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EL MUNDO DEL CAPITALISMO

LOS POBRES NO SON POBRES PORQUE QUIEREN

LOS POBRES NO SON POBRES PORQUE QUIEREN

 

Básicamente, la falta de oportunidades sería la causa principal de la pobreza en cualquier latitud del mundo. Sin embargo, suele pasarse por alto la existencia de las grandes disparidades económicas, culturales, sociales y, hasta, políticas que separan a ricos y pobres, lo que tiende a crear el mito que le atribuye a estos últimos la responsabilidad total de su vida menesterosa o, cuando menos, a un designio inapelable de la Providencia, salvando así cualquier cuestionamiento que pudiera hacerse en contra del orden establecido.

Aferradas a esta convicción, muchas personas -sin admitirlo abiertamente- justifican el hecho que haya  una división de clases en nuestro modelo de sociedad. Como mantra, repiten que la igualdad de oportunidades nos permite a todos, si trabajamos con ahínco, escalar hasta la cúspide mientras los fracasados (empobrecidos) sólo son víctimas de su propia incapacidad y flojera. Olvidan el detalle de que los exitosos económicamente alcanzan este nivel gracias a la plusvalía obtenida de la explotación de quienes trabajan a diario para ellos, incluso indirectamente, obteniendo a cambio una remuneración que apenas cubre sus necesidades básicas para vivir junto con sus familias. Bajo la óptica del capitalismo, los pobres encarnan, por otra parte, a los enemigos de la población -considerándoseles, incluso, simples delincuentes contra quienes no resultaría suficiente la aplicación rigurosa de las leyes- por lo que debieran excluirse del radar de atención moral del Estado y, en consecuencia, de toda la sociedad, en lo que sería una práctica de darwinismo social convertida, ahora, en una doctrina económica en beneficio de la preservación del mercado. A los pobres se les acusa de ser pobres porque quieren y de no pensar en el futuro, de solo buscar satisfacciones lúdicas diarias e inmediatas, lo que traba el normal desenvolvimiento y la consolidación del progreso económico de las naciones en que residen. Este aspecto criticable entre los pobres es, sin embargo, destacado y reforzado entre aquellos que mejor se adaptan a la lógica capitalista, preocupándose por vivir, también, el presente y por convertirse en herramientas eficaces de su propia esclavitud al procurar ser unos emprendedores altamente competitivos y productivos.

Como parte de una estrategia que pueda contribuir efectivamente a la reducción y la erradicación de la pobreza, algunos estudiosos de esta realidad social proponen que debe estimularse entre la gente pobre, o empobrecida, la convicción de la autosuficiencia, lo que equivale a emprender la eliminación de los hábitos de dependencia que les impiden darse cuenta de cuáles son sus potencialidades. Equivale igualmente a desprenderse de los viejos prejuicios existentes en torno suyo. En la situación específica de Venezuela estos han sido creados y reforzados ideológicamente por los sectores dominantes, imponiendo lo que Franco Vielma llama una “cultura de elite extrapolada a la sociedad en su conjunto, que da cuenta de nuestras relaciones culturales parasitarias y dependientes de la renta petrolera. Es la explicación de la inconformidad venezolana que empuja a los pobres a aspirar a ser clase media y los clases medias a aspirar a ser ricos de manera fácil y rápida”. Esta es, dicho sea de paso, una cultura heredada de cuando la España monárquica dominaba este ancho territorio, que, en muchos aspectos, sobrevivió a la era republicana y terminó por expandirse hasta el sol de hoy, gracias, precisamente, a los ingentes dividendos obtenidos desde hace cien años del extractivismo petrolero. La fatalidad que ella transmite no estaría representada, no tanto en la falta de disciplina para el trabajo (algo que muchos vienen haciendo desde su más temprana edad y en condiciones inhumanas de explotación) o de aspiraciones personales sino en los antivalores de dicha cultura, los que les facilitan a unos cuantos disfrutar, al margen de cualquier miramiento legal y moral, del bienestar derivado del capitalismo.  Por ello, la opción es obvia: la construcción necesaria de una identidad sociocultural propia que estimule la autoestima y la autogestión entre quienes se hallan en el rango oprobioso de la pobreza. Ella representa, asimismo, la ruptura de la dependencia en relación con quienes controlan el poder y, de profundizarse, la constitución de un nuevo orden civilizatorio, más justo, democrático y emancipatorio. -   

 

EL ESCLAVISMO, PRIMER PELDAÑO DEL CAPITALISMO

EL ESCLAVISMO,  PRIMER PELDAÑO DEL CAPITALISMO


Según lo explica Eric Williams en su obra Capitalismo y esclavitud, «sin las riquezas de América y sin los esclavos y el comercio africanos, el crecimiento económico, político y militar de los Estados europeos hubiese quedado limitado, sin duda, a una escala menor; quizá definitivamente menor. Con ellos, el primer capitalismo se hizo mundial y con toda razón, en Liverpool y en Bristol se decía que ‘no hay un solo ladrillo en la ciudad que no esté mezclado con la sangre de un esclavo’». Con ello queda establecido, de modo inequívoco, el origen del capitalismo o, por lo menos, su expansión inicial, a costa del despojo de las riquezas existentes en el amplio territorio americano que conquistara y colonizara España, junto con el tráfico inhumano de africanos esclavizados. No es como lo han divulgado los apologistas e ideólogos del sistema capitalista algo que surgió del simple deseo de superación de algunas cuantas personas, de su capacidad de trabajo o de su intelecto; o como se legitimó a través de la religión protestante, el calvinismo, producto de la predestinación. Desafortunadamente, la historia construida desde los grandes centros hegemónicos nos trasmite una versión edulcorada del capitalismo, la que sería unida al patrocinio de grandes avances técnicos y científicos que fueran largamente frenados y condenados por la tradición fanática del medioevo europeo como una prueba irrefutable de su carácter manumisor.


La tragedia social, económica y política de lo que por mucho tiempo se llegó a conocer como el «tercer mundo» tiene así su génesis en el proceso de conquista, colonización, filibusterismo, esclavitud y explotación llevado a cabo por las potencias de Europa, escudándose en la ideología de la raza superior que creó divisiones raciales o étnicas de todo calibre, azuzó persecuciones y asesinatos en nombre de su credo, y que, posteriormente a la independencia política alcanzada en nuestra América, África y Asia, excitó el espíritu nacionalista entre ellos, de manera que existiera un mercado seguro para la adquisición de armas, reservándose para sí su producción y tecnologías. Así que gran parte de las quejas de Europa y Estados Unidos en relación con lo que ocurre a lo interno de nuestras naciones “tercermundistas” se debe en gran parte a esta situación histórica. Los altos niveles de vida material de Europa y Estados Unidos han sido señuelo para atraer a millares de migrantes a sus fronteras, impidiéndoseles continuar su camino ante el temor inculcado entre europeos y estadounidenses de ser desplazados de sus puestos de trabajo, de sufrir el colapso de sus servicios médicos y/o de perder hasta su propia identidad cultural. En ningún momento se han puesto a pensar en cuáles serían las reales causas de esta migración incesante. En vez de ello, atribuyen todo, simplemente, a la corrupción y la indolencia de los gobiernos de este lado (en lo que no estarían alejados de parte de la verdad). Nadie saca cuentas de cómo fue que Europa y Estados Unidos pudieron lograr las enormes cotas de desarrollo que exhiben en la actualidad, lo que constituye un triunfo de su industria ideológica al suprimir de las mentes de sus ciudadanos (como en gran parte del mundo) esta importante circunstancia histórica.


Ciertamente, como lo registrara Adam Smith, el descubrimiento de América y la ruta por el Cabo de Buena Esperanza hacia la India «son los dos acontecimientos más grandes y más importantes registrados en la historia de la humanidad», puesto que ellos facilitaron, no sólo nuevas rutas para la expansión capitalista, sino también la oportunidad de obtener los recursos y los mercados que asegurarían su auge durante los próximos siglos. El comercio triangular establecido así entre Europa, África y América, teniendo a la esclavitud como su principal pivote, dio paso al establecimiento de la división internacional del trabajo, con naciones periféricas, dependientes de los centros hegemónicos, encargadas del suministro de materias primas, mientras que, desde éstos, se importaban productos terminados y se fijaban las normas que regirían durante los últimos cuatros siglos y de forma general al sistema capitalista mundial.


La utopía alternativa que supone erigir un nuevo orden civilizatorio que reemplace el actualmente dominado por el sistema capitalista debe ser producto de una lucha de resistencia integral de los pueblos. Ella incluye, entre otras cosas, conocer sus orígenes históricos y reivindicar y darle su justo valor al tipo de socialismo comunal que los mismos venían practicando desde tiempos ancestrales, el cual sobrevive hasta el presente, expresado en variadas modalidades; de tal modo que haya la suficiente subjetividad subversiva para iniciar, nutrir y consolidar esta utopía alternativa. -    

LA SOBERANÍA POPULAR FRENTE A LA CORRUPCIÓN E INEFICIENCIA DEL ESTADO

LA SOBERANÍA POPULAR FRENTE A LA CORRUPCIÓN E INEFICIENCIA DEL ESTADO

La separación del Estado de los sectores populares es un hecho que se evidencia y se repite, independientemente de su designación, a escala planetaria. Entre ambos elementos existe una tirantez constante que, de incrementarse, podría producir una crisis de ingobernabilidad y desembocar en un golpe de Estado o en algo de mayor impacto como lo sería una rebelión popular generalizada. Esto obliga a repensar lo que es y debería ser el Estado liberal burgués a la luz de los diversos eventos suscitados desde finales del siglo pasado hasta el presente en demanda de mayores niveles de participación democrática, lo que ha llevado a hablar, en la mayoría de los casos, de una democracia participativa y protagónica en la cual se manifieste a plenitud y de manera primordial el espíritu emancipatorio de los pueblos. Esta nueva visión y/o concepción de la democracia contrasta, ciertamente, con el modelo de sociedad vigente, siendo éste un sistema generador de desigualdades de toda especie, derivado y legitimador de la lógica capitalista predominante.

Así, se observa que las características, la esencia, el control y la direccionalidad del Estado tradicional -diseñados desde hace siglos en función de la ideología, los privilegios y los intereses de las minorías dominantes- resultan completamente incompatibles con las aspiraciones de emancipación integral que animan las luchas populares. Una cuestión que, de alguna u otra forma, repercute en la vigencia de lo  que habitualmente identificamos como el ineficiente funcionamiento burocrático del Estado -del cual es víctima sempiterna la generalidad de los ciudadanos-, a lo que se suma la corrupción existente en sus diferentes niveles y modalidades (desde aquella que se busca justificar de acuerdo a la necesidad material de quienes se corrompen hasta la que es legitimada producto de una tradición de siglos que se estima ineludible y, por tanto, se acepta como algo normal o corriente), lo que tendrá siempre sus consecuencias en la actitud que asuman estos mismos ciudadanos en lo que respecta a la percepción de sí mismos, de sus semejantes y del país en que residen.

Por ello, quienes controlan el poder del Estado buscan estimular y reforzar el establecimiento de un poder político caracterizado por un ejercicio arbitrario y personalista que poco o nada tiene que ver con el interés y los derechos colectivos; haciéndole ver a las personas que no hay otras alternativas con qué sustituirlo. Evidentemente, su objetivo es generar un comportamiento pasivo común entre sus subordinados, similar al de abejas y hormigas laboriosas, dedicados exclusivamente a satisfacer los gustos, los placeres y las emociones egoístas de quienes se hallan en el vértice de la pirámide social, para lo cual requieren que existan relaciones sociales, educativas y laborales donde predominen actitudes mezquinas, competitivas, represoras y autoritarias; lo que hará más sencillo que éstos se adapten al rol que se les asigna.

La soberanía popular, por tanto, es un serio obstáculo para que persista la corrupción y la ineficiencia del Estado tradicional. En un primer lugar, porque sus acciones se opondrían a la toma de decisiones unilaterales del cuerpo de burócratas y gobernantes, lo que afectaría seriamente su poder y existencia. Luego esto tendrá efectos también en el área económica al impulsar la autogestión de los sectores populares, lo que les hará menos dependientes de la demagogia de políticos, burócratas y gobernantes que requieren sus votos y aprobación para mantenerse en el poder. Por consiguiente, al confrontar la corrupción e ineficiencia del Estado, la soberanía popular debe apuntar simultáneamente a objetivos políticos y económicos, sin obviar la necesidad de manifestarse al cien por ciento en la transformación estructural del tipo de sociedad existente, ya que la sobrevivencia de cualquiera de los elementos que componen el Estado implicaría la deformación y la cooptación de dicha soberanía, desviándose y desvaneciéndose las opciones de crear y de consolidar una nueva concepción social, económica y política centrada en el beneficio -no solo material sino también cultural y espiritual- de todos los ciudadanos, indistintamente de su sexo y de sus credos particulares. -        

 

EL MUNDO CONTEMPORÁNEO Y LO POLÍTICAMENTE «CORRECTO»

EL MUNDO CONTEMPORÁNEO Y LO POLÍTICAMENTE «CORRECTO»

La indiferencia absoluta ante el dolor ajeno ha reemplazado -sin mucho escándalo y/o vergüenza entre aquellos que lo presencian, aun en medio de la pandemia del Covid 19- la solidaridad o la empatía que debiera generarse entre la humanidad, ya sea que ésta se origine por causa de las distintas religiones que se profesen (caracterizadas e inspiradas, en apariencia, por el amor al prójimo), o por el tipo de educación recibida (donde destacarían la importancia y la necesidad de los valores éticos y morales). Esto se pone de manifiesto mayormente en el área económica, con un capitalismo neoliberal autocomplaciente, en búsqueda constante de mayores ganancias, cuyos apologistas consideran que la asistencia social prestada por el Estado es una traba dispendiosa que hace insostenible cualquier grado de crecimiento económico que se plantee.

A grandes rasgos, el mundo contemporáneo se encuentra saturado de opciones individualistas y/o individualizadas que merman la posibilidad real de alcanzar el bien común. Zigmunt Bauman en “Trabajo, consumismo y nuevos pobres” sentencia: “En otras épocas, la apología del trabajo como el más elevado de los deberes -condición ineludible para una vida honesta, garantía de la ley y el orden y solución al flagelo de la pobreza- coincidía con las necesidades de la industria, que buscaba el aumento de la mano de obra para incrementar su producción. Pero la industria de hoy, racionalizada, reducida, con mayores capitales y un conocimiento profundo de su negocio, considera que el aumento de la mano de obra limita la productividad. En abierto desafío a las ayer indiscutibles teorías del valor -enunciadas por Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx-, el exceso de personal es visto como una maldición, y cualquier intento racionalizador (esto es, cualquier búsqueda de mayores ganancias con el capital invertido) se dirige, en primer lugar, hacia nuevos recortes en el número de empleados”. Tal situación convierte a los mercados en objeto prioritario de los gobiernos, indiferentemente de cuál sea su orientación político-ideológica, relegando el bienestar colectivo a un segundo plano, sometido en todo caso a los dividendos que obtendrían los dueños del capital (sea exógeno o endógeno).

Bajo tal perspectiva, no extrañaría que la conducta social e individual carezca de una moral de responsabilidad pública. Tal como se evidencia con el manejo imprudente del coronavirus que diezma millones de almas en todos los continentes, los desastres ecológicos, la niñez abandonada y esclavizada o la corrupción política, entre otros flagelos de los cuales todos tienen una opinión negativa pero que no los motiva suficientemente para generar una voluntad de acción conjunta en pro de su erradicación. Algo que se refleja en la industria del entretenimiento, la cual -aparte de traer ingentes cantidades de dinero a sus promotores- produce una transferencia ideológica a quienes está orientada, induciendo en éstos una sumisión dirigida que les hace resignarse ante las decisiones e intereses de las clases dominantes y el orden establecido y a desconfiar de sus propias potencialidades. Esto obliga a los seres humanos a proponerse una redefinición de los valores imperantes y la conjugación de iniciativas populares que propicien en todo momento el bienestar colectivo, la emancipación integral de cada uno (sin menoscabo de sus prójimos y de la naturaleza) y la instauración de un orden social, político y económico más justo. Sería una revolución de otro tipo, una más profunda y más humana en franca oposición a lo que habitualmente se concibe como lo políticamente “correcto”. -                

 

¿ES POSIBLE TRANSFORMAR LA SOCIEDAD EXISTENTE A TRAVÉS DEL ESTADO?

¿ES POSIBLE TRANSFORMAR LA SOCIEDAD EXISTENTE A TRAVÉS DEL ESTADO?

 

Por largo tiempo se ha planteado la interrogante de si existe la posibilidad de transformar efectivamente el modelo de sociedad existente a través del Estado liberal burgués. En esto han coincidido quienes -sin desdeñar por completo el pasado- aspiran a que el tipo de sociedad en que viven evolucione de alguna forma a un estadio superior de convivencia, garantizándoseles a todos las mismas oportunidades de progresar; mientras otros, más revolucionarios, tienen como objetivo central de su pensamiento y de sus acciones la erradicación del orden establecido, sustituyéndolo por uno donde existan mayores niveles de equidad, de democracia y de autogestión económica.

En la práctica, entre finales del siglo pasado e inicios del presente, muchos de los gobernantes progresistas y/o izquierdistas de nuestra América apostaron a que se abría en el horizonte un nuevo grado de madurez de la democracia, unido a la posibilidad de alcanzar un desarrollo económico compartido mediante la implementación de acuerdos y la creación de organismos de integración regionales. Gran parte de los mismos comenzaron a divulgar la tesis gracias a la cual habría una mayor inclusión social, elevando los niveles de bienestar material de vastos sectores de la sociedad que hasta entonces permanecieron largamente excluidos, al mismo tiempo que se les garantizaba una participación más efectiva en el ámbito político; lo que les estimuló a constituir estructuras de carácter comunitario con alguna incidencia de importancia en el orden económico (buscando crear alternativas al capitalismo), pero más -básicamente- en lo político (adquiriendo así un papel más activo y protagónico) y en lo social (organizándose de forma suficientemente autónoma).

Sin embargo, los acontecimientos ocurridos posteriormente en Ecuador, Brasil y Bolivia (tres de las naciones, cuyos gobiernos marcaron huella en esta dirección, a las que se suma Argentina con el paréntesis del régimen derechista último) obligaron a muchos teóricos y analistas a hacer un alto en sus reflexiones acerca de lo que sería en nuestra América una revolución de carácter altamente democrático, inclusiva, anticapitalista y antiimperialista; dada la nueva situación creada por los gobiernos de estas naciones al actuar en estrecha relación con el gobierno de Estados Unidos para desmantelar de forma absoluta lo logrado por los sectores populares durante esta etapa histórica. En estas reflexiones, pocos han admitido el limitado o nulo avance en cuanto a los cambios estructurales que debió sufrir el Estado, lo que facilitara que se produjera el golpe de Estado contra Evo Morales y, bajo una modalidad legalista ya aplicada en Honduras y Paraguay, contra Dilma Vana Rousseff en Brasil; sin excluir los procedimientos judiciales aplicados a Luiz Inácio Lula Da Silva, en el mismo Brasil, y a Rafael Correa, en Ecuador, con la finalidad de excluirlos definitivamente del ámbito político. Otro tanto podría decirse respecto a Venezuela donde, a pesar del control del estamento gubernamental e institucional ejercido consecutivamente por el chavismo desde hace veinte años, aún se mantienen intactas las viejas prácticas clientelares y la corrupción administrativa en diversos niveles, afectando significativamente lo referente a la constitución de un verdadero poder popular, cuyas decisiones y acciones sean plenamente soberanas frente a los cinco poderes públicos constituidos. En este último caso, los sectores de la derecha, tanto la tradicional como la emergente -apadrinados por el imperialismo gringo junto con regímenes de la región y de Europa occidental- han tratado de aprovecharse, sin mucho éxito, de los desaciertos, del descontento y de las fisuras dentro del chavismo, creando falsas o ilusorias expectativas en relación con la inminente caída de Nicolás Maduro; evidenciando de este modo un vasto desconocimiento de la idiosincrasia y de la historia de luchas del pueblo venezolano al aplicar las estrategias y las tácticas diseñadas por Estados Unidos para desestabilizar el gobierno de este país.

En todos los casos que puedan evaluarse no ha bastado con arrebatar a los sectores dominantes la maquinaria del Estado y tratar de servirse de ella para cumplir los objetivos trazados en beneficio de los pueblos si la justicia social y la democracia participativa no se hacen elementos sustantivos de la mano del pueblo, lo necesario para producir y protagonizar las transformaciones estructurales que aseguren su emancipación integral en una sociedad de nuevo tipo, más equitativa que la presente. La transformación de la sociedad tendría que producirse al mismo tiempo que la total transformación del Estado, de otro modo se repetirá el ciclo de experiencias fracasadas que registra la historia. - 

 

REDEFINIR LA DEMOCRACIA EN EL SIGLO 21

REDEFINIR LA DEMOCRACIA EN EL SIGLO 21

Pocos ponen en entredicho que la democracia es, en esencia, soberanía popular. En razón de ello, resulta paradójico que una minoría -aun aquella en que ésta es delegada a través del voto- pueda y quiera asumir dicha soberanía como algo propio y exclusivo sobre la cual no habría control alguno por parte de los sectores populares, de quienes, justamente, ella se origina. En este caso, la célebre frase con que Abraham Lincoln definiera la democracia tendría que reinterpretarse a profundidad, a la vista de las diversas transformaciones vividas en muchos aspectos por el género humano durante los dos últimos siglos de historia; obligando a la generalidad de los hombres y las mujeres de este tiempo a plantearse reivindicaciones que, a pesar de su carácter local, tienen connotaciones universales. Lo que debiera verse como una reacción legítima que cuestiona los cimientos sobre los cuales se erige el modelo civilizatorio imperante en el mundo.   

Producto de sus reflexiones, el nacionalista kurdo Abdullah Öcalan determinó que "los procesos de toma de decisión democráticos no deben ser confundidos con los procesos conocidos de la administración pública. Los Estados sólo administran mientras que las democracias gobiernan. Los Estados están fundados en el poder, las democracias están basadas en el consenso colectivo. El mandato en el Estado está determinado por decreto, aunque puede en parte ser legitimado a través de elecciones. Las democracias usan elecciones directas. El Estado usa la coerción como medio legítimo. Las democracias se apoyan sobre la participación voluntaria". En concordancia con esta sentencia, los diversos Estados y/o gobiernos están -en su gran mayoría- regidos por dicha concepción, lo que supone una limitación a la participación organizada y efectiva del pueblo en su toma de decisiones, dando por descontado, de acuerdo al discurso oficial, que ellos lo hacen (siempre) en interés del bien colectivo.

En este orden de ideas, los sectores populares están llamados a superar la ausencia de organización y de dirección colectiva que presentan muchas veces. Deben activar, al mismo tiempo, de un modo determinante y permanente, un proceso de movilización que incida realmente en la desburocratización de las funciones públicas, lo que habrá de lograrse a través de una participación total y vinculante frente a la gobernabilidad burgués-liberal tradicional. Ello contribuiría a hacer de la democracia el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo pero esta vez con el pueblo. Sin embargo, no bastará exigir un mayor ejercicio de la democracia sino se extiende ésta también al ámbito económico, transformando y/o erradicando de raíz el sistema capitalista dominante.

El destino de la humanidad, como muchos lo deducen, se halla en una situación de bifurcación muy importante. En todos los niveles de su existencia. Las demandas populares que se hacen sentir en cada nación del planeta -en medio de las graves y profundas desigualdades, injusticias, guerras y, ahora, pandemias generadas por el individualismo posesivo que caracteriza al capitalismo en un sentido general-  son demandas incompatibles con el predominio capitalista neoliberal y el tipo de Estado que lo justifica, por lo que adoptan características subversivas y revolucionarias, combatiendo simultáneamente las condiciones de opresión política, de explotación económica y de discriminación social.

Contra la pretendida democracia del Estado burgués-liberal (la cual permite y exige una conducta pasiva y, en algunos casos, servil de los ciudadanos) se hace imperativa la búsqueda y el establecimiento de una nueva concepción y de una nueva práctica política (dando preeminencia a la soberanía popular), de una nueva economía (centrada en el respeto a la dignidad humana y a la naturaleza) y de unas nuevas maneras de comprensión de lo que representa el tipo de sociedad vigente sobre la base de valores libertarios, democráticos y comunitarios. En esta perspectiva, se produciría una mejor redefinición de la democracia en el presente siglo, desde abajo, logrando los sectores populares organizados la participación y el protagonismo que reivindican y merecen. -              

LUCHA FEMENINA Y RELACIONES DE PODER

LUCHA FEMENINA Y RELACIONES DE PODER

 

De acuerdo con Abdullah Öcalan, muchos sistemas civilizados han empleado el sexismo para preservar su poder. Reforzaron la explotación de las mujeres y las utilizaron como una valiosa reserva de mano de obra barata. Las mujeres también son consideradas como un recurso valioso en tanto y en cuanto producen descendencia y proveen a la reproducción del hombre. De esta forma, la mujer es tanto un objeto sexual como una mercancía. Ella es una herramienta para la preservación del poder masculino y puede progresar, en el mejor de los casos, para convertirse en un accesorio de la sociedad masculina patriarcal”. Si bien es cierto que, desde la época en que esta reflexión se hizo conocer hasta el tiempo presente, las mujeres han alcanzado diversos grados de reconocimiento y de inclusión, desde su participación política e igualdad de derechos hasta el mando militar y poder económico, en la generalidad de los casos se observa que la discriminación, la explotación y la violencia respecto a las mismas es parte de la lucha que aún les toca librar.

Así, al conjunto de las reivindicaciones específicas de los diferentes movimientos feministas alrededor del mundo, así como la igualdad real de género, se suman aspectos que deben también ser tomados en cuenta como la feminización de la pobreza, considerando (especialmente en naciones de África y de nuestra América) que la mujer tiene el rol principal -como madre- en el sostenimiento de la familia, en lo que algunos antropólogos identifican como familia matricentrada, con escasas posibilidades de superar las deficiencias materiales que padece. Todo lo anterior supone determinar las relaciones de poder existentes en el modelo civilizatorio vigente, sean estas de clase, de origen étnico y/o geopolíticas, todas las cuales han hecho de las mujeres sujetos secundarios y/o subordinados. Para ello, es importante la promoción y el uso cotidiano de un lenguaje inclusivo que permita el reconocimiento de la mujer en su condición de ser humano, persona y ciudadana, sin menoscabo de su feminidad.

Se debe entender que el género no es simple cuestión de mujeres. Es un concepto relacional que se extiende a todos los ámbitos de la vida social en lo que sería una revolución más amplia que alguna en el terreno político o en la economía; siendo éste un elemento importante que no podrá obviarse si se pretende obtener y consolidar una emancipación integral real de todos los seres humanos. Esto nos llevaría a la producción y conformación de una contracultura femenina a manos de mujeres diversas, pensantes y actuantes que puedan contribuir efectivamente a la construcción de un nuevo tipo de sociedad y, obviamente, de una nueva política. Para esto es requisito el cuestionamiento radical de las bases mismas de todo el sistema-mundo vigente, de otro modo sólo será posible una igualdad inclusiva que poco afectaría las relaciones de poder usuales.

La lucha femenina enfrenta, desde todo ángulo, la ideología patriarcal que fue cimentándose a través de los siglos, generando leyes, normas y sanciones que terminaron por reprimir las características femeninas de nuestras sociedades, normalmente basadas en preceptos religiosos que hicieron de la mujer la gran culpable de nuestros males como especie. Sin embargo, no se puede pasar por alto la íntima conexión existente entre patriarcado y capitalismo, por lo que los objetivos de la lucha de las mujeres no podrían alcanzarse sin afectar o transformar, de manera simultánea, las estructuras que los hacen posibles. -          

 

EL TSUNAMI TECNOLÓGICO Y EL VIEJO SUEÑO HUMANO

EL TSUNAMI TECNOLÓGICO Y EL VIEJO SUEÑO HUMANO

Con escasa o nula conciencia de lo que ocurre con los datos que, de una forma espontánea y hasta ingenua, proporcionan toda vez los millones de usuarios que acceden a una red o servicio de internet, éstos componen un recurso económico extraordinario, prácticamente inagotable, del cual las grandes corporaciones transnacionales obtienen formidables réditos, sin que se vean obligadas a retribuirle a aquellos el aporte que realizan a diario. En vista de esta nueva situación creada por la lógica del capitalismo, a nivel mundial se levantan voces exigiendo la imposición de mecanismos legales que controlen y restrinjan este derecho de facto por parte de las grandes corporaciones transnacionales, de modo que se protejan los derechos y la potestad de las personas sobre sus datos, tanto en lo que concierne a su condición individual como colectiva.

Todo esto indujo a Just Net Coalition a presentar el 25 de noviembre de 2019 un Manifiesto por la Justicia Digital durante la realización del  Foro de Gobernanza de Internet, en la ciudad alemana de Berlín, sintetizado en la frase “Un llamado para que nuestro futuro digital nos pertenezca”. Sus Principios clave comprenden lo siguiente: 1. Todas las personas deben tener potestad sobre sus datos, `ya sea individual o colectiva. 2. Nuestros datos requieren protección contra el abuso. 3. Necesitamos las herramientas para controlar nuestros datos. 4. Los bienes comunes de datos requieren marcos de gobernanza adecuados. 5. La protección, el intercambio y la utilización de datos requieren nuevas instituciones. 6. El trabajo que genera datos debe ir acompañado de derechos digitales. 7. Los datos deben procesarse cerca del punto de su origen. 8. Los flujos transfronterizos de datos deben regirse a nivel nacional. 9. Es necesario reivindicar las tecno-estructuras como espacios personales y públicos. 10. Deberíamos tener potestad sobre el software que utilizamos y poder controlarlo. 11. Las infraestructuras digitales clave deben ser administradas como servicios públicos. 12. Las tecno-estructuras deben ser descentralizadas para un uso abierto, con interoperabilidad. 13. Los monopolios digitales globales deben desarticularse. 14. La datificación de las sociedades debe gestionarse democráticamente. 15. El desarrollo de los estándares digitales debe ser la responsabilidad de organismos de interés público. 16. La esfera digital debe ser gobernada de lo local a lo global.

Como se pone de relieve cada día, las tecnologías de información y comunicación (TIC) han constituido un gran avance en los últimos treinta años. Computadoras, teléfonos móviles y otros elementos similares les han permitido a muchas personas acceder a una conexión global, en tiempo real, conocer noticias ocurridas a miles de kilómetros de distancia, y compartir datos de su particular interés desde la comodidad del hogar. Algunos califican dicho avance de tsunami tecnológico, del cual pocos perciben las posibles consecuencias que este tendría respecto a la concepción y el funcionamiento de las estructuras del modelo civilizatorio actual, a pesar de estar presente en la actividad cotidiana de la banca y de los mercados financieros; las transacciones con monedas digitales; y la utilización, entre otras cosas, de drones, satélites, big data, cámaras de vigilancia, aparatos de reconocimiento facial y diversos sensores acoplados con inimaginables bases de datos en manos de empresas y gobiernos, que hacen de la vida de cada ser humano un libro abierto, carente, prácticamente, de privacidad. Apenas comienzan a analizarse sus impactos e implicaciones, cuestión que se extiende a la infraestructura digital que debiera existir en todo país, sobre todo en lo que respecta a África y nuestra América, donde la mayoría de sus poblaciones escasamente cuenta con servicios de internet; todo ello sin considerar el efecto de la radiación electromagnética en la salud de las personas, a lo que se añade el hecho de que se requiere extraer grandes cantidades de minerales necesarios para fabricar teléfonos celulares y demás artefactos de trasmisión y recepción, presentes en ambos continentes, lo que incrementa la destrucción creciente de ecosistemas, suscitando conflictos de intereses políticos y comerciales diversos.

Para muchos, la infinidad de posibilidades creativas, recreativas y utilitarias que podría derivarse de las tecnologías de información y comunicación les anima a creer que el futuro podría ser algo mejor que el presente. No obstante, también suscita el temor reflejado en las distopías creadas por los autores de ciencia ficción con un mundo dominado por minorías despóticas que uniforman al extremo el pensamiento y el estilo de vida del resto de la humanidad, dándole la sensación y la convicción que no tienen otras opciones factibles, resignados a su condición y destino. Tal dualidad de criterios obliga, sin embargo, a fijar posiciones respecto a lo que ello significa. La larga historia del sistema capitalista y de los usos dados a la ciencia y la tecnología en materia militar nos debiera prevenir respecto a sus efectos negativos, lo que impondría la necesidad de ejercer un mejor control. Lo que quedaría pendiente es saber hasta qué límite y cómo se haría. Lo segundo sería lograr que todos estos avances sirvan realmente para dotar a los seres humanos de unas mejores condiciones materiales de vida, en armonía con su entorno natural, las que, eventualmente, contribuirían a consolidar el viejo sueño humano de una emancipación integral. -