Blogia
Homar_mandinga

TEMAS ANTIIMPERIALISTAS

ESTADOS UNIDOS Y LAS MÁSCARAS NUEVAS DEL NEOFASCISMO

ESTADOS UNIDOS Y LAS MÁSCARAS NUEVAS DEL NEOFASCISMO

 

El asalto al Capitolio, sede del poder legislativo estadounidense, protagonizado sin oposición de los organismos de seguridad por grupos disfrazados de superhéroes y otros personajes que portaban banderas sudistas de la guerra de secesión, en lo que algunos analistas han calificado como un intento fallido de autogolpe incitado por Donald Trump para permanecer en la Casa Blanca, alegando ser víctima de un fraude electoral (gestado aparentemente desde Caracas por Hugo Chávez), da cuenta de la severa crisis política y social que, desde hace algunos años, se ha hecho presente en Estados Unidos y que los supremacistas blancos aprovechan para desacreditar y deslegitimar la democracia, acusando que su país es amenazado por una malévola conspiración comunista internacional.

Este tipo de conducta, según lo describe Orlando Ochoa en un artículo, fue denominado por Morris Lamar Keene como síndrome del verdadero creyente (o fanático sincero), «un desorden cognoscitivo que compele a un individuo, de otra manera normal, a creer lo increíble más allá de toda razón y que deviene enamorado de una fantasía, una ficción o una impostura que, mientras más se le demuestra su ausencia de fundamentos o de lógica, más se aferra a su creencia. Este autoengaño no significa mentirse a sí mismo, pues esto implicaría que sabe que es mentira. El “fanático sincero” está persuadido de que lo que cree es real, independientemente que abundantes hechos le demuestren lo contrario». Algo que, de una manera u otra, tiene sus manifestaciones ya no simplemente en el plano religioso sino que abarca lo político, como se ha visto en países disímiles entre sí como Venezuela y Estados Unidos.

Para el caso estadounidense, esto supone una prueba de fuerza para el nuevo gobierno que presidirá Joe Biden al no tener éste un consenso mayoritario de la población estadounidense en torno suyo, producto, básicamente, de la desvalorización moral que roe al sistema político vigente, evidenciada con el ascenso a la Casa Blanca de George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump. Así, el auge alcanzado en Estados Unidos por grupos abiertamente violentos, xenófobos y racistas busca imponerse como la tendencia única que debe guiar el destino de este país, incluso al margen de la globalización neoliberal que éste lidera, en una mezcla discordante de preceptos bíblicos y políticos aparentemente democráticos que excluye a todos aquellos que no pertenezcan a lo que ellos definen y defienden como auténticamente estadounidense. Cuestión que no resulta nada novedosa y que podría rastrearse sin dificultad alguna hasta los orígenes de dicha nación, incluyendo su etapa como colonia británica, pero que ahora parece escandalizar a no pocos propios y extraños dada la contundencia con que actúan y la creciente influencia ejercida en el campo mediático y político. Sin embargo, hay que acotar -revisando la historia- que la imposición del nazi-fascismo no fue posible únicamente por la acción intimidante de sus fanatizados militantes sino también por el apoyo económico de los grupos oligárquicos que vieron en éste una barrera que le impidiera a los sectores populares avanzar hacia mayores conquistas económicas, políticas y sociales en detrimento de su hegemonía habitual.

Aunque ello quizá no ocurra del mismo modo que en Europa, sí es factible que el sistema gringo se haga cada vez menos permeable a los cambios y profundice sus raíces de dominio de élites capitalistas, imperialistas, excluyentes y racistas, con repercusiones negativas dentro y fuera de sus fronteras; lo que podría afectar también la paz mundial al señalar, entre otros, a China, Rusia e Irán (de paso, a Venezuela) como los enemigos que amenazan su seguridad nacional y, de este modo, reagrupar a su población bajo un mismo esquema de conducta y de pensamiento. Como ocurriera luego de la implosión de las Torres Gemelas de Nueva York. 

 

EL FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO COMO RASGO DEL ESTILO DE VIDA GRINGO

EL FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO COMO RASGO DEL ESTILO DE VIDA GRINGO

La mayoría, si no todos, los fundamentalistas religiosos de Estados Unidos coinciden en algo: unas mismas ideas xenófobas, racistas y anticomunistas, las cuales, por cierto, marcan -indiferentemente de quien esté ocupando la Casa Blanca-  la conducta imperialista de sus gobernantes. Tales ideas impregnan cada aspecto de su sociedad y le da la razón de ser a todas las acciones llevadas a cabo en cada rincón del planeta, todo en nombre de la libertad y la democracia; es decir, de su libertad y de su democracia, las que sostienen la libertad de empresa sin límites, la propiedad privada y, en consecuencia, la hegemonía del capitalismo.

Al considerarse un nuevo pueblo en alianza con el Dios bíblico (al modo del antiguo Israel), Estados Unidos asume para sí la titánica labor de «civilizar» al mundo entero, transmitiéndole e imponiéndole sus valores, valores que tienen su génesis en territorio europeo y son vistos como universales, independientemente de cuál sea la cosmogonía y la cultura que caractericen a los demás pueblos. Esto le permitió a sus pobladores iniciales desestimar cualquier derecho preexistente de los pueblos originarios sobre las tierras por ellos ocupadas desde tiempos inmemoriales, al igual que lo hecho respecto a los hombres y las mujeres que fueran secuestrados en África para esclavizarlos, sin reconocérseles bajo ninguna circunstancia su condición humana, lo que explica en buena parte la permanente actitud racista de la policía estadounidense y, por ende, de las demás instituciones del Estado. Esto, al margen de la historia transcurrida y de los derechos alcanzados por la población negra y amerindia (a quienes habría que agregar los inmigrantes provenientes de distintas latitudes) es lo más característico del ser estadounidense. Porque hay que entender que lo que en Estados Unidos se pregona como libertad y democracia no son otra cosa que el disfrute del poder y de un cúmulo de privilegios por parte de una clase dominante que, de acuerdo a la lógica calvinista heredada de los denominados padres fundadores, se juzga a si misma siempre bendecida y protegida por la providencia, lo que es evidenciado por el alto éxito económico que le acompaña.

Con esta ideología dominando su existencia, es difícil que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses lleguen a aceptar como algo natural que existan otras culturas y otros dioses tan legítimos y verdaderos como los suyos; cuestión que los empuja a entablar guerras y confrontaciones con aquellos que consideran inferiores culturalmente y cuyas religiones no son más que productos de Satanás, el eterno oponente de su dios al cual deben ayudar a derrotar, en un escenario apocalíptico, impidiendo a sus seguidores cualquier posibilidad de divulgar y consolidar sus creencias. Con tal convicción, etiquetan de comunistas a sus «enemigos», siendo éstos parte de lo que el presidente Ronald Reagan catalogó de eje del mal, correspondiéndole al país del norte la defensa del bien, sin importar los métodos empleados para lograrlo ni el saldo de muertes que esto causare en vista que sólo a Dios le compete juzgarlo, otorgándoles a sus ciudadanos el Paraíso como morada definitiva. Este plan «sagrado» ha dado por resultado la conformación de un imperio amplio que se extiende a todos los continentes, subyugando diversidad de naciones mediante el poder militar y el poder económico (sin obviar su influencia ideológica a través de la industria cinematográfica y del entretenimiento) y que, en el presente siglo, les empuja a mantener una peligrosa confrontación con Rusia y China al verse desplazado en su condición de potencia unipolar.

Estados Unidos es manifestación innegable de una estructura de clases en la que una minoría corporativa, basándose en su insaciable poder económico, impone sus intereses a una mayoría excluida, lo que deja ver una sociedad donde imperan la injusticia social y la discriminación racial y no precisamente una democracia real, al modo como se le presenta al mundo. Luego de tanto tiempo y del paréntesis retrógrado que significó la presidencia de Donald Trump, a Estados Unidos se le augura un mayor resquebrajamiento de sus estructuras internas, lo que, sin duda, tendrá sus repercusiones en el ámbito externo, debilitando el fundamentalismo religioso con que fuera arropado su nacimiento como república hace más de doscientos años. -

EN HONOR A LA MEDIA Y LA FALSA VERDAD

EN HONOR A LA MEDIA Y LA FALSA VERDAD

 

La situación creada con el encarcelamiento en Inglaterra de Julian Assange a pedido de Estados Unidos -acusado de cometer presuntamente 18 delitos estipulados en una ley de dicho país contra el espionaje que data de 1917- pone en la palestra lo que hoy en día representa la vigencia de la libertad de expresión frente a los crímenes de guerra perpetrados por las grandes potencias hegemónicas y sus aliados regionales a nivel mundial. Como es de todos conocido, el fundador de Wikileaks reveló al mundo la existencia de programas destinados a conseguir y analizar información suministrada gratuitamente por los usuarios de internet, a través de Google, Facebook o Apple, en lo que constituye un amplio imperio de vigilancia que haría empalidecer al Big Brother descrito en “1984" por George Orwell. Esto hizo que Estados Unidos y algunos gobiernos europeos emprendieran acciones en su contra al exponer a la opinión pública el carácter inmoral e inhumano de sus guerras humanitarias, lo que ha traído como consecuencia para Assange, en el peor escenario imaginable, el sometimiento a torturas sicológicas y aislamiento total, lo que ha hecho temer a muchos por su vida.

 

Este amplio imperio de vigilancia denunciado por Assange no es otra cosa que la mundialización del miedo y la sumisión, ya anticipado en décadas pasadas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, de México, cuyo objetivo prioritario es asentar, propagar y defender la ideología y los intereses de los sectores dominantes yanqui-europeos en detrimento de la soberanía, la cultura, la biodiversidad y los intereses de los demás pueblos de la Tierra. En términos simples, esto es la construcción de un poder corporativo global, cuyos intereses y decisiones afectan la vida de millones de seres humanos sin saberse a ciencia cierta quiénes lo constituyen aunque sí a quienes beneficia.

 

En palabras de Juan Pérez Ventura (al referirse al Club Bilderberg), “la idea de un gobierno mundial controlado por una pequeña élite financiera y económica es cada vez más aceptada por la sociedad. Con la última crisis económica se ha puesto en evidencia que no son los gobiernos los que controlan los países, sino organismos de rango superior a los propios ministros y presidentes. Las decisiones que se toman en cualquier país parecen estar continuamente influenciadas (directa o indirectamente) por entidades como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio, etc. Entidades cuyos líderes no han sido elegidos por la ciudadanía y, por lo tanto, están tomando decisiones decisivas sin legitimidad democrática".

 

A Assange se agregan los nombres de Chelsea Manning y Edward Snowden, acusados por el gobierno estadounidense de delitos similares, lo cual evidencia hasta qué punto el poder oscuro que rige a la nación norteña es capaz de manejar a su antojo el sistema judicial para evitar la erosión de su hegemonía. Mediante su manipulación, la clase hegemónica gringa se ha encargado de silenciar las voces que estima peligrosas, acusándolas de amenazar la seguridad de la nación, lo que se complementa con la acción racista de sus órganos policiales, generalmente dirigida contra la población negra e inmigrante de habla hispana. Para ello, suele recurrir a la difusión de medias y falsas verdades, tanto en lo que respecta al orden interno como también en lo que constituye su política exterior imperialista y neocolonialista cuando se pretende subordinar a sus particulares intereses la soberanía de otros países. -

 

LA EMPATÍA POPULAR VS EL DOMINIO GLOBAL

LA EMPATÍA POPULAR VS EL DOMINIO GLOBAL

A diferencia de lo que representa la empatía a nivel general, el sistema capitalista globalizado prioriza la satisfacción compulsiva del individuo a costa del interés y de las necesidades colectivas. De ahí que poco les importa a sus principales beneficiarios y auspiciadores que exista una asimetría social y económica que pone en entredicho las supuestas bondades que se generarán para todos de implementarse y acatarse sin ninguna oposición sus postulados fundamentales. Por ello, cualquier referencia a la justicia social, a la emancipación de los pueblos, a la democracia participativa y a la transformación estructural del Estado (esto último, orientado a asegurar de manera efectiva el ejercicio de la soberanía de las mayorías populares) es percibido como un atentado a la estabilidad, a la libertad y a la paz que defienden las clases dominantes de la sociedad, enlazadas éstas en un extenso conglomerado empresarial, cuyo objetivo primordial es la obtención de cuantiosas ganancias cada día.
Para el neoliberalismo económico globalizado es vital que la humanidad se envuelva en un proceso creciente de hiperconsumismo, incluso a riesgo de agotar por completo los recursos naturales y poner al borde de la extinción total a cualquier forma de vida existente sobre la Tierra. También estimula la autoexplotación entre las personas, independientemente de cuál sea su profesión u oficio, lo que le garantiza al capitalismo globalizado un nuevo ciclo de existencia, dando la impresión que evoluciona;  permitiéndose al mismo tiempo deshacerse de los derechos laborales que fueran conquistados a sangre y fuego por las masas trabajadoras desde hace más de un siglo. A ambas realidades se suma (ahora con mejor justificación, gracias a la pandemia del Covid 19) el miedo al otro, expresado en el rechazo (empapado de innegable racismo) de europeos y norteamericanos al ingreso de inmigrantes a sus respectivas naciones, al margen de cualquier noción y respeto del derecho internacional y de los derechos humanos; cosa que se ha extendido y manifestado con inusual virulencia en contra de la diáspora de venezolanos y venezolanas que buscaron mejores horizontes al sur de nuestra América, víctimas de un endoracismo inculcado por políticos y medios de información interesados en desviar la atención de sus conciudadanos hacia problemas locales acuciantes y explosivos. 
En un sentido amplio, de acuerdo con lo determinado por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en sus estudios respecto al tipo de sociedad en que vivimos, en la actualidad se está instaurando una estrategia de dominio global que se basa en la separación de lo público de lo privado, lo que ha logrado que mucha gente esté más motivada a elevar su desempeño y potencialidades particulares a fin de disfrutar al máximo el éxito y el reconocimiento que le augura el capitalismo globalizado, pero sin llegar a involucrarse en las luchas reivindicativas de nuestros pueblos, excusándose de obedecer a cualquier moralidad opuesta que lo impida. Esto explicaría el por qué muchas personas le presten escasa atención a los problemas sociales, por muy simples que sean, adoptando posiciones que contradicen en un gran porcentaje la ideología que defienden (aunque éstas no sepan definirla como tal ni les importe hacerlo). Así, situaciones trágicas como las padecidas cotidianamente por las poblaciones de Yemen, Haití o Palestina no merecerán la misma atención que el atuendo o la extravagancia pública de algún cantante o estrella de cine de moda. Igual sucede con las afirmaciones y las negaciones extremas que se filtran por medio de las diferentes aplicaciones de internet, lo que conspira contra toda posibilidad de crear espacios y actitudes de sociabilidad, es decir, la posibilidad de emprender una mejor comprensión del mundo que nos rodea, de modo que éste sea transformado colectivamente. 
Queda concluir entonces que, frente a esta estrategia de dominio global (para muchos, todavía imperceptible) se debe erigir y defender la empatía popular. Ésta es parte de la historia común de las luchas y las resistencias protagonizada por nuestros pueblos, cuya trascendencia es minimizada por quienes pretenden sojuzgarlos en provecho propio, haciéndoles creer -gracias a su influyente industria ideológica- que sus acciones benefician a todos y fortalecen la estabilidad democrática en cada uno de nuestros países.

EL MUNDO DEL SIGLO XXI Y LA POLÍTICA DE LA SUPREMACÍA YANQUI


Quienes delinearon lo que habría de ser el “Proyecto para un nuevo siglo americano” (es decir, estadounidense, gringo, yanqui o norteamericano), dado a conocer a finales de la última década del siglo XX, concluyeron que «Estados Unidos no tiene rival a escala global. La gran estrategia de Estados Unidos debe perseguir la preservación y la extensión de esta ventajosa posición durante tanto tiempo como sea posible. Nuevos métodos de ataque electrónicos, no letales, biológicos serán más extensamente posibles; los combates igualmente tendrán lugar en nuevas dimensiones: por el espacio, por el ciberespacio y quizás a través de los microbios; formas avanzadas de guerra biológica que puedan atacar a genotipos concretos pueden hacer del terror de la guerra biológica una herramienta política útil».

Bajo esta orientación, los sucesivos gobiernos estadounidenses que el mundo ha conocido en estas tres últimas décadas, activaron diversas medidas a fin de impedir, bajo cualquier aspecto, el surgimiento de alguna otra potencia -aliada o enemiga- que opaque o frustre el papel que asumiría Estados Unidos como imperio mundial dotado de una supremacía militar presente en todos los continentes, en áreas vitales para el sistema capitalista globalizado, lo que le aseguraría ejercer un control directo de las soberanías del resto de las naciones. Con base en esta directriz, Washington se permitirá intervenir en los asuntos internos de toda nación donde considere amenazados sus intereses o, sencillamente, ambicione sus recursos naturales estratégicos. Todo ello en el marco de un proceso de reestructuración global, iniciado en la convulsiva región del Medio Oriente, cuya máxima expresión es lo aplicado a Irak y a Libia, cuestión se proyectará, con un mayor énfasis, como una guerra justa contra el terrorismo y el narcotráfico internacionales, al modo de las viejas cruzadas medievales europeas. 

Sin embargo, la unipolaridad económica y militar gringa subestimó, o no previó con suficiente sentido de realismo, la posibilidad que Rusia y, luego, China pudieran restarle espacio en la escena mundial, habiendo centrado su atención principal en la destrucción de la República Islámica de Irán, su piedra de contención en el vasto plan de reconfiguración del Oriente Medio; contando para ello con el rol neocolonialista de Israel. 

Otra eventualidad no anticipada por los ideólogos del hegemonismo yanqui fue la situación política creada en Venezuela por Hugo Chávez, a la cual sucedieron y se sumaron procesos similares en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Nicaragua, los que, en conjunto, derrotaron la imposición del Área de Libre Comercio de las Américas y darían vida a organismos multilaterales de integración regional, con la expresa exclusión de Estados Unidos y Canadá. El teatro de operaciones global diseñado por los estrategas del Pentágono y del Departamento de Estado gringos se vería afectado así por tales situaciones, lo que impulsó a los gobiernos de George W. Bush, de Barack Obama y, ahora, de Donald Trump a emprender una política exterior agresiva y a desatar intervenciones militares de distintos rangos en algunos países, en abierta violación a lo estipulado en el derecho internacional con el aval de la Organización de las Naciones Unidas y en aparente defensa de la paz, la libertad y la democracia.  

El reto geopolítico, cultural y socioeconómico que todo lo anterior significa para el complejo industrial-financiero-militar que rige a Estados Unidos, a lo cual se agrega la presencia innumerable de inmigrantes en su frontera sur, ha permitido (o legitimado) que Donald Trump asuma un belicismo más frontal y peligroso que el de todos sus antecesores al frente de la Casa Blanca. La reestructuración del capitalismo globalizado en beneficio directo de un reducido grupo de grandes corporaciones transnacionales requiere disminuir y eliminar cuanto antes semejante reto. Así, la militarización progresiva estadounidense de diferentes regiones estratégicas del planeta, iniciada por James Carter y reforzada por sus sucesores, es complementada por las acciones desestabilizadoras de grupos opositores a los regímenes hostiles a Estados Unidos (como en el caso de Venezuela), alentados, dentro y fuera de sus países, por medios de información encargados de tergiversar y magnificar los hechos que desemboquen en una eventual caída de los gobiernos que afectan (directa e indirectamente, real o aparentemente) los intereses geopolíticos, económicos y de seguridad nacional estadounidenses. 

En un sentido estricto, lo que llamara el entonces presidente George Bush padre el nuevo orden mundial, tras la implosión de la Unión Soviética, exige la puesta en práctica de tácticas y estrategias que contribuyan a asegurarle a su nación una hegemonía global infinita, indisputable e indiscutible. Esto supone la subordinación y eventual erradicación de las autonomías e identidades nacionales y culturales en un mundo dominado por la lógica capitalista neoliberal y, obviamente, por el american way of life. Quien se oponga a este designio imperial será automáticamente calificado como enemigo, lo que justificaría cualquier iniciativa tomada en su contra: elaboración y difusión de noticias falsas, atribución de delitos diversos, sanciones y bloqueos económicos, actividades terroristas, propaganda de guerra y asesinatos selectivos de líderes políticos y sociales, en lo que, sin duda, encaja en la definición de terrorismo de Estado y de crímenes de lesa humanidad, sobre todo cuando se miden sus impactos negativos en los niveles de sobrevivencia de poblaciones enteras. En el status quo pretendido por los jerarcas de Estados Unidos nada que contradiga su visión y misión “civilizadoras” imperiales (imbuida de eurocentrismo al extremo) tiene cabida. 

Como lo refleja Miguel Ángel Contreras Natera en el libro “Una geopolítica del Espíritu. Leo Strauss: La filosofía política como retorno y el imperialismo estadounidense”, a propósito del guerrerismo encarnado por George W. Bush, “la política de la supremacía intenta consolidar, explotar y expandir las ventajas estadounidenses desde una perspectiva nacionalista y unilateral enfatizando el uso preventivo del poder militar y la coerción. Esta fórmula se refiere al peligro representado por el terrorismo transnacional y los Estados canallas”. Los elementos esenciales de la política exterior yanqui siguen siendo los mismos de siempre, ahora extendidos en un contexto internacional dinámico y cambiante donde sus competidores (reales o ficticios), Rusia, China o Irán, tienen también sus respectivas áreas de influencia, a tal punto que se han hecho presentes en el ancho territorio de nuestra América, habitualmente considerado como el patio trasero de Estados Unidos. La paz, la libertad y la democracia que dicha política defiende y proclama no son otra cosa que la mercantilización de cada espacio de vida existente sobre la Tierra, según los principios del neoliberalismo económico globalizado, en lo que constituiría entonces un meta Estado, de alcance transnacional, cuya característica fundamental será la máxima productividad a obtener de todo pueblo subordinado. 

EL “TERCER MUNDO” Y LAS QUEJAS EUROPEO-ESTADOUNIDENSES

EL “TERCER MUNDO” Y LAS QUEJAS EUROPEO-ESTADOUNIDENSES

La tragedia social, económica y política de los todavía denominados países del «tercer mundo» tiene su génesis en el proceso de conquista, colonización, filibusterismo, esclavitud y explotación llevado a cabo por las potencias de Europa, escudándose en la ideología de la raza superior, lo que creó divisiones raciales o étnicas de todo calibre, azuzó persecuciones y asesinatos en nombre de un dios aparentemente amoroso. Posteriormente a la independencia política alcanzada en nuestra América, África y Asia, excitó el espíritu nacionalista entre ellos, de manera que existiera un mercado seguro para la adquisición de armas y la explotación de sus recursos estratégicos, reservándose para sí su producción y tecnologías. Así que gran parte de las quejas de Europa y Estados Unidos en relación con lo que ocurre a lo interno de nuestras naciones “tercermundistas” se debe a esta situación histórica. Sus altos niveles de vida material han sido señuelo para atraer a millares de migrantes a sus fronteras, viéndose impedidos de continuar camino ante el temor inculcado entre europeos y estadounidenses de verse desplazados de sus puestos de trabajo, de sufrir el colapso de sus servicios médicos y de perder hasta su propia identidad cultural. En ningún momento se han puesto a pensar en cuáles serían las reales causas de esta migración incesante en vez de atribuirla, simplemente, a la corrupción y a la indolencia de los gobiernos de este lado (en lo que no están muy alejados de la verdad). Nadie saca cuentas de cómo Europa y Estados Unidos pudieron lograr las enormes cotas de desarrollo que exhiben en la actualidad, lo que constituye un triunfo de su industria ideológica al suprimir de las mentes de sus ciudadanos (como en gran parte del mundo) esta importante circunstancia histórica.

Según lo explica Eric Williams en su obra Capitalismo y esclavitud, «sin las riquezas de América y sin los esclavos y el comercio africanos, el crecimiento económico, político y militar de los Estados europeos hubiese quedado limitado, sin duda, a una escala menor; quizá definitivamente menor. Con ellos, el primer capitalismo se hizo mundial y con toda razón, en Liverpool y en Bristol se decía que ‘no hay un solo ladrillo en la ciudad que no esté mezclado con la sangre de un esclavo’». Con ello queda establecido, de modo inequívoco, el origen del capitalismo o, por lo menos, su expansión indisolublemente vinculado al tráfico de esclavizados y los primeros procesos de acumulación a costa del despojo de las riquezas existentes en éste como en los demás continentes. No es como lo han divulgado los apologistas e ideólogos del sistema capitalista que es algo que surgió del simple deseo de superación de algunas cuantas personas, de su capacidad de trabajo o de su intelecto; o como se legitimó a través de la religión protestante, el calvinismo, producto de la predestinación. Desafortunadamente, la historia construida desde los grandes centros hegemónicos nos trasmite una versión edulcorada del capitalismo, unida a los grandes avances tecno-científicos que fueran largamente frenados y condenados por la tradición fanática del medioevo europeo.

Ciertamente, como lo registrara Adam Smith, el descubrimiento de América y la ruta por el Cabo de Buena Esperanza hacia la India «son los dos acontecimientos más grandes y más importantes registrados en la historia de la humanidad», puesto que ellos facilitaron, no sólo nuevas rutas para la expansión capitalista, sino también la oportunidad de obtener los recursos y los mercados que asegurarían su auge durante los próximos siglos. El comercio triangular establecido así entre Europa, África y América, teniendo a la esclavitud como su principal pivote, dio paso al establecimiento de la división internacional del trabajo, con naciones periféricas, dependientes de los centros hegemónicos, encargadas del suministro de materias primas, mientras que, desde éstos, se importaban productos terminados y se fijaban las normas que regirían durante los últimos cuatros siglos, de forma general, al sistema capitalista mundial. En la actualidad, con una exigencia mayor de soluciones puntuales ante los problemas y las necesidades creados bajo la hegemonía capitalista, Estados Unidos y Europa lucen impotentes ante la oleada de inmigrantes y las protestas sociales generadas en muchas naciones; materia que los ha llevado a revelar los rasgos oscuros de una ideología supuestamente democrática y respetuosa de los derechos humanos. A fin de impedir el colapso del sistema/mundo que, en conjunto, erigieran en su beneficio, sus gobiernos no han dudado en asumir discursos y posiciones que se creían exclusivos de la rancia ideología nazi-fascista; sumiendo a nuestros países en un estado de ingobernabilidad, represión y zozobra. -                    

TRUMP Y EL TERRORISMO RACIAL GRINGO

TRUMP Y EL TERRORISMO RACIAL GRINGO

 

El belicismo que caracteriza su historia y la venta de armas de distintos calibres, sin muchas limitaciones en varios estados de la unión estadounidense explicarían en gran parte las causas de las masacres perpetradas en Texas y Ohio, como antes con las escenificadas en diversas localidades de este país. Con Donald Trump de presidente, esto parece incrementarse. Los ciudadanos provenientes de otras nacionalidades y grupos étnicos han visto resurgir con fuerza el odio visceral de aquellos que proclaman que la identidad nacional estadounidense debe definirse a partir de la población blanca y de lo que ésta representa, por lo que a ella le corresponde -cual mandato divino- mantener una presencia demográfica hegemónica y el dominio absoluto de la cultura y de la vida pública de su país.

A este nacionalismo blanco (sentido y visto como patriotismo por sus partidarios) se une, con poca diferencia, la acción de los supremacistas blancos quienes, por su parte, proclaman la creencia racista de que las personas blancas son superiores al resto de la humanidad. Entre unos y otros, el discurso extremista del actual inquilino de la Casa Blanca ha tenido buena receptividad, estimulándolos a actuar. De hecho, su discurso (insensato para muchos, deliberado para otros) ha contribuido a generar temores de todo tipo y a reforzar la matriz de opinión referente a la necesidad de muros infranqueables que contengan el flujo de inmigrantes que osen presentarse en las fronteras gringas, sobre todo si son gentes oriundas del Sur atraídas por la perspectiva de vivir el «sueño americano».

Siendo una nación con un amplio mosaico de inmigrantes, Estados Unidos implementa medidas que restrinjan el acceso y la permanencia de aquellas personas que, por diversos motivos, abandonan sus países de origen, a riesgo de perder la vida, en búsqueda de un mejor porvenir en la tierra del Tío Sam. Trump los tilda de criminales que no merecen vivir en este país, llegándose al caso de ordenar la movilización de tropas en los pasos fronterizos con Méxic, encerrar a niños en jaulas y separar familias, con desenlperdítales que son reseñados por la prensa sin mucho escándalo. Este comportamiento se halla en sintonía con el trato discriminatorio dado a las poblaciones autóctonas de lo que hoy comprende el territorio estadounidense, tanto como al dispensado a la población negra, aún en tiempos modernos, lo que se extendió al amplio territorio arrebatado a México (como lo prueba la masacre en El Paso, Texas).

Aún más: se podría razonar que ello obedece a la convicción teológica de cumplir un «destino manifiesto», como nuevo pueblo elegido del dios de Israel, al cual le toca el rol de llevar la civilización a todos los rincones de la Tierra, según sus propios patrones culturales. Quizás por esto mismo no les es aceptable la coexistencia con otros modelos culturales en desmedro de lo particularmente estadounidense, lo que se reitera en series televisivas donde familias negras, hispanas y asiáticas sólo conservan sus rasgos físicos, pero en todo lo demás actúan igual que sus pares blancos, en un proceso de asimilación total que apenas deja espacio a un mínimo grado de diferenciación.

No es difícil sustraerse a la idea que lo acaecido en Texas y Ohio responde a una manipulación emocional de los ciudadanos estadounidenses, identificando enemigos que atentan contra la estabilidad y continuidad de su modo de vida, lo que obligaría a muchos a respaldar cualquier medida que se implemente para preservar, incluyendo la pérdida de sus derechos constitucionales, como se aceptó con la Ley Patriota tras el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York. En este contexto, no podrían resultar más oportunos los sucesos de Texas y Ohio, dada la urgencia de Donald Trump de convencer a los electores de la necesidad de mantenerlo en la Casa Blanca para librarlos de estos y otros enemigos, declarados o potenciales, incrementado sus prejuicios y temores, como lo hace su gran industria ideológica a través de los diversos medios audiovisuales a su disposición.-

 

PALESTINA Y LA NUEVA VERDAD DEVELADA DEL SIONISMO

PALESTINA Y LA NUEVA VERDAD DEVELADA DEL SIONISMO

Shlomo Sand, profesor de Historia de Europa en la Universidad de Tel Aviv y autor, además, del libro "La invención del pueblo judío", ha cuestionado algunos principios de la historia sionista oficial, lo que -aparte de los ataques de quienes se sienten afectados por sus afirmaciones- ha generado polémicas de diversos tonos en torno a lo que constituye el soporte principal de esta ideología supremacista; ganándose descalificaciones que, incluso, lo equiparan con un nazi.

El controvertido profesor no solo osa expresar públicamente que «el Estado de Israel dice que es el Estado del pueblo judío y que es un Estado democrático y judío, y eso es un oxímoron, una contradicción. Un Estado democrático pertenece a todos sus ciudadanos. Una cuarta parte de los ciudadanos de Israel no son judíos, pero el Estado dice que pertenece sólo a los judíos. Hay leyes que dicen que el Estado es judío, y que el Estado no está abierto a los demás». También ha sido capaz de establecer una raíz común que uniría al judaísmo con el pasado del pueblo palestino, siendo éste descendiente de los judíos (hebreos o israelíes) originarios, y rebate la historia difundida  de que haya se producido un exilio forzado por el Imperio romano que dispersó a éstos por gran parte del mar Mediterráneo, como aparente castigo por la crucifixión sufrida por Jesús de Nazaret.

Tales elementos socavan las bases presuntamente históricas del sionismo. Incluso permite establecer el origen del judaísmo en Europa, en los tiempos iniciales de la cristiandad, luego que el emperador Constantino percibió la ventaja política que obtendría al decretarla religión oficial. Ello sirvió de base para establecer que los judíos conforman un pueblo y no simplemente profesan una religión (el judaísmo), por lo que, en una vasta parte de Europa se les segregó, expulsó y masacró hasta llegar al nefasto capítulo de la Segunda Guerra Mundial cuando Hitler y sus seguidores pretendieron borrarlos definitivamente de la faz del planeta; lo que motivó su asentamiento (por convenio del imperio británico con banqueros de origen judío) en territorios ancestralmente ocupados por el pueblo de Palestina, convirtiendo, de paso, la región del Medio Oriente en un polvorín con pocas opciones de paz.

Si se consideraran válidas tales afirmaciones, quizás cambiara la percepción de mucha gente en relación con el conflicto palestino-israelí, enfocándose en lo que es su raíz política y cultural más que en el aditivo seudo religioso con que se pretende disminuir y obviar, atribuyéndose a un dios que, aparentemente, no discrimina a ninguna persona por su color de piel u origen étnico, pero que mantiene una relación muy especial con los descendientes de Abraham y de sus hijos. Más aún al determinarse que una parte significativa de quienes han ocupado a sangre y fuego, con la complicidad tácita y directa de los gobiernos de Occidente, provienen de naciones diversas de Europa oriental y Estados Unidos, de donde aprendieron y asimilaron los principios racistas y colonialistas insertados en el eurocentrismo.

De todo esto se puede extraer que los teóricos del sionismo manipularon la historia a su conveniencia, así como supieron aprovechar las conexiones políticas con gobiernos que quisieron, en apariencia, resarcir el daño cometido por los nazis. Su propaganda ha sido tan efectiva que muchas personas creen que la maquinaria de guerra impulsada por Hitler tuvo como único objetivo la liquidación física y cultural del judaísmo, pasando por alto lo sufrido por los pueblos eslavos (incluida la URSS), los militantes comunistas, los gitanos, los homosexuales y otras personas que no suelen figurar de modo protagónico en la cinematografía hollywoodense; logrando simultáneamente que toda alusión crítica o condenatoria respecto a esta realidad sea tildada de antisemita y se legitime el derecho invocado por el sionismo desde hace más de medio siglo de tomar posesión total del territorio palestino aunque esto suponga desplazar a familias enteras de sus legítimos hogares y el hostigamiento criminal contra éstas, sin que la comunidad internacional intervenga de forma efectiva y permanente para impedir este constante atropello.