abiertamente- justifican el hecho que haya  una división de clases en nuestro modelo de sociedad. Como mantra, repiten que la igualdad de oportunidades nos permite a todos, si trabajamos con ahínco, escalar hasta la cúspide mientras los fracasados (empobrecidos) sólo son víctimas de su propia incapacidad y flojera. Olvidan el detalle de que los exitosos económicamente alcanzan este nivel gracias a la plusvalía obtenida de la explotación de quienes trabajan a diario para ellos, incluso indirectamente, obteniendo a cambio una remuneración que apenas cubre sus necesidades básicas para vivir junto con sus familias. Bajo la óptica del capitalismo, los pobres encarnan, por otra parte, a los enemigos de la población -considerándoseles, incluso, simples delincuentes contra quienes no resultaría suficiente la aplicación rigurosa de las leyes- por lo que debieran excluirse del radar de atención moral del Estado y, en consecuencia, de toda la sociedad, en lo que sería una práctica de darwinismo social convertida, ahora, en una doctrina económica en beneficio de la preservación del mercado. A los pobres se les acusa de ser pobres porque quieren y de no pensar en el futuro, de solo buscar satisfacciones lúdicas diarias e inmediatas, lo que traba el normal desenvolvimiento y la consolidación del progreso económico de las naciones en que residen. Este aspecto criticable entre los pobres es, sin embargo, destacado y reforzado entre aquellos que mejor se adaptan a la lógica capitalista, preocupándose por vivir, también, el presente y por convertirse en herramientas eficaces de su propia esclavitud al procurar ser unos emprendedores altamente competitivos y productivos.

Como parte de una estrategia que pueda contribuir efectivamente a la reducción y la erradicación de la pobreza, algunos estudiosos de esta realidad social proponen que debe estimularse entre la gente pobre, o empobrecida, la convicción de la autosuficiencia, lo que equivale a emprender la eliminación de los hábitos de dependencia que les impiden darse cuenta de cuáles son sus potencialidades. Equivale igualmente a desprenderse de los viejos prejuicios existentes en torno suyo. En la situación específica de Venezuela estos han sido creados y reforzados ideológicamente por los sectores dominantes, imponiendo lo que Franco Vielma llama una “cultura de élite extrapolada a la sociedad en su conjunto, que da cuenta de nuestras relaciones culturales parasitarias y dependientes de la renta petrolera. Es la explicación de la inconformidad venezolana que empuja a los pobres a aspirar a ser clase media y los clases medias a aspirar a ser ricos de manera fácil y rápida”. Esta es, dicho sea de paso, una cultura heredada de cuando la España monárquica dominaba este ancho territorio, que, en muchos aspectos, sobrevivió a la era republicana y terminó por expandirse hasta el sol de hoy, gracias, precisamente, a los ingentes dividendos obtenidos desde hace cien años del extractivismo petrolero. La fatalidad que ella transmite no estaría representada, no tanto en la falta de disciplina para el trabajo (algo que muchos vienen haciendo desde su más temprana edad y en condiciones inhumanas de explotación) o de aspiraciones personales sino en los antivalores de dicha cultura, los que les facilitan a unos cuantos disfrutar, al margen de cualquier miramiento legal y moral, del bienestar derivado del capitalismo.  Por ello, la opción es obvia: la construcción necesaria de una identidad sociocultural propia que estimule la autoestima y la autogestión entre quienes se hallan en el rango oprobioso de la pobreza. Ella representa, asimismo, la ruptura de la dependencia en relación con quienes controlan el poder y, de profundizarse, la constitución de un nuevo orden civilizatorio, más justo, democrático y emancipatorio. -   

 

LA ILUSIÓN DE LA COMUNICACIÓN LIBRE

LA ILUSIÓN DE LA COMUNICACIÓN LIBRE

En un mundo sometido a la lógica capitalista y al control de la información en todos sus aspectos, será algo anormal suponer que existe una comunicación libre; a pesar de los grandes avances tecnológicos y afluencia de redes sociales por doquier. Ello explica, por ejemplo, la ola rusofóbica que se ha extendido por gran parte de Europa y Estados Unidos, a propósito de las acciones militares de Rusia en suelo ucraniano, o los epítetos aplicados al gobierno de Nicolás Maduro, con lo que se buscaría justificar cualquier tipo de medidas en su contra.

Sobre tal tema, se puede citar al intelectual francés Albert Camus cuando señala que «la libertad no consiste en decir cualquier cosa y en multiplicar los periódicos escandalosos, ni en instaurar la dictadura en nombre de una libertad futura. La libertad consiste, en primer lugar, en no mentir. Allí donde prolifere la mentira, la tiranía se anuncia o se perpetúa. Está por construirse la verdad, como el amor, como la inteligencia. Nada es dado ni prometido, pero todo es posible para quien acepta empresa y riesgo. Es esta apuesta la que hay que mantener en esta hora en que nos ahogamos bajo la mentira, en que estamos arrinconados contra la pared. Hay que mantenerla con tranquilidad, pero irreductiblemente, y las puertas se abrirán». Esto, indudablemente, marca una profunda diferencia respecto a la ética y la moral de los grandes medios corporativos, muchos de los cuales mantienen una línea editorial ajena a los intereses populares y están alineados con la preservación del orden establecido.

En la actualidad, el vasto proceso de producción, distribución y recepción de información a escala global oscila entre la verdad o la mentira. Si se opta por la primera, es muy posible que se repita una situación similar a la sufrida por el editor de WikiLeaks, Julian Assange, encarcelado por dar a conocer públicamente documentos militares de Estados Unidos sobre la invasión a Afganistán; o los asesinatos sistemáticos de periodistas en México y Colombia, envueltos en una impunidad que desmerita el Estado de derecho y justicia. La sincronía de las corporaciones transnacionales de la comunicación logra que la opinión pública acepte como verdaderas las mentiras, creando imágenes de personajes (especialmente, políticos) que los hacen ver ya sea de forma negativa o, en otros casos, positiva, dependiendo de cuál es el interés que se persigue y defiende. Como ocurre con el escenario electoral presidencial colombiano.

Con muchos elementos en contra, sin embargo la comunicación alternativa es factible y, de hecho, comenzó a minar y contrarrestar la influencia de los grandes medios tradicionales, obligándolos a utilizar los mismos recursos tecnológicos pero sin los mismos efectos. La información compartida por Internet ha conseguido que muchas personas sean escépticas y se esfuercen por escudriñar la verdad de las cosas. Así, la diversidad y la autonomía observadas entre los movimientos, individualidades o grupos que promueven esta comunicación alternativa podrían incrementar las exigencias democratizadoras que se extienden por todo, incluyendo las limitaciones a la apropiación de datos por parte de Facebook y otras corporaciones transnacionales similares que lucran con las informaciones extraídas de sus millones de usuarios, quienes son víctimas de los algoritmos que censuran sus contenidos, así se refieran a hechos y personajes históricos. Esto último ha hecho que muchos planteen la alternativa de desprenderse de Internet. No obstante, «la complejidad del mundo de hoy - en afirmación de Guiomar Rovira Sancho - obliga a desentrañar que, frente a la datificación de la vida, la resistencia no pasa por desconectarse sino por explotar sus potencias, desenmascarar las trampas de un panóptico digital movido por intereses capitalistas y militares, y tomar las riendas democráticas del ciberespacio común». Quedará en nuestras manos emprender un nuevo tipo de cruzada contra aquellos que, validos de su poder político y económico, pretenden mantener su hegemonía o conformarnos con la realidad que éstos nos impondrían en nombre de la libertad y la democracia; envolviéndonos con la ilusión de una comunicación libre.

LA FUNCIÓN DE LA GUERRA EN EL CAPITALISMO GLOBAL

LA FUNCIÓN DE LA GUERRA EN EL CAPITALISMO GLOBAL

Para el capitalismo (o liberalismo, como muchos también lo definen), los únicos balances válidos son los contables. Más allá de eso poco importa si la extracción intensiva de minerales, los desechos industriales vertidos en mares y ríos y la emanación descontrolada de dióxido y monóxido de carbono dañan el ecosistema y la salud de los seres humanos alrededor del planeta; además de otras desastrosas consecuencias sociales. Las mega corporaciones transnacionales, especialmente las financieras, están motivadas sólo por el logro ambicioso de grandes ganancias en el más corto plazo posible. No estará demás afirmar que las bases de tales ganancias son la plusvalía generada por los trabajadores asalariados  (indistintamente de su nivel profesional o no) y la desposesión de territorios ocupados ancestralmente por pueblos originarios y campesinos, contando para ello con la complicidad de gobiernos corruptos y complacientes. Entre las últimas décadas del siglo pasado y las primeras décadas del siglo presente, las grandes compañías europeas y norteamericanas han obtenido beneficios económicos que superan con creces el presupuesto anual de varias naciones, lo que ha incrementado la brecha existente entre ricos y pobres, tanto en lo que respecta a clases sociales como a la división Norte-Sur. 

En medio de esto, la guerra ha cumplido una función fundamental en el crecimiento y la vigencia del capitalismo. Ningún conflicto entre naciones, por muy justificado que parezca, está al margen de los intereses de los grandes consorcios que dominan el mercado capitalista. Son estos quienes están detrás de la carrera armamentista, generándoles pingües ganancias, armando por igual a gobiernos y grupos terroristas o irregulares, sin reparar en cuestiones éticas y morales. Además de esto, se benefician con la usurpación y explotación de los territorios que son escenarios de estas guerras, como sucedió con Iraq, Libia y algunas naciones africanas, ricas en recursos energéticos y minerales estratégicos; en muchas ocasiones, generadas por la industria ideológica a su servicio.

Las grandes corporaciones transnacionales tienen como objetivo regentar enclaves estratégicos en todo el mundo. Su pretensión de dominio absoluto contempla el monopolio de las nuevas tecnologías; de los flujos financieros; del acceso a los recursos naturales de cada continente; de los medios de comunicación, tradicionales y emergentes; y de las armas de destrucción masiva, las cuales son negadas al resto de los países, pero que se mantienen en manos de aquellos que sí han provocado guerras y destrucción para conservar su estatus imperial o hegemónico. Todo esto no sería, entonces, más que un totalitarismo global frente al cual cualquier derecho de los pueblos representaría una grave amenaza que tendría que ser erradicada, apelando a toda estrategia, sin importar la legalidad, la ética y la moral con que debiera actuarse. Al respecto, sobran los ejemplos. Ahora más cuando cuenta con un poder militar de alcance mundial, poseedora de adelantos tecnológicos que, salvo Rusia, China e Irán, no poseen las demás naciones: la OTAN. Además de la fuerza militar, se impone una extraterritorialidad de medidas que persiguen obligar a los gobiernos considerados hostiles o forajidos a ajustarse a sus intereses y a su concepción particular de «democracia».

Ana Esther Ceceña, coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, sostiene que, a pesar del nivel de guerra, opresión y de represión que se observa a escala global, surgen cada día nuevas y diversas formas de resistencia al capitalismo y su régimen disciplinador. «Es por esa obscena concentración de riqueza y poder que los desposeídos del mundo multiplican sus estrategias de escape y resistencia. Es decir, las condiciones actuales pueden ser percibidas como de guerra total contra la totalidad del mundo, pero simultáneamente como de insustentabilidad e ilegitimidad sistémica, de insubordinación». En tal contexto, la guerra es, actualmente, como lo fue en el siglo XX, uno de los soportes principales, de la economía globalizada. Ella garantiza que las grandes corporaciones transnacionales obtengan y conserven la acumulación y altos márgenes de ganancia, las posibilidades de inversión en cada nación y el necesario control de los mercados y materias primas; lo cual debe cuestionarse en todo momento, al margen de cualquier prejuicio o argumento que se esgrima para justificar sus acciones en contra de los pueblos del mundo. 

LA LIBERTAD HUMANA Y EL CAPITALISMO DE VIGILANCIA

LA LIBERTAD HUMANA Y EL CAPITALISMO DE VIGILANCIA

El auge y la extensión del capitalismo de vigilancia conforman una realidad totalizadora que no habría, prácticamente, ningún ser humano ajeno a ella. Éste explota un mercado donde las personas somos el producto a vender. La gran mayoría ignora, o prefiere ignorar, lo que es este capitalismo de vigilancia, envuelta en una nueva adicción que ha llamado la atención de quienes estudian el comportamiento individual y colectivo de la sociedad del siglo XXI. En la actualidad, las grandes corporaciones que controlan el internet son las que perciben ingresos cuantiosos que superan a los obtenidos por los sectores industriales y financieros. Pero esto quizá no causaría mayor alarma si solo se tratara de dinero porque eso es la lógica capitalista. Lo que advierten muchos analistas y expertos, varios ex empleados de alto rango de estas grandes corporaciones, es el control que ya se ejerce sobre segmentos importantes de la población mundial, amenazando su libertad.

 

Es conocido que todo lo que se hace en internet pasa a ser patrimonio de las empresas, siendo monitoreado cada vez que se accede a cualquier tipo de información o publicación, sin que los usuarios sepan a ciencia cierta qué es lo que se hace con ello y en qué medida podrá afectar la vida de cada quien. Lo que podría ser escalofriante es que todo esto lo hacen máquinas dotadas con algoritmos que funcionan para cotejar y anticipar estados de ánimo, preferencias, tendencias políticas o religiosas, y un sinfín de cosas que suministramos a diario gratuitamente a través de las llamadas redes sociales, pensando que ahora disponemos de un mayor grado de libertad y de objetividad al disfrutado por nuestros antepasados; incluyendo en ello lo que entendemos por democracia y libre expresión de nuestras opiniones. 

 

La desinformación (o fakes news, para quienes gusta el inglés) provee a las corporaciones del capitalismo de vigilancia el grueso de sus ganancias y su proliferación es, en gran medida, perjudicial y desestabilizadora en un vasto sentido. Mediante la difusión de desinformación tales corporaciones han convertido a las redes sociales en las mejores herramientas de persuasión que se hayan creado, con un efecto casi instantáneo, predecible y masivo. Aplicadas al ámbito político han desencadenado acciones de grupos extremistas y el desprestigio y derrumbamiento de regímenes de toda clase alrededor del planeta. Igual pasa con personas a las que se les atribuyen hechos y conductas reprobables, sin proponerse descubrir la verdad, con el saldo de crímenes de odio hacia un grupo étnico, religioso, social o nacional, como ocurre, por ejemplo, con los árabes musulmanes en Europa occidental y Estados Unidos o con los migrantes venezolanos en Sudamérica. 

 

Fidel Castro sentenció: “No es lo mismo estar desinformado que perder la capacidad de pensar”. Para evitar esta realidad catastrófica es necesario que exista y prolifere un pensamiento crítico colectivo que resulte suficientemente fuerte e influyente para que los gobiernos dicten medidas eficaces contra la mercantilización de los datos obtenidos de los usuarios de las distintas redes sociales. Para el capitalismo y sus modelos de hegemonía imperial es algo preeminente el control y moldeado de las subjetividades de quienes debe dominar y colonizar. Eso se ha hecho en cada continente desde hace más de quinientos años, borrándoles la identidad cultural a aquellos que subyuga y les impone su lógica y sus  valores. Cabe entender y comprender que, lejos del carácter inocente y gratuito de estas corporaciones, se halla una intención bien calculada de dominación que haría de los propagandistas nazis simples aficionados.

EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA Y LA NUEVA «NORMALIDAD» DEL MUNDO

EL  MODO  DE PRODUCCIÓN  CAPITALISTA Y LA NUEVA «NORMALIDAD» DEL MUNDO

Es harto llamativo que la aparición de la pandemia del  Covid-19 haya coincidido con el auge de una diversidad de movilizaciones sociales como las protagonizadas por los chalecos  amarillos en Francia o aquellas que tuvieron en jaque al gobierno derechista de Chile.  El  desconcierto y el temor provocados por las cientos de muertes reportadas en todos los continentes hizo que las nuevas  formas de resistencia contra el Estado burgués liberal y el sistema capitalista se redujeran a su mínima expresión y cedieran ante el confinamiento ordenado por los gobiernos aunque tiempo después terminaran  autoconvocándose, tal como se vió en Colombia con la minga indígena dirigiéndose hacia Bogotá.

«El problema -señala Víctor M. Toledo en su análisis "Caminando hacia una nueva civilización"- es que estas protestas y resistencias se enfocan en objetivos parciales o secundarios y no llegan a detectar y reconocer las causas profundas de la crisis: la doble explotación, del trabajo de la naturaleza y del trabajo de los seres humanos, que una minoría de minorías realiza cada vez con más amplitud y encono. Se requiere entonces de una doble liberación y emancipación: ecológica y social. Deben, pues, surgir rebeliones ambientales, igualitarias, anticapitalistas, antipatriarcales y capaces de construir una sociedad sustentable y de reformular las relaciones entre los individuos, y entre éstos y la naturaleza. Estamos, por tanto, en un fin de época, en la fase terminal de la civilización moderna, pero aún sin poder visualizar la que la sustituirá». El Covid-19, en este caso, vendría a ser la comprobación de un hecho que ha estado siempre a la vista pero del cual pocos han querido percatarse: la crisis que padece cada nación en el mundo tiene su origen en el tipo de civilización existente, regida en cada uno de sus aspectos fundamentales por la lógica capitalista. La pandemia «reveló» la brecha profunda -derivada del capitalismo neoliberal- entre ricos y pobres (lo que se aplica también a países) al verse obligados estos últimos a la exposición del coronavirus mientras los primeros tendrían la opción de autoprotegerse permaneciendo en sus propiedades. Además de eso, quedó plasmado el desinterés mostrado por gobiernos afines al neoliberalismo capitalista hacia el sistema de salud pública, dando espacio a un sistema de salud privada en el cual no tienen cabida las personas pobres o con escasos recursos económicos.

La nueva «normalidad» del mundo que algunos anuncian como un hecho inminente, descartando la extensión y la posible mutación del Covid-19, así como el estado de explotación al que se halla sometido un grueso porcentaje de la población trabajadora, implicaría un cierto cambio del modo de producción  capitalista, lo que poco afectará su esencia. Sin embargo, sí se prevé que este cambio aumentaría aún más las brechas existentes desde hace ya tres décadas, siendo la mayoría trabajadora, como otras veces a través de la historia, la que sufra las peores consecuencias al verse despojada de muchos de sus derechos en aras de la preservación del mercado.

Ante este eventual panorama, una exigencia que no debería pasarse por alto es entender la realidad en la cual le ha tocado a la humanidad vivir y transformarla de un modo raizal y definitivo. No se puede aspirar a que el modo de producción capitalista cambie por sí mismo, en una operación filantrópica imposible, cuando éste ha demostrado ser opuesto a los intereses de la mayoría, tanto en lo que respecta a la explotación de los trabajadores (independientemente de cuál sea su rango) como en lo que éste representa para la conservación de la vida en general sobre la Tierra al extraerse sus recursos naturales sin ningún tipo de consideración por su agotamiento y los nocivos efectos contaminantes que ello acarrea. En consecuencia, la nueva «normalidad» tendría que ser producto de la acción consciente de los pueblos en lucha por sus derechos e intereses y no el acomodamiento de las grandes corporaciones transnacionales que solo anhelan controlar al mundo a su antojo, todo esto en función de la satisfacción de una insaciable y depredadora sed de ganancias que resulta totalmente incompatible con la autodeterminación y la democracia a que aspiran nuestros pueblos. -

EL HARTAZGO PANDÉMICO Y LA «NUEVA REALIDAD»

EL HARTAZGO PANDÉMICO Y LA «NUEVA REALIDAD»

 

Si hay algo que ha revelado (si es que cabe el término, dado que existe desde hace bastante tiempo) el brote y la expansión de la pandemia del Covid-19 a nivel mundial, aparte de la evidente fragilidad de la salud humana y de las deficiencias del sistema público que debiera funcionar adecuadamente en cada nación para garantizar este derecho a todos sus ciudadanos por igual, es la profunda brecha económica y social que divide a ricos y pobres. Una cuestión que es reconocida por economistas y legos en la materia, ya que la misma constituye el resultado visible e inmediato de lo que ha sido, desde finales del siglo XX hasta ahora, la imposición del capitalismo neoliberal.

Para muchos analistas, lo que mucha gente llama la nueva normalidad, en el caso que acabe la pandemia del Covid-19, no será una vuelta atrás sino el establecimiento de nuevas realidades al servicio de los grandes capitales, teniendo como fondo la supresión de los niveles de democracia existentes y, como secuela de ello, la minimización y/o eliminación del Estado de bienestar tradicional. Por lo pronto, estas nuevas realidades han hecho despuntar el trabajo online a distancia (incluyendo la educación formal), lo que se traduce en un enorme ahorro de costos laborales para las grandes empresas al liberarse de la cobertura de protección social a que tienen derecho sus trabajadores. A esto se suma la incidencia grave que produce en las nuevas generaciones las medidas adoptadas en cada nación contra la propagación del coronavirus.  

 
«Los datos -escribe el periodista uruguayo Eduardo Camin en su artículo “COVID-19, el virus del capitalismo y la explosión histórica del desempleo”- van demostrando que serán las y los jóvenes entre 15 y 24 años, quienes serán uno de los rangos etarios más golpeados por el desempleo y la precarización laboral. Ya se comienza a hablar de “generación de confinamiento”, principalmente porque son quienes han visto interrumpidos sus procesos de educación, formación y capacitación, pérdidas de empleo, reducciones de jornadas y remuneración y además tienen mayor dificultad para conseguir un nuevo empleo. Este sector además es el que ha mantenido altas tasas históricas y estructurales de desempleo, previo a la pandemia». Esto último es una cuestión que ha sido escasamente abordada, obviando los cambios que ella entraña, pero que, de una u otra manera, tendrá sus repercusiones históricas en la «nueva normalidad» de la que se habla actualmente.

Las cifras en ascenso de trabajo informal y/o empleo por cuenta propia, sin dejar de mencionar la explotación de miles de trabajadores carentes de derechos laborales en procura de mantener un mínimo de condiciones de vida junto con sus familias, condena a la mayoría de los países a mantenerse en un grado de subdesarrollo quizá mayor al experimentado en el siglo pasado; sin resultados positivos significativos en materia de crecimiento económico y menos aún en la reducción de la desigualdad social. 

Para otros, la «nueva normalidad» post pandemia podría desmontar todo el ensamble de la globalización capitalista al promoverse la tendencia -adelantada por Israel y Estados Unidos- de países amurallados, con restricciones fronterizas estrictas que dejan ver un sesgo xenófobo y racista, lo que implica que el Norte global se encerraría fronteras adentro, limitando incluso su intercambio comercial con el resto del mundo. En otra perspectiva, esta misma situación podría crear condiciones para que haya un autogobierno social, lo que equivaldría asegurar para todos la integralidad y la sostenibilidad de la vida. La presencia cada vez masiva de pueblos y nacionalidades indígenas, de movimientos feministas, de comunidades campesinas y disidentes, y de diversos movimientos populares y ecoambientales en la escena pública hace presagiar que esto último sea factible y no simple utopía. Será preciso que la organización y la autoridad  comunitaria, la reciprocidad, la ayuda mutua y el trabajo colectivo que, vistas y practicadas, son acciones colectivas que cuestionan los valores legitimadores de los sectores dominantes, se conviertan -casi nada- en los pilares de un nuevo tipo de civilización. El hartazgo pandémico de millares de personas en la actualidad sería entonces la señal del comienzo de una «nueva normalidad», no la que importa al mercado capitalista sino la que todos debiéramos anticipar y crear en nuestro común beneficio.-

EL APREMIO DE UNA DEMOCRACIA REAL Y DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

EL APREMIO DE UNA DEMOCRACIA REAL Y DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

Cuando se trata de analizar lo que ocurre en muchos países frente a la vigencia (para algunos, moribunda) del sistema capitalista se debe tener presente que este genera a lo interno de cada país una multiplicidad de resistencias populares que no encajan (ni debieran encajar, como generalmente se acostumbra) en una clasificación única o universal. Esta heterogeneidad de resistencias, vale afirmar, se ajusta a la realidad creada bajo el influjo del capitalismo neoliberal durante las últimas tres décadas, una realidad que, por otra parte, ha influido notablemente en el desplazamiento masivo de migrantes hacia las naciones más desarrolladas en búsqueda de oportunidades de una vida mejor, sin obviar el agotamiento acelerado de recursos naturales y el estallido de frecuentes protestas callejeras en muchos países frente a la sumisión y la complicidad mostrada por sus gobiernos respecto a los grupos hegemónicos capitalistas.

Esto ha desembocado en la generación y debate de diversas propuestas con que se pudieran resolver los problemas que agobian a un grueso porcentaje de la población mundial. Así, en la perspectiva de Noam Chomsky, «la única esperanza del ser humano de escapar de su extinción es a través de la construcción de una democracia real, en la que una ciudadanía bien informada participe plenamente en el debate del rumbo que han de mantener las políticas que se apliquen, y la acción directa». Este apremio comienza a ser entendido por los sectores populares, algunas veces sin disponer de una base teórica única y detallada con qué crear un nuevo modelo de lo que debiera ser la sociedad. No obstante, sus reclamos y sus iniciativas organizativas, tanto en lo económico como en lo social, definen su objetivo de cambiar de una manera radical el orden vigente, asumiendo al mismo tiempo una posición de mayor beligerancia en el ámbito político tradicional, como ocurre en varias partes de nuestra América desde algún tiempo atrás.

Por eso, visto el neoliberalismo económico como modo de poder, de dominación y desposesión se hace necesario oponer la conformación de redes económicas informales que, de algún modo, siendo gestadas desde abajo por los productores y consumidores, sean ajenas a la lógica y a las relaciones de producción capitalistas. Éstas suponen dar un paso importante en la dirección de acabar con la depredación de la naturaleza (vista equivocadamente como una fuente inagotable de recursos) y la explotación de quienes solo cuentan con su fuerza de trabajo para vivir, habitualmente sumidos en condiciones de sobrevivencia, sin los elementos materiales básicos que requieren; además de permitir crear espacios organizativos populares en los cuales prevalezca la práctica de una democracia participativa, protagónica y directa. Con esto último se impone la transformación estructural del Estado, orientada a lograr una mayor soberanía del pueblo en lugar de privilegiar los intereses de una minoría dominante, cuestión que sólo se plantea, superficialmente, para garantizar las inversiones e intereses de las grandes corporaciones transnacionales y de sus asociados locales.

Aunque no se crea posible, la humanidad estará obligada a construir alternativas que profundicen la práctica democrática. Junto con esta, es imperativo transformar de raíz las relaciones de producción, manteniendo el cuidado de no repetir la historia de explotación que hasta ahora ha caracterizado al sistema capitalista. La meta principal de todas estas alternativas no podría ser otro que la emancipación integral de todos. - 

 

EL "SACROSANTO" DERECHO DE PROPIEDAD PRIVADA

EL "SACROSANTO" DERECHO DE PROPIEDAD PRIVADA

Es harto revelador que el nombre de Caín, cuya acción más recordada, según lo recoge la Biblia, haya sido asesinar a su hermano Abel, esté asociado a los términos adquisición o posesión, en lo que éste sería el primer propietario conocido sobre la faz de la Tierra. En esta línea, la propiedad privada tendría un trasfondo delictuoso, con lo que quedaría corroborada la clásica afirmación de Pierre Joseph Proudhom respecto a que “la propiedad es un robo”. De esta forma, tanto el sistema jurídico como los valores que lo avalan terminan por darle al sistema de propiedad privada visos de legalidad y de moral en lo que constituiría un delito contra la sociedad.

En la actualidad, el sacrosanto derecho de la propiedad privada que sustenta al sistema capitalista (ahora neoliberal) se ha convertido -gracias a la complicidad de gobiernos solícitos y motivados, aparentemente, por el común deseo de conseguir el progreso material de sus respectivas naciones- en una privatización masiva de recursos colectivos, independientemente del derecho consuetudinario que podrían invocar pueblos y comunidades, principalmente indígenas y campesinos. Vista la historia de nuestro continente, la expropiación de la tierra a los pueblos originarios colonizados sirvió para enriquecer a la metrópoli española. Desde entonces, la lucha por la tierra ha seguido un curso invariable, apenas disminuido por el asesinato sistemático de sus dirigentes más emblemáticos o combativos.

Karl Marx condensó las lecciones de los pueblos sobre el problema de la tierra al escribir: “Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya en un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo. Por tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre”.

La predisposición al control total de las principales esferas de la coexistencia social -expresada, por ejemplo, en el manejo autocrático del Estado mediante el fascismo- no es un asunto extraño al darwinismo social que muchos promulgan como solución única a los diferentes problemas existentes en sus países, obstaculizando así cualquier espacio a la pluralidad democrática, a la tolerancia y a la interculturalidad que debiera definir al mundo contemporáneo. Ella ha llevado a los sectores dominantes conservadores a imponer entre personas de disímiles condiciones sociales y económicas una visión sumamente personalista y sesgada del mundo, gracias a la hegemonía ideológica ejercida desde sus grandes emporios de información y de entretenimiento; asegurando de esta manera la estabilidad del espacio privilegiado que ocupan en la pirámide de la sociedad. A pesar de esta circunstancia, no puede pasarse por alto la crisis de hegemonía que corroe al Estado burgués liberal desde hace largo tiempo, gracias, en gran medida, a las luchas protagonizadas por una amplia gama de grupos que cuestionan sus estructuras, lo mismo que al capitalismo global, responsabilizándolos a ambos de las desigualdades, de las injusticias y del cambio climático sufridos por la mayoría de la humanidad. 

Esto último conforma la simiente necesaria de nuevos horizontes históricos que podrían contribuir a la desacralización del poder (el mismo que consagra el derecho de dominio que tendrían unos individuos sobre sus semejantes; generalmente vistos como seres inferiores) y la desacralización de las relaciones mercantiles (el cual consagra el derecho de explotación de unos sobre otros; legitimándolo como algo natural e inalterable), lo que ya sería el preludio de un nuevo tipo de civilización, esta vez marcado por verdaderos valores humanos que incluyan el respeto a la naturaleza que nos sustenta a todos. -