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TEMAS ANTIIMPERIALISTAS

EL TRIUNFO DEL DIABLO, O COMO ESTADOS UNIDOS IMPONE SU FE AL MUNDO

EL TRIUNFO DEL DIABLO, O COMO ESTADOS UNIDOS IMPONE SU FE AL MUNDO

 

Homar Garcés

 

En su libro «El Monstruo y sus Entrañas», Vladimir Acosta nos hace ver que «los Estados Unidos son una sociedad profundamente religiosa en la que la religión se manifiesta en todas partes y a cada paso; una sociedad atada al cristianismo y a la Biblia, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento (y en buena medida, como sociedad dominada por el protestantismo, puede decirse que en ella el peso del Antiguo Testamento es incluso mayor que el del Nuevo, que, por supuesto, no es pequeño). Además, ese protestantismo, activo y creativo, se ha reproducido sin parar y también se ha diversificado en una multitud de iglesias y grupos religiosos, de modo que esa presencia y esa dominación se ejercen por medio de una serie de grandes corrientes y una infinidad de sectas medianas y pequeñas de todo tipo y de variados y curiosos nombres; sectas y corrientes que penetran toda la vida cotidiana de los estadounidenses». Gracias a este fundamentalismo cristiano, Estados Unidos se autoglorifica como el garante del equilibrio internacional, en un combate universal del bien (representado por ellos) contra el mal (representado por el resto del mundo en oposición a sus dictados imperiales); lo que algunos, siguiendo lo expuesto en 1996 por Samuel Huntington, han llegado a calificar como un choque de civilizaciones.

 

Aquí cabe una reflexión, si se quiere, estúpida, dependiendo de quien así la vea: Si «Dios» (en el caso de la cristiandad, Jesucristo; en el de los judíos, Yahvéh; y en el de los musulmanes, Alá, por no incluir los cientos de dioses esparcidos por Asia, África y América) es uno solo y ama a toda la humanidad, ¿por qué debe morir un pueblo a manos de otro para que se crea que su dios es el único y verdadero y quien sí bendice a sus creyentes? Ésta es, en cierta forma, la justificación filosófico-religiosa del destino manifiesto con la cual ha actuado la clase gobernante estadounidense, presentando a Estados Unidos como el segundo pueblo elegido de «Dios», por lo que le es permitido atacar, someter y/o exterminar a cualquier otro pueblo del mundo que no comulgue con sus valores fundamentales. Para lograr implantar esta convicción excepcionalista en el resto de la gente alrededor del planeta, el imperialismo gringo se ha valido, entre otros instrumentos de penetración cultural, de su sofisticada industria cinematográfica, cuyos íconos definen el denominado american way of life, lo que incide en la aculturación presente, en grado creciente, en muchas de nuestras naciones.

 

Por eso, en «El libro de los abrazos», Eduardo Galeano advirtió que «el sistema nos vacía la memoria, o nos llena de basura la memoria, y así nos enseña a repetir la historia en lugar de hacerla». De ese modo, se crea e impone una historia alternativa donde se invierten los roles, haciendo de los defensores del sistema seres imbuidos siempre de justicia y buenas intenciones frente a sus enemigos, rebeldes y revolucionarios, que encarnan el mal, por lo que es legítimo plantearse y llevar a cabo su eliminación. Sin nada de remordimiento. Esta simpleza ha servido de base para atacar y destruir cualquier tentativa de reclamar los derechos que le asisten a naciones, pueblos, sectores populares y grupos sociales diversos, a pesar de estar plasmados en constituciones y leyes específicas. Tal excepcionalismo lo resumió Jhon Foster Dulles, Secretario de Estado de 1953 a 1959, al expresar: «Para nosotros hay dos clases de personas: los que son cristianos y apoyan la libertad de empresa… y los demás». Para el imperialismo gringo, paladin del sistema capitalista mundial, lo que verdaderamente importa es el funcionamiento y control del mercado y la extracción de plusvalía. Bajo tal esquema, los dictadores tipo Augusto Pinochet serían los de mayor aceptación y respaldo, sin importar mucho los crímenes de lesa humanidad que cometan, en tanto éstos garanticen la protección de los capitales invertidos por sus grandes corporaciones transnacionales.

 

La horizontalidad desorganizada que pudo generar la globalización económica auspiciada por Estados Unidos y las grandes corporaciones transnacionales, especialmente en las áreas financieras y tecnológicas, hizo que surgieran distintos polos de desarrollo capitalista, siendo Rusia y China los más descollantes, seguidos por Bharat (antigüamente, India), Brasil Sudáfrica, conformando el grupo BRICS y haciendo factible una multipolaridad y un multicentrismo que los capitalistas estadounidenses y europeos, al parecer, no habían anticipado dentro de sus planes hegemónicos.

 

Vale la pena recalcar, esta vez con Claudio Katz, quien en su libro «La crisis del sistema imperial» expone que «la primera potencia ha perdido autoridad y capacidad de intervención. Busca contrarrestar la diseminación del poder mundial y la sistemática erosión de su liderazgo. En las últimas décadas ensayó varios cursos infructuosos para revertir su declive y continúa tanteando esa resurrección. Todas sus acciones se cimentan en el uso de la fuerza. Estados Unidos perdió el control de la política internacional que exhibía en el pasado, pero mantiene un gran poder de fuego. Expande un destructivo arsenal para forzar su propia recomposición. Esa conducta confirma la aterradora dinámica del imperialismo como mecanismo de dominación». Del mismo modo que se nos impone vencer la actitud autodegradante que, de una u otra forma, hemos arrastrado a través de toda nuestra historia común y que ha permitido y legitimado el papel tutelar asumido por Estados Unidos respecto a los países de nuestra América, pisoteando su soberanía y subordinándola a sus intereses geopolíticos y económicos; se impone vencer también la exaltación ultranacionalista (o chovinismo) con que se pretende mantener y profundizar la división de nuestros pueblos, expresada en la xenofobia alimentada por las clases dominantes. Es una lucha que debe abarcar, por igual, los factores políticos, económicos, sociales, culturales y religiosos que han dado fundamento, por más de un siglo, al dominio imperialista de Estados Unidos sobre nuestras naciones, descubriendo sus raíces y sus efectos en nuestro devenir y nuestras psiques.

ESTADOS UNIDOS Y EL PARADIGMA ENGAÑOSO DE LA DEMOCRACIA

ESTADOS UNIDOS Y EL PARADIGMA ENGAÑOSO DE LA DEMOCRACIA

 

Homar Garcés
La brutalidad policial y la violencia estructural son acciones legitimadas por el Estado yanqui. Ellas develan los antagonismos de clase y el discurso liberal autoritario que ha privado desde hace más de dos siglos en Estados Unidos. Esto ha tenido su reflejo en la marginalización y la violencia racial histórica aplicadas respecto a los descendientes de los pueblos indígenas, afros, latinos y asiáticos que residen en su suelo, cuya condición de ciudadanos es desconocida por los llamados supremacistas blancos, aun cuando hayan nacido en el mismo territorio que ellos. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, instigado por el presidente Donald Trump, terminó por revelar que el paradigma del cual se jacta Estados Unidos como la más antigua y única democracia existente en el mundo, sólo está orientada a velar por la hegemonía y los intereses de la clase plutocrática que domina dicho país, al mismo tiempo que devela la polarización social, con la tendencia de incrementarse con el tiempo, en un ambiente donde destacan el extremismo, el autoritarismo, la vigilancia gubernamental y la más desvergonzada desinformación.
En resumen hecho por el periodista y comunicólogo uruguayo Aram Aharonian, “la realidad del modelo estadounidense es el enorme poder de los grandes capitales y de sus medios de información dominantes para influir sobre las decisiones políticas e imponer su agenda por encima de la voluntad popular, que en la práctica anula la pretendida igualdad de derechos de los ciudadanos. Y a ello se suma un racismo estructural que mantiene a millones de personas fuera del cuerpo político, condenados a ser carne de cañón para las aventuras imperiales y el negocio de las transnacionales de la guerra y los armamentos”. Estados Unidos le ha presentado al mundo, así, una historia falsamente democrática e igualitaria que busca esconder la realidad de ese racismo estructural que sobresale en su superficie cuando la policía hace uso de una violencia extrema contra aquellas personas que no encajan con el fenotipo del wasp (white, anglo-saxon y protestant — ’blanco, anglosajón y protestante’); lo que, gracias a su gran industria ideológica, repercute en la percepción de muchas personas en relación con su propia realidad y la de su país, ilusionados con disfrutar del bienestar material que allí, en igualdad de condiciones y oportunidades, pareciera existir para todos.
La autoglorificación de Estados Unidos como el garante del equilibrio internacional ha repercutido, además, de una manera negativa en los destinos de muchas naciones alrededor del mundo. Esto se expresa en lo que Claudio Katz define como «sistema imperial» que «es la principal estructura de expropiación, coerción y competencia, que apuntalan los grandes capitalistas para preservar sus privilegios». El aparato de coerción internacional que lidera Estados Unidos se basa, más que todo, en la supremacía militar que aún mantiene, sólo que ya no al mismo nivel que antes cuando desembarcaba sus tropas en cualquier región del mundo y hacía alarde de sus ataques con misiles de un modo impune; no como ahora que requiere de la participación de sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte o de algún Estado vasallo como Ucrania para confrontar a las potencias que califica de rivales y enemigas. 
A partir del 11 de septiembre de 2001, la clase dominante de Estados Unidos logró hacer desaparecer -de un modo casi por completo- la ruptura del consenso interno adverso que ocasionó en su momento la guerra emprendida contra Vietnam. Desde entonces, los jerarcas del Pentágono -como factor imprescindible del imperialismo gringo - asumieron la tarea del reposicionamiento de sus fuerzas militares en todo el espectro mundial. En un primer lugar, en el amplio territorio de nuestra América, y, en un segundo lugar, pero no menos importante, la puesta en marcha de un vasto plan de dominación geopolítica caracterizado por el rediseño de las fronteras existentes, con un énfasis especial en aquellas regiones que contengan en abundancia los recursos naturales necesarios para el sostenimiento del «american way of life». Como una mejor justificación para su implementación, se esgrimió la lucha contra el tráfico internacional de estupefacientes y el terrorismo, en lo que otros, siguiendo lo expuesto en 1996 por Samuel Huntington, han terminado por calificar como choque de civilizaciones.
Como aliciente de su política imperial, las acciones de un terrorismo marginal, generalmente atribuido a grupos de inspiración, aparentemente, islámica, pero que son armados y financiados por sus propios órganos militares y de inteligencia, han contribuido a mantener viva la paranoia desatada a raíz del derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York. Es lo que explica la razón por la cual Israel (una subpotencia imperialista en la región de Oriente Medio) ataca inmisericordemente a las poblaciones palestinas ante la mirada impávida (y cómplice) del resto de naciones. Esto también le sirve para mantener a raya a individuos y agrupaciones que tiendan a desestabilizar el orden constituido, cuyos historiales suelen compartirse en una serie de agencias de seguridad e inteligencia de carácter interno, de una manera más detallados que los elaborados por el Buró Federal de Investigaciones (o FBI) cuando personajes como Charles Chaplin, Malcolm X y Martin Luther King ocupaban la primera plana de las preocupaciones de los gobiernos estadounidenses.
No resulta nada inédito que, como lo afirmó el poeta Rafael Alberti, «Estados Unidos planta por la paz sus pabellones y pide por la paz la Tierra entera» La agenda militarista estadounidense -ahora compartida y ejecutada por la OTAN- está dirigida a este propósito, por lo que le es altamente necesario deshacerse de todo otro poder que pueda entrar en competencia con su hegemonía. Así ello cause una hecatombe de proporciones mundiales, tal como se desprende de las conclusiones de algunos analistas que entreven en la conflictividad y las tensiones generadas en la península de Crimea, el mar de China y, más cercana, geográficamente hablando, en el territorio del Esequibo, donde confluirían las tres potencias principales del planeta junto con sus aliados militares; en un escenario semejante al presentado en los días previos al estallido de la Primera Guerra Mundial.

“GUERRA” Y GENOCIDIO SIN DOLOR DE NADIE

“GUERRA” Y GENOCIDIO SIN DOLOR DE NADIE

Homar Garcés

 

 

Palestina es, como alguien la definió alguna vez, una astilla de tierra que desaparece. Holocausto, diáspora, persecuciones, estigmatización, destrucción de sus hogares, torturas y muerte (incluyendo a niños) son los signos visibles que han marcado la precaria existencia del pueblo de Palestina desde el momento que las potencias occidentales y el sionismo decidieron que su tierra ya no les pertenecía. Aparte de ello, el obstinado silencio y la tergiversación a que son reducidos estos hechos de forma reiterada en la prensa libre occidental, ha logrado calar en la mente de mucha gente la idea de que son bárbaros y, en consecuencia, no se hacen merecedores de ningún gesto de humanidad. En referencia a este tema, en su ensayo “Sionismo y antisemitismo, dos corrientes que se alimentan mutuamente”, Pierre Stambul expone que “tanto los de izquierda como los de derecha propagan la misma fábula sobre la historia del judaísmo, olvidando incluso decir que una buena parte de las víctimas del genocidio (durante la Segunda Guerra Mundial) no tenían nada que ver con su ideología y eran, a menudo, no creyentes. Para los sionistas, los judíos han sido, son y serán víctimas. Como resultado, son totalmente insensibles al dolor del otro o a la situación en la que se encuentra”. El costo de ello, ha convertido a los palestinos en los parias de la humanidad o, en el peor de los casos, en subhumanos despojados de todo derecho legítimo que pudieran reclamar; satanizados, además, por los escrúpulos racistas y supersticiosos de los cuales hace gala la cristiandad en general. 

 

 

Los prejuicios divulgados y explotados de manera sistemática por el sionismo, a través de la gran industria cinematográfica e informativa que los replica y legitima, contribuyen a crear la imagen de un pueblo judío que solo aspira a vivir en paz, en la tierra de sus ancestros, aunque la historia revele que el Estado de Israel no era, precisamente, una aspiración común ni generalizada entre quienes profesan la religión del judaísmo, gran parte de los cuales eran y se sentían ciudadanos europeos, a pesar de los pogromos que sufrían cada cierto tiempo en sus países de origen, no únicamente bajo la Alemania nazi, como habitualmente se piensa. El Estado de Israel representa un sistema de poder económico planetario antes que a un pueblo profundamente religioso; lo que marca una profunda diferencia que muchos, llevados por sus credos particulares, no notan en modo alguno y prefieren acogerse a la matriz de opinión establecida respecto a que este libra una guerra santa contra los infieles por la recuperación total de su tierra usurpada. 

 

 

De acuerdo a esa matriz de opinión (quien la niegue o se oponga a ella, es inmediatamente señalado de antisemita, lo que beneficia ampliamente al sionismo), para muchos, Israel es el único Estado democrático laico en una región dominada por el fanatismo islámico. Sin embargo, esta aseveración queda desmentida al observar el ancho campo de exterminio, o apartheid, instaurado por los cuerpos de seguridad y los colonos israelíes en el territorio de lo que queda de Palestina, sin que haya una acción contundente de la comunidad internacional que lo impida. Esto se hace más manifiesto con la intención de los judíos ortodoxos, colonos y seguidores del Likud mizrahi (judíos orientales) de consolidar a Israel como una nación más apegada a sus preceptos religiosos, más nacionalista y más expansionista, lo que compromete seriamente la delicada estabilidad de la región de Medio Oriente, al sentirse autorizados para ocupar todo el espacio geográfico sobre el cual gobernaran David y su hijo Salomón, entre otros reyes ungidos por el Dios bíblico.

 

 

En medio de este panorama, cuando los palestinos ejercitan su derecho a la resistencia no violenta, el interés internacional se hace completamente nulo o inexistente. Sólo se da cuenta de su existencia cuando los grandes grupos informativos (de mayoría accionaria de estirpe judía) resaltan la violencia, los cohetes y los enfrentamientos armados (como ahora) con que reaccionan los palestinos frente a las arbitrariedades y el uso desproporcionado de la fuerza por parte de las Fuerzas de Defensa y los colonos israelíes. Todo con el deliberado propósito de contribuir a su completa deshumanización y, así, conseguir su definitiva erradicación de los territorios que han ocupado desde siempre. Gracias a las frecuentes campañas de desinformación sobre tal realidad, el asedio total ordenado por las autoridades israelíes contra la población palestina de la Franja de Gaza -a pesar de constituir una flagrante violación de todas las disposiciones del derecho internacional en relación con la preservación de la vida de civiles en cualquier conflicto militar- ha provocado una reacción en cadena favorable de mucha gente, respondiendo más al adoctrinamiento religioso que a cualquiera rasgo de imparcialidad y de comprensión objetiva de los acontecimientos; lo que, justamente, requiere el Estado sionista de Israel para proceder impunemente con su estrategia genocida. 

 

 

Por otra parte, las líneas estratégicas de control político, económico y social a nivel global que trazó la clase gobernante estadounidense, una vez que implosionara la Unión Soviética, coinciden en muchos aspectos con aquellas que, desde hace décadas, está desarrollando el Estado de Israel en su entorno, apuntando al estallido de un hipotético enfrentamiento militar con Irán que le otorgaría el status de máxima potencia en la región de Oriente Medio y, quizá más allá, secundando al sistema imperial global liderado por Estados Unidos. De hecho, la iniciativa de guerra preventiva impulsada por George W. Bush luego de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York es la misma que el Estado de Israel ha descargado sobre sus vecinos árabes, como pasó con los ataques al Líbano (siendo el más agredido), Libia, Siria e Irak cada vez que sintió que su poder militar podría ser rebasado por éstos. No sorprende, por ende, la respuesta de los gobiernos estadounidense y europeos de apoyar a Israel en su guerra asimétrica contra las organizaciones de resistencia palestinas, interesados como están en obtener el control directo de las fuentes de petróleo que se hallan en dichos países, repitiendo la historia de saqueos y de colonialismo a que fueron sometidos. Esto ha hecho concluir a muchos expertos geopolíticos y militares en que, a la par del conflicto bélico iniciado en Ucrania contra Rusia, Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte impulsan la generación de un caos global que les permita el despliegue de sus tropas o, al menos, la dirección de las tropas de cualquier país bajo su órbita, como ya se ve con la fuerza de intervención en Haití autorizada por la Organización de las Naciones Unidas para contener y repeler las bandas armadas que impiden su estabilización. Cosa similar se percibe en el océano Pacífico, aumentando las tensiones con China, contando esta vez con el concurso del gobierno de Australia. O con Venezuela, a propósito del otorgamiento de concesiones a empresas transnacionales estadounidenses por parte del gobierno de Guyana para la extracción de petróleo en el Esequibo. En todo esto no habría ninguna coincidencia ni hecho fortuito sino la comprobación de que el sistema imperialista global mueve sus fichas, siendo el ataque desproporcionado a la población de Gaza quizás el inicio de una estrategia hegemónica de mayores niveles.

A 200 AÑOS DE LA INFAME «DOCTRINA» MONROE

A 200 AÑOS DE LA INFAME «DOCTRINA» MONROE

Homar Garcés


El 3 de diciembre se cumplieron 200 años de la proclamación de la llamada doctrina Monroe, en medio de una realidad latinoamericana y caribeña cada día cambiante donde resaltan la resistencia protagonizada por los movimientos populares y el surgimiento de gobiernos progresistas y/o de tendencia de «izquierda», los cuales han delineado las posibilidades de acceder a una independencia definitiva y a la construcción de un modelo de sociedad de nuevo tipo, con la incorporación práctica de elementos culturales de nuestros pueblos nativos y afrodescendientes que lo harán algo original y único en la historia humana. El rechazo al «Consenso de Washington» y la descolonización del pensamiento son los rasgos comunes de estos gobiernos y movimientos populares y que los entroncan con las luchas antiimperialistas representadas por Simón Bolívar, José Martí, Augusto César Sandino, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, entre otros no menos renombrados luchadores y pensadores latinoamericanos y caribeños que vieron en las apetencias hegemónicas del coloso del Norte la mayor amenaza al destino de libertades y de soberanía nacional de cada uno de nuestros países. Bajo ninguna circunstancia, se puede negar, menos justificar, que el accionar geopolítico de Estados Unidos sobre el amplio territorio continental e insular de la América hispana y caribeña comenzó a perfilarse, con escaso disimulo, desde los primeros años de su constitución como nueva nación del mundo; lo que sirve, además, para extender esta visión imperial sobre el resto de la humanidad.


En el transcurso de estos dos siglos, los pueblos de nuestra América han sido víctimas constantes del injerecismo imperialista de Estados Unidos. Dicha realidad ha incidido (aunque otros pretendan imponer lo contrario) de un modo determinante en el atraso político, social y, sobre todo, económico de las naciones situadas al sur del rio Bravo, dando forma a un estado de subdesarrollo que pareciera eternizarse, sin opciones concretas que permitan superarlo según los estándares en vigencia. Como base de sus acciones, los distintos gobiernos estadounidenses echaron mano a la obsoleta Doctrina Monroe (a la que se agregó el llamado corolario Roosevelt) para lograr, bajo su amparo, un nuevo género de dominación hemisférica, asumiendo al mar Caribe como su Mare Nostrum, a la usanza de los antiguos romanos en relación con el mar Mediterráneo, y a toda nuestra América como su patio trasero. En este tiempo, Washington implementó diversas medidas para asegurar su hegemonía. En muchos casos, respaldando regímenes abiertamente reaccionarios y vulnerando ampliamente la soberanía y el derecho a la autodeterminación de nuestras naciones mediante el despliegue de sus tropas en sus territorios y el derrocamiento de presidentes que se mostraron reacios a admitir el tutelaje yanqui. Mientras en otros, ha aplicado la imposición de sanciones y de bloqueos económicos unilaterales con el propósito de desestabilizar a los gobiernos que considera sus enemigos. En esta historia, en «defensa de la libertad y la democracia», resaltan el desmembramiento de la mitad del territorio de México; la ocupación colonial de Cuba, Puerto Rico y Nicaragua; la «independencia» de Panamá (lo que, en compensación, le valió terminar la construcción y control del canal interoceánico allí proyectado y la apropiación a perpetuidad de una amplia franja a ambas orillas del mismo); las invasiones a México, Haití, República Dominicana y Grenada; el apoyo brindado a Inglaterra en contra de Argentina durante la guerra de las islas Malvinas de 1982; los diferentes golpes de Estado propiciados en una gran parte de los países del centro y del sur del continente (siendo una práctica habitual, como lo demostraron, en años más recientes, los producidos en Haití, Paraguay, Honduras, Venezuela, Brasil y Bolivia); además de los bloqueos a Cuba, Nicaragua y Venezuela, obstaculizándoseles a sus ciudadanos el acceso garantizado de alimentos, productos farmacéuticos, combustible y suministros sanitarios, en lo que constituirían crímenes de lesa humanidad, al condenárseles a sufrir muertes masivas, necesidades de toda índole, emigración forzosa y sustracción de miles de millones de dólares por funcionarios corruptos.


Así, todos los asuntos internos de las naciones de este hemisferio son considerados por los jerarcas estadounidenses como asuntos del «supremo interés nacional de Estados Unidos». A fin de que ello esté asegurado, el Pentágono posee bases militares convenientemente situadas a lo ancho y extenso de nuestra América, en una especie de extraterritorialidad que convierte al continente en la gran isla estadounidense. Todas estas medidas intervencionistas y expansionistas de Estados Unidos son las causas directas de las crisis políticas, económicas y productivas que padece cada uno de nuestros países y son del todo ilegales, según el derecho internacional y humanitario, ya que violan los derechos humanos al interrumpir los esfuerzos de los gobiernos electos por proporcionar a los ciudadanos acceso oportuno a servicios públicos eficientes, a una alimentación adecuada, a una educación completa garantizada y a una paz que no se halle jamás bajo amenaza de ningún tipo. De ahí que sea necesario y pronto adoptar una estrategia común de nuestros pueblos en contra de las sanciones y la intervención unilateral de Estados Unidos, sea cual sea la razón esgrimida; contrarrestar el militarismo (interno y externo) con acciones de paz y cooperación; forjar un modelo económico independiente; y desenterrar las causas fundamentales que ocasionan la inmigración, lo que implica la suma de todo lo anteriormente indicado. Aunque no se quiera, hay que entender que, en palabras de Claudio Katz, «el sistema imperial es la principal estructura de expropiación, coerción y competencia, que apuntalan los grandes capitalistas para preservar sus privilegios». En consecuencia, es algo totalmente ilusorio creer en las posibilidades de una nivelación bajo el sistema capitalista entre las economías disímiles de Estados Unidos y sus asociados y las economías dependientes y semi-industrializadas de las naciones periféricas, en especial, las de nuestra América, como lo han predicado los apologistas del capitalismo neoliberal al recomendar tratados bilaterales, similares en esencia al fallido ALCA. Ejemplo de ello es lo ocurrido con la economía de México.


En las dos últimas décadas y en respuesta al papel servil de la OEA frente a Washington, se han formado nuevas asociaciones, como la CELAC, el ALBA, la UNASUR y PETROCARIBE, todas ellas inspiradas en el ideal de integración regional, regidas por principios ecológicos, democráticos plurinacionales y basadas en el respeto a la igualdad y a la soberanía entre las naciones. Con todas estas iniciativas, nuestra región busca desprenderse de ese pasado de invasiones, intervenciones y cambios de regímenes que impusieron las diversas administraciones de la Casa Blanca, inspiradas en el supuesto «destino manifiesto» que le reservó la providencia a Estados Unidos. Esto hace que Estados Unidos tenga en mira, por otra parte, impedir la disposición soberana de los gobiernos de nuestra América (sean progresistas liberales, socialdemócratas o de izquierda), de acordar convenios bilaterales de colaboración de amplio espectro con Rusia y China, en lo que califica como una intromisión inaceptable de estas grandes potencias en los asuntos internos de los países que conforman, para tragedia suya, su «patio trasero».


Los gobiernos de Washington de las décadas finales del siglo 20 e inicios del presente siglo han exhibido una innegable incapacidad para comprender esta nueva realidad, adaptándose a ella a través del establecimiento de una nueva política exterior que le permita a Estados Unidos mantener una relación constructiva y cooperativa con las diversas naciones de la región; de una manera totalmente diferente a la que se proponía imponer con la Alternativa de Libre Comercio de las Américas (ALCA), según el modelo económico neoliberal. Esta tendencia se mantiene intacta, haciendo uso de algunos de los postulados del Documento de Santa Fe y el Nuevo Siglo (Norte) Americano cuando todos los países marchan, de uno u otro modo, en dirección hacia la construcción de un mundo pluralista, multicéntrico y multipolar, respetuoso de los derechos humanos y del derecho internacional. El pretexto de la Doctrina Monroe para enfrentar la recolonización europea resulta fuera de lugar, siendo ella parte esencial de la base ideológica con que se defienden los intereses corporativos transnacionales yanquis, como se evidenció en Guatemala con el derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz al nacionalizar las grandes extensiones de tierra pertenecientes a la United Fruit Company. Coincidencialmente, en el mismo año que esta «doctrina» se proclamara, el Tribunal Supremo estadounidense legitimó la «Doctrina del Descubrimiento» que permitió legalizar el robo de tierras del oeste, la expansión de los colonos, la limpieza étnica y el genocidio de los pueblos indígenas, lo que ha sido exaltado por la industria ideológica de Hollywood como una hazaña de la civilización sobre la barbarie.


Frente a todo ello, Ramón Grosofoguel, sociólogo y Profesor en la Universidad de Berkeley, California, señala que «tenemos que pensar en un anti-imperialismo que no puede tener una sola epistemología o visión de mundo como punto de partida. El anti-imperialismo del siglo XXI tiene que ser epistémicamente y espiritualmente pluriversal, diverso y plural. La paz, la solidaridad y el derecho soberano a la autodeterminación de los pueblos tienen que ser los principios de unidad anti-imperialistas respetando las espiritualidades y epistemologías diversas. Y tiene que tener como tema central la defensa de la VIDA porque el sistema imperialista con su destrucción ecológica del planeta está llevándonos a la muerte». En contraposición a los designios de Washington, las naciones de nuestra América (lo mismo que las demás naciones subyugadas por éste y sus aliados en todo el planeta) están obligadas a asumir una posición radical que reivindique su rol ante la historia, llamada a cumplir con los ideales que guiaron su lucha por la independencia, en un marco de crecimiento armónico, de justicia social y, sobre todo, de respeto a la naturaleza y a la autodeterminación de los pueblos. En síntesis, todo lo opuesto a lo representado y hecho por el imperialismo gringo hasta el día presente.

 

BOLÍVAR Y SU FALSA PATERNIDAD DEL PANAMERICANISMO

BOLÍVAR Y SU FALSA PATERNIDAD DEL PANAMERICANISMO

 

Homar Garcés


Quienes dirigen el proceso de liberación de nuestra América de la corona española orientan sus primeras acciones -como lo señala Ricardo A. Martínez en su obra «De Bolívar a Dulles. El panamericanismo, doctrina y práctica imperialista» al establecimiento de «primero, los tratados de ayuda mutua para mejor conducir la guerra y para la consolidación de las libertades logradas; después las actividades tendientes a constituir un cuerpo federal político hispano americano que les permitiera a dichas naciones enfrentarse a los planes de reconquista española, a las ambiciones colonialistas de las demás monarquías europeas y a los deseos manifiestos de los Estados Unidos de apoderarse de Cuba». Esta actividad diplomática adquiere un nivel de suma importancia en la estrategia de Simón Bolívar para conseguir la independencia absoluta del continente, por lo que idea la convocatoria para el Congreso Anfictiónico de Panamá a realizarse en 1826, al cual sólo asistirían las delegaciones de los gobiernos recién constituidos de las antiguas colonias españolas, con la expresa excepción de Haití, Brasil y Estados Unidos. Más que divergencias se hallan convergencias entre aquellos próceres que, como Francisco de Miranda, José de San Martín, Bernardo O’Higgins, Bernardo Monteagudo o Victoria José Cecilio del Valle (prócer de la independencia centroamericana), entienden la necesidad de la unión para enfrentar exitosamente cualquier tipo de pretensión extranjera de subyugar a los nuevos Estados.


Bolívar no deja de articular acciones tendientes al logro de la “unidad de la América meridional”. Con esto en miras, desde Lima, extiende su Invitación a los gobiernos de Colombia, México, Río dela Plata, Chile y Guatemala a formar el Congreso de Panamá. El pacto de unión, liga y confederación perpetua que allí se originaría tendría como objetivo principal asegurar la independencia conquistada por los ejércitos patriotas frente a la tentativa de reconquista por parte de la corona española, entonces respaldada por las principales potencias europeas agrupadas en la llamada Santa Alianza; como también frente a las apetencias colonialistas e imperialistas poco disimuladas de Inglaterra y Estados Unidos. La gran confederación de repúblicas de nuestra América -en la cual la integración de los Estados independientes no anularía su autodeterminación- no excluía, por otra parte, la posibilidad utópica de crear entre todos ellos una sola gran nación, incrementando sus potencialidades de desarrollo económico, cultural, social y tecno-científico. No obstante, aún habría que superar los prejuicios localistas sembrados por la fragmentación impuesta por el régimen colonial ibérico mediante sus virreinatosgobernaciones, audiencias y capitanías generales (a los que habrá que agregarse la miopía política, la falta de perspectiva histórica y las ambiciones personales de los estamentos gobernantes, de antes y de ahora), muchos de los cuales se mantienen todavía vigentes, entorpeciendo todo intento de integración y de solidaridad continental.


En carta remitida al general Francisco de Paula Santander, desde Ibarra el 23 de diciembre de 1822, Bolívar al referirse a la situación de nuestra América, le advierte que se halla «a la cabeza de su gran continente una poderosísima nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo.» El Libertador no ignoraba la tendencia expansionista y hegemónica de los círculos gobernantes de Estados Unidos (como tampoco los planes de Inglaterra por monopolizar el comercio continental), quienes aspiraban -mucho antes de alcanzarse la independencia hispanoamericana- al control directo de las islas de Cuba y Puerto Rico y de los territorios pertenecientes a México como complemento de la extensión que conformaban, inicialmente, las trece ex colonias británicas. Sin embargo, Santander desconoce dicha advertencia y las instrucciones de Bolívar para no invitar al gobierno estadounidense a la cumbre de plenipotenciarios en Panamá. Contrariamente al proyecto integracionista bolivariano, Henry Clay, a nombre de la Cámara de Representantes, expresaba que «deberíamos convertirnos (Estados Unidos) en el centro de un sistema que constituye el foco de reunión de la sabiduría humana contra el despotismo del Viejo Mundo. Seamos real y verdaderamente americanos, y situémonos a la cabeza del sistema americano». De esa manera, quedó establecida la estrategia, gracias a la «doctrina» Monroe, que daría por fruto el surgimiento del panamericanismo, al gusto de los intereses geopolíticos y económicos yanquis, manteniendo y azuzando las divisiones de las naciones de nuestra América bajo su hegemonía imperial. Además de lo antes señalado, flotaba en el ambiente el tema de la esclavitud que se vería seriamente afectado por la resolución de Bolívar y de los nuevos Estados independientes de acabar, definitivamente, con ese flagelo, lo que se reflejaría, de forma «negativa», según sus sostenedores, principalmente, en el sur estadounidense.


En su siempre citada frase, contenida en la correspondencia dirigida el 5 de agosto de 1829 al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios de Gran Bretaña, Bolívar no hace más que ratificar sus aprensiones respecto a la actitud egoísta, hegemónica y economicista de quienes integran el poder constituido en Estados Unidos, demostrada durante todo el proceso de liberación que él encabezara cuando dicha nación se proclamara neutral ante los acontecimientos que tenían lugar al sur de su frontera, beneficiando con ello los esfuerzos de la corona española por revertirlos en su favor, recuperando el dominio perdido. En el cruce de cartas con el agente diplomático J. B. Irvine, entre el 29 de julio y el 1° de octubre de 1818, en ocasión del reclamo de éste al procederse a la confiscación de las goletas norteamericanas Tigre y Libertad al haber éstas violado el bloqueo ordenado por el gobierno colombiano, el Libertador le expectorará: «protesto a usted que no permitiré que se ultraje ni desprecie el Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”. Una posición totalmente diferente a la observada entre las clases dirigentes y acaudaladas criollas en relación con la «doctrina» Monroe, la cual les eximiría de ejecutar cualquier acción en el dado caso que España y, con ella, las potencias europeas coaligadas en la Santa Alianza, dirigiera su fuerza militar contra sus antiguas posesiones, dejando todo en manos del entonces incipiente imperialismo gringo; rasgo que se ha mantenido servilmente a lo largo de estos últimos doscientos años de historia.


Venciendo los pormenores de índole geográfica, económica o histórica que pudieran oponerse a su gran propuesta de solidaridad y de complementariedad de nuestra América, Bolívar se apoya en la convicción de que todos los participantes en la lucha por la independencia mantienen un mismo criterio revolucionario sobre lo que deben ser y hacer las nuevas repúblicas, es decir, que habría una homogeneidad de principios políticos y de organización social. La fragmentación que estas sufrirían durante los años siguientes favorecerá a Inglaterra, primero, y a Estados Unidos, después, mientras que el subdesarrollo será la marca distintiva de nuestro destino como periferia dependiente del sistema capitalista global. «Es con ocasión del Congreso de Panamá -refiere en su libro ’Idea y experiencia de América’ el jurista mejicano Antonio Gómez Robledo- cuando la Doctrina Monroe, que acababa, como quien dice, de ser promulgada, irrumpe en la vida de relación interamericana [...] Es entonces cuando se afrontan por primera vez el bolivarismo y el monroísmo, y se inicia un diálogo patético, que habrá de durar por tantos años, entre el Norte y el Sur». A fin de aclarar, la declaración del presidente estadounidense nunca representó, según lo expuso en «Bolivarismo y Monroísmo» el escritor colombiano Indalecio Liévano Aguirre, «un acto de altruismo o de particular amistad para con las repúblicas vecinas del Sur -como lo creerían candorosamente los gobernantes de Latinoamérica-, ni menos aún que ella implicara para los Estados Unidos la obligación de intervenir en defensa de cualquier país del continente que fuera víctima de una agresión externa. Para los estadistas norteamericanos, la Doctrina Monroe se limitaba a anunciar la eventual intervención de la república del norte sólo en aquellos casos y en aquellas zonas del continente en lo que un interés específicamente nacional de los Estados Unidos lo exigiera». Como demostración de ello, habría que recordar el papel cumplido por Estados Unidos en el conflicto de Inglaterra y Argentina por las islas Malvinas en 1982 al apoyar a la potencia anglosajona e incumplir con lo dispuesto en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (también llamado Tratado de Río) firmado en Brasil el 2 de septiembre de 1947. En ésta, no hay contenida alguna consigna de libertad e independencia a semejanza de las emitidas por Bolívar, muy distintas y distantes de los propósitos que guían a Washington, por lo que no existe nada que sirva para presentar a Bolívar como el padre del panamericanismo y, menos, si se toma en cuenta lo hecho por la Organización de Estados Americanos desde el momento de su constitución.




LA OTAN Y LA GEOESTRATEGIA DE LA INGOBERNABILIDAD PLANETARIA

LA OTAN Y LA GEOESTRATEGIA DE LA INGOBERNABILIDAD PLANETARIA

La cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte realizada el 29 y 30 de junio de 2022 en España determinó que es vital para sus gobiernos la contención de China y de Rusia, a quienes calificaron de amenaza a sus intereses en el escenario global; lo que extiende su papel neocolonial en los demás continentes, de modo que pueda y consiga conservar y reforzar su hegemonía (lo que podría denominarse, en el caso de nuestra América, neomonroísmo, sin ser mucha novedad), por lo que gobiernos como los de Irán, Cuba, Nicaragua y Venezuela son objetivos a ser atacados por todos los medios, a fin de evitar que sus gestiones resulten exitosas y sirvan de ejemplo a las demás naciones. Esto no es simple retórica. Para los grupos dominantes de Estados Unidos y Europa es un asunto de vida o muerte, a sabiendas que, desde hace más de cuatro décadas, el neoliberalismo capitalista proyectó un mundo de progreso infinito y de satisfacción de las necesidades si se seguían sus patrones de destrucción del Estado de bienestar, pérdida de derechos sociales y laborales, control absoluto de recursos naturales estratégicos y consolidación del dominio plutocrático, lo que se tradujo en el ataque sistemático a los gobiernos que no se apegaran a sus dictámenes, guerras violatorias del derecho internacional, imposición unilateral de sanciones y bloqueos económicos y estigmatización de los movimientos y luchas populares; llegándose el momento de hacerlo más descaradamente, sin más justificaciones que las suyas.

Con ello, estando al frente de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Estados Unidos está aplicando la estrategia de la militarización de la producción, la distribución, el comercio y la comunicación, dejando a un lado cualquier atisbo de consideración legal y moral; lo cual quedó reflejado en el Nuevo Concepto Estratégico de Madrid, documento en el cual se plantea combatir todas las amenazas y desafíos que existan o puedan surgir, recurriendo a una mayor “cooperación civil-militar”, en asociación con la industria y donde se articulen “los gobiernos, el sector privado, y la academia para reforzar nuestra ventaja tecnológica”. Es la conformación de una estrecha alianza entre las grandes corporaciones transnacionales, los centros financieros mundiales y el complejo militar-industrial que domina Estados Unidos, con una perspectiva claramente belicista bajo la cual quedaría subordinada toda soberanía. Para la OTAN (lo que es decir, Estados Unidos), aunque no haya amenazas probables, cercanas e inminentes a la seguridad atlántica, es indispensable tener a la vista un enemigo que confrontar, como ocurre con China, Rusia y toda otra potencia que desafíe el status quo internacional. 

Como lo reseña Andrés Piqueras en su artículo «La OTAN se hace global», “desde la caída de la URSS, EE.UU., al sentirse única potencia mundial, viene pergeñando distintos documentos en los que ha ido diseñando su estrategia global. Así, por ejemplo, la Doctrina de la ‘Dominación Permanente’, en la que contemplaba la reestructuración del dominio mundial estadounidense, la adaptación a un nuevo tipo de guerra o un nuevo America Way of War. También, en el que se conoció como ‘Plan Rumsfeld-Cebrowski’ (salido de la al parecer recién creada Oficina para la Transformación de la Fuerza), en el que se concebía la reestructuración total del ‘Medio Oriente Ampliado’ (toda la región de Asia Occidental y África Nororiental). Una vez que comenzó a identificar a China como enemigo a batir, cobraría existencia la Doctrina del ‘Pivote asiático’ y el Documento ‘Ventaja en el mar’, que apuntan a rodear al gigante asiático mediante un despliegue de instalaciones militares y medios de combate para impedir y/o limitar el abastecimiento energético de China por vía marítima». Sus objetivos son bastantes amplios y ambiciosos, ya que abarca la totalidad de las distintas regiones del planeta, incluyendo a Europa (con Israel a la distancia, en el Oriente Medio) que vendría a constituirse en un apéndice del imperio gringo, despojada de cualquier gesto de autonomía, como pudo ser la Unión Europea.

La OTAN y su geoestrategia del ingobernabilidad planetaria es lo más opuesto a la idea democrática de universalismo pregonado por el pensamiento liberal o eurocentrista como ideología dominante, el único racional y dotado de vigencia absoluta. Aunque no debiera causar extrañeza alguna, puesto que éste siempre se impuso al resto de la humanidad sobre la creencia de la superioridad racial de Europa; de otro modo, sus monarquías no habrían subyugado América, África y Asia durante algunos siglos, y menos se habría consolidado el capitalismo como sistema económico. El alfa y omega de este paradigma no es otra cosa que acaparar y controlar riquezas y poder sin límites a una escala global. Por ello, a Estados Unidos y sus subordinados les preocupa y aterroriza la idea del surgimiento de un mundo multipolar y multicéntrico donde su dominio quedaría completamente reducido, igualándose a las demás naciones de la Tierra. La incompatibilidad que esto supone frente a una realidad humana que demanda mayores niveles de igualdad social, de distribución equitativa de la riqueza y de mayores espacios de participación democrática debiera motivar en toda persona el compromiso solidario con todas las causas justas, las que defienden la democracia y los derechos humanos y ambientales ante la voracidad de poder del capitalismo y de su fase superior, el imperialismo, ahora yanqui-otanista. Sin embargo, esta gran tarea histórica demanda un combate continuo contra los paradigmas vigentes, gran parte de los cuales representan la legitimación del sistema-mundo que debiera cambiarse, en función de la vida en nuestro planeta.

ACTUALIDAD Y SIGNIFICADO DEL IMPERIALISMO

ACTUALIDAD Y SIGNIFICADO DEL IMPERIALISMO

El sistema mundial capitalista se sigue caracterizando por la existencia de una jerarquía de países, esta vez con la participación de potencias que fueran concebidas bajo la ideología marxista-leninista (en el caso de Rusia, luego de la implosión de la Unión Soviética) o marxista-maoista (en el caso de China), que ahora le disputan la hegemonía a Estados Unidos en el terreno económico, tecnológico y militar. Las asimetrías económicas que ésto ha provocado se expresan en un desarrollo desigual en todos los continentes que obligan a uno u otro gobierno a tratar de llegar a acuerdos con los gobiernos de tales potencias que no impliquen la pérdida o la reducción de sus respectivas soberanías, especialmente en el ámbito económico. Sin embargo, éstas son afectadas por las transformaciones estructurales del capitalismo y por el dominio tradicionalmente ejercido sobre una economía mundial, sometida a la lógica de la valorización; lo que explica, en parte, el enfrentamiento actual de Estados Unidos contra China y Rusia.

Estos centros de poder geográficamente distinguibles no han impedido el surgimiento de otros, quizá con una influencia menos visible o determinante pero igualmente importante, ya que, en conjunto, podrían inclinar la balanza geopolítica hacia uno u otro polo, conformando áreas específicas en cada continente que trastocarían la historia de subdesarrollo económico a que fuera sometida la mayoría de las naciones. La expoliación del conjunto del planeta llevada a cabo por las empresas transnacionales y las finanzas globales tendría así su punto culminante. No obstante, todavía habrá que emprender una lucha revolucionaria contra el capitalismo y el imperialismo, si se aspira a un nuevo orden mundial centrado en el respeto a la soberanía de cada nación y demás derechos y garantías proclamadas desde hace casi cien años por la Organización de las Naciones Unidas. Y esto no es simple capricho ni una vuelta al pasado.

Cualquier ascenso de los sectores populares que cuestione y ponga en crisis los regímenes políticos de cualquier país dependiente tendrá que confrontar no solo a la clase dominante local y a las fuerzas represivas que integran el Estado, sino también enfrentar la estrategia militar, económica y financiera que pondrá en marcha el viejo imperialismo para conservar su hegemonía. En la actualidad, según el criterio de muchos analistas, estaríamos en presencia de avances hacia la conformación de una clase capitalista y un Estado transnacionales que terminarían por extender su dominio a todos los países del planeta. Algo que se deja ver a medida que la reorganización del sistema mundial capitalista impone nuevos paradigmas, por lo que, siguiendo lo iniciado por el capitalismo neoliberal a finales del siglo pasado, se requiere que exista una fuerza laboral más barata y con menos derechos que exigir, menores impuestos, y flexibilidad en requisitos en materia del cuidado de la naturaleza, entre los elementos más comunes al momento de ponerse en práctica cualquier programa económico.

Durante un siglo, EE. UU. no afrontó desafíos considerables a su poderío. La situación, desde el inicio del nuevo milenio, cambió. Ahora la disputa por áreas de influencia, hace que muchas personas anticipen una confrontación mayor con Rusia y China, lo que implicaría una destrucción que abarcaría un escenario más extenso que el de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Por ello mismo, la actualidad y el significado del imperialismo quizá no tengan la misma connotación de la otorgada en su momento por Marx, Lenin o Mao, por citar algunos de los teóricos del comunismo que se dedicaron a su estudio. Esto no significa que sus aportes teóricos estén en desuso pero sí pueden contribuir a la comprensión de lo que es la realidad presente.
 

VIENTOS DE GUERRA SOPLAN SOBRE CHINA Y VENEZUELA

VIENTOS DE GUERRA SOPLAN SOBRE CHINA Y VENEZUELA

El conflicto inducido por el imperialismo gringo y sus subalternos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte entre Ucrania y Rusia, a pesar que apunta al desgaste militar, económico y político ruso (en búsqueda de controlar tan vasta región estratégica, así como sus recursos minerales), podrá verse como un punto de partida para hacer lo propio respecto al coloso asiático que es China, algo nada improbable en vista que en su geografía cercana se hallan Taiwán y Japón, dos aliados con los que cuentan aquellos del lado del océano Pacífico, a quienes dan la garantía de defenderlos, incluso apelando al uso de su arsenal nuclear; anticipando una destrucción de grandes proporciones. Teniendo esto como fondo, definir el estado de situación del imperialismo resulta, para quien se ubique en el lado de la Revolución, un asunto de primer orden. En una primera instancia, habría que revisar cuánto de los aportes teóricos históricos sobre este tema mantiene su vigencia. Luego está el hecho cierto que el imperialismo ya no se expresa únicamente por la vía de las armas u ordenando golpes de Estado, de lo cual nuestra América tiene un extenso historial. Ahora practica otros métodos con la misma finalidad: subordinar las soberanías nacionales a su influjo y normas. Sin embargo, el surgimiento de un mundo multipolar, con Rusia y China convertidas en indiscutibles potencias económicas rivales de Estados Unidos, requiere de algo más que una simple definición de lo que es y representa el imperialismo. Asociado a ello, debe considerarse el impacto causado por el capitalismo neoliberal en las diversas naciones donde actúa; sin que tal nomenclatura sea una exclusividad de Estados Unidos o Europa occidental, lo que podría aplicarse, con sus variantes, a China y Rusia. Así, la situación de guerra creada en Ucrania podría responder a estas dos realidades más que a una simple defensa de la soberanía de este país o de quienes se identifican cultural y étnicamente con los rusos. Hay que ver, en principio, un choque de potencias en que, cada una a su modo, buscan prevalecer en el escenario mundial. Y esto, en último caso, se relaciona con el afán capitalista de controlar territorios, mercados y economías, al igual que sucediera durante las primeras décadas del siglo pasado, desencadenándose los dos conocidos grandes conflictos bélicos que sacudieron a la humanidad de entonces.

 

La mistificación del imperialismo yanqui como paladín de las causas justas alrededor del mundo es tan similar a la creada por la cinematografía en torno a sus héroes metahumanos, defendiendo a la Tierra de cualquier agresión, dominación e intento de destrucción de parte de invasores alienígenas que, cosa curiosa, no arriban a otro lugar que no sea europeo o estadounidense, reafirmando lo impuesto ya por la modernidad hegemónica, es decir, la ideología eurocentrista y colonialista que los presenta como los únicos seres humanos civilizados de este mundo. Esto repercute, de una u otra manera, en la percepción que se pueda tener en relación con lo que ocurre en aquella lejana región de Europa, respaldando sin mucha base a uno u otro contendiente. Unos porque consideran que ya debiera cesar, por completo, el papel de gendarme mundial ejercido por voluntad propia por Estados Unidos; favoreciendo el establecimiento de un mundo multipolar y/o multicéntrico. Otros porque recuerdan a Rusia como el núcleo principal de lo que fuera la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, intimidados por un comunismo que nunca existió; lo que se hace extensivo a todo régimen (como el de Venezuela) que se identifique con dicha alternativa, así sea de una forma meramente nominal.  

 

Según lo referido por Boaventura de Sousa Santos en uno de sus más recientes análisis, a propósito del enfrentamiento ruso-ucraniano, «la dinámica del imperialismo estadounidense parece imparable, siempre alimentada por la creencia de que la destrucción que provoca o incita tendrá lugar lejos de sus fronteras protegidas por dos vastos océanos. Por lo tanto, tienen un desprecio casi genético por otros pueblos. Estados Unidos siempre dice que interviene por el bien de la democracia y sólo deja destrucción y dictadura o caos tras su paso». El sistema de alianzas subalternas que logró establecer Estados Unidos por más de cincuenta años está siendo sometido a prueba frente a Rusia, lo que también podría suceder frente a China y, en un caso hipotético, frente a Venezuela, el mayor aliado de ambas potencias en lo que corresponde al territorio de nuestra América. Las medidas comerciales, tecnológicas y monetarias, a las que se agregan las militares, están creando más problemas que soluciones. En tal sentido, los últimos gobiernos gringos dejan asomar sin disimulo sus planes de activar un ataque militar contra Venezuela, lo que es secundado por sus subalternos de la derecha opositora, en la esperanza de contar con un suministro seguro y exclusivo de hidrocarburos y todo mineral estratégico que se halle en el subsuelo venezolano; una amenaza potencial que luciría  cuesta arriba, en vista de la correlación de fuerzas existente ahora con algunos gobiernos, entre éstos los de Brasil y Colombia, aparentemente alejados de la órbita estadounidense. Sin embargo, se tiene a Guyana como el peón apropiado en este ajedrez geopolítico, azuzando a su gobierno para que se desconozca por completo los protocolos establecidos para determinar la soberanía sobre el territorio del Esequibo, en cuya plataforma marítima se hallan empresas estadounidenses explotando gas y petróleo, a pesar de la protesta venezolana; lo que detonaría un conflicto armado entre estas dos naciones.

 

Debido al empeño de los jerarcas políticos y militares gringos y europeos en atizar más el fuego entre Rusia y Ucrania, no resulta inverosímil que los vientos de guerra se propaguen a otras regiones de vital interés económico y geopolítico para Estados Unidos y sus fuerzas auxiliares de la OTAN. En los últimos años, el Pentágono (por medio del Comando Sur de EE. UU.) ha intensificado el nivel de intervención agresiva de Washington con el establecimiento de bases y ejercicios militares en distintos lugares de este continente; lo mismo que Francia e Inglaterra, ésta última al sur de las islas Malvinas, usurpadas a la República Argentina. La hipótesis de guerra que esto supone recuerda lo sucedido durante el inicio de las dos conflagraciones mundiales que tuvieron lugar en el siglo XX, de lo cual no estuvo ausente Venezuela por sus yacimientos petroleros. Cuando en la actualidad el imperialismo yanqui busca asegurar su hegemonía continental, enfrentando en una guerra asimétrica al gobierno chavista, tal hipótesis de guerra no deja de tener algún fundamento real, sino inmediato sí de una forma que no se debe descartar; lo que exige mantener una claridad de criterios respecto a los móviles de las guerras trazadas por el complejo industrial-militar que controla el poder en Estado Unidos y su brazo ejecutor, la OTAN, y no dejarse guiar simplemente por la propaganda difundida a través de todos los medios.