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TEMAS ANTIIMPERIALISTAS

LA VERDADERA «PREOCUPACIÓN» DEL IMPERIALISMO GRINGO POR VENEZUELA

LA VERDADERA «PREOCUPACIÓN» DEL IMPERIALISMO GRINGO POR VENEZUELA


En el presente, Brasil y Colombia juegan, por razones geopolíticas similares (serían una especie de sub imperialismos regionales) y, en una menor medida, por razones político-ideológicas, un rol relevante en la estrategia prevista por Estados Unidos de una guerra por delegación contra Venezuela. Para alcanzar este propósito, los falsos positivos (o noticias falsas) que se crearían en la frontera común de estas naciones servirán de excusa apropiada para iniciar un conflicto armado al cual se unirán, posiblemente, -en una fuerza multinacional, avalada o no por la Organización de Estados Americanos- tropas latinoamericanas, instigadas y dirigidas por Washington. En ésta no se descarta la posibilidad que participen también fuerzas pertenecientes a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, dada la predisposición notoria de algunos regímenes europeos en hostilizar y pretender el derrocamiento de Nicolás Maduro.

En este contexto, de concretarse tal cometido, la fuente del derecho internacional ya no estará sustentado en lo que dictamine la Organización de las Naciones Unidas, ni otra semejante, sino -como se vió en años anteriores- en lo que convenga Estados Unidos. Ello supone una etapa de gran envergadura en los asuntos internos del resto de países en nombre de la libertad y de la democracia.

Es bien conocido que la guerra es el negocio más rentable del complejo industrial-militar que domina Estados Unidos. La guerra y el caos generados en contra de naciones y gobiernos «hostiles» a los intereses y la seguridad estadounidenses apuntalan, por tanto, una nueva concepción, adecuación y/o redefinición imperialista. No es casual, en consecuencia, que el actual inquilino de la Casa Blanca exhiba impúdicamente un comportamiento disparatado y al margen de todo respeto por el derecho internacional y por la autodeterminación de los pueblos, decretando sanciones a diestra y siniestra, y profiriendo amenazas explícitas de agresión militar. Todo ello, conduciendo al planeta a un estado generalizado de guerra.

No se puede pasar por alto que, independientemente de la sumisión e incondicionalidad obtenidas de los regímenes que estarían dentro del círculo de su dominación imperial, a la clase gobernante gringa le importa sobremanera asegurarse disuadir y extinguir todo movimiento político y social que represente (o pueda representar) potencialmente un obstáculo inconveniente para el logro total de sus metas; especialmente si éste es inspirado por ideales de raigambre cultural, patriótica y/o nacionalista. Como lo enunciara el General James T. Hill, jefe del Comando Sur, en 2004 ante el Congreso de su país, estos movimientos y gobiernos son considerados populismos radicales. Una «amenaza emergente», según lo sentenció este centurión yanqui, enmarcada en lo que Estados Unidos concibe como su particular lucha antiterrorista; de una forma más amplia y prolongada que la lucha anticomunista llevada a cabo en suelo latinoamericano tras el triunfo de la Revolución Cubana. A fin de disipar dicha «amenaza», el imperialismo gringo dispone de un ejército de medios de información y operadores políticos encargado de convencer a nuestros pueblos de lo desastroso que sería confiar en las acciones y gestos de buena voluntad de estos populismos radicales.

La política imperialista de Donald Trump no es un hecho circunstancial y únicamente enfocado en el caso de Venezuela. Desde la década de los 80 del siglo pasado hasta el presente, los sucesivos gobiernos estadounidenses fueron diseñando y rediseñando su doctrina expansionista, dándole solidez a lo que John O’Sullivan proclamaba en 1845 respecto a que «la nación americana ha recibido de la Providencia divina el destino manifiesto de apoderarse de todo el continente americano a fin de iniciar y desarrollar la libertad y la democracia. Luego, debe llevar la luz del progreso al resto del mundo y garantizar su liderazgo, dado que es la única nación libre de la Tierra». Dicha tendencia está marcada ahora por la necesidad de desnacionalizar las economías de nuestra América en su beneficio (lo que ya se trató de hacer con la iniciativa del ALCA). Estados Unidos requiere de los mercados y de los recursos naturales estratégicos del continente, de modo que pueda asegurarse su recomposición económica en un mundo capitalista que tiende a orbitar cada día alrededor de la economía de China. Con la finalidad de concretar este asunto de vida o muerte para su economía interna, Estados Unidos debe entroncar a las burguesías locales al sistema capitalista global bajo su control directo. Acá radica la razón principal de la agresión yanqui contra el gobierno de Maduro. La alusión a la crisis humanitaria y a la defensa de los derechos democráticos nada más sirven para ocultar la verdadera «preocupación» del imperialismo gringo por Venezuela. -

ANTES DE QUE DESAPAREZCA PALESTINA

ANTES DE QUE DESAPAREZCA PALESTINA


Aunque sea algo que se niegue de manera reiterada, la desinformación, la estigmatización y la agresión han sido -desde hace 70 años- unos elementos constantes en la historia de despojo del pueblo palestino. Esto lo omite alguna gente de modo deliberado, temerosa de ser acusada de antisemita, dando así la excusa perfecta para no «preocuparse» demasiado por la suerte (o muerte) de millares de seres humanos que sólo defienden su derecho a la tierra y la cultura heredadas de sus ancestros, tal cual le correspondería a cualquier otro pueblo del mundo. Esta actitud es compartida, incluso, por quienes se identifican contrarios a los sectores más conservadores de sus respectivos países, lo que contribuye a mantener en un estado de incomprensión e indiferencia los sucesos que tienen lugar en el escaso territorio que todavía ocupan los palestinos; los cuales -por cierto- apenas merecen la atención de la industria mediática cuando éstos superan el marco «normal» de violencia aceptada.

Vista así, sin prejuicios ni animadversión algunos de por medio, la situación presente de Palestina merece la atención, la justicia y la solidaridad de cada persona sensata. Antes de que desaparezca por completo de la faz de la Tierra. No por simple demagogia o por fanatismo antisionista, sino porque son seres humanos a los cuales se les niega la vida, de manera sistemática y cruel, lo que hace rememorar la historia de persecución, sadismo y exterminio protagonizada por los nazis en Europa en su loco afán de preservar la «raza» aria.

De un modo similar, pero con una mayor impunidad, se condena a los palestinos a una extinción absoluta, en medio de intereses geopolíticos que enrarecen y dificultan cada día una posible solución. En vez de permitírseles esto último, sufren a la vista de todos el desalojo y destrucción de sus casas, la destrucción de sus olivares antiguos, el encarcelamiento injusto e inhumano de niños, y, más escandaloso aún, el asesinato impune (e inducido) de cientos de ellos.

Víctimas de lo que empezó a ser “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, borrando así sus derechos, los palestinos han tenido que padecer igualmente los efectos de la inversión de la verdad, cuestión que ha facultado que, bajo ninguna circunstancia, la muerte de cualquiera de ellos sea cual sea su edad y estado físico, se llegue a considerar como un asesinato, en un claro ejemplo del desprecio a su condición humana, así como la práctica de oscurecer responsabilidades al respecto.

“Gaza se está hundiendo lentamente en el mar, pero ¿a quién le importa?”, expresa sin ironía Jonathan Cook en su artículo “Los medios corporativos nos convierten en esclavos de un mundo de engaños”, lo cual refleja la actitud creada a nivel mundial por lo que él denomina la Gran Narrativa Occidental, la misma que ha impuesto una cartelización global de la información. Mediante ésta, la limpieza étnica que tiene lugar en lo que resta de Palestina se asume como un incidente normal e inquebrantable. Incluso, justificado como un castigo divino contra el cual no cabría apelación alguna. -

 

A PESAR DE TRUMP, PALESTINA SOBREVIVE

A PESAR DE TRUMP, PALESTINA SOBREVIVE

La decisión de Donald Trump de establecer la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, reconociéndola como capital del Estado de Israel, suscitó la protesta legítima del pueblo árabe de Palestina, en lo que muchos analistas estiman el inicio de una escalada de enfrentamientos que terminarán por envolver a toda la región de Oriente Medio. Según reseñan algunos medios informativos, el ejército israelí ha matado una cantidad elevada de palestinos en Gaza durante las grandes protestas no violentas en contra del traslado de la embajada estadounidense. Pero todo esto parece no motivar mucha solidaridad entre las naciones occidentales, cuyos gobiernos -contrario a ello- se manifiestan a favor de lo hecho por Trump y se preparan a secundarlo no sólo en cuanto a la instalación de sus respectivas embajadas en Jerusalén sino también en la guerra que estaría desencadenándose, con la cual se perseguiría acabar con el régimen teocrático de Irán, al mismo tiempo que asegurar el control geopolítico de Siria y los yacimientos petroleros de todo este amplio territorio, en lo que ya muchos reconocen como neocolonialismo.      

La tragedia de más de medio siglo que sufre el pueblo de Palestina podría hacernos concluir que son seres humanos sin dolor de nadie. La pregunta lógica es: ¿por qué no se apoya decididamente el derecho a la autodeterminación de Palestina y se zanja definitivamente el conflicto árabe-israelí, creado y fomentado hace más de cien años atrás por las potencias de Occidente?

Es dificultoso defender o apoyar la lucha de un pueblo por aspirar a disfrutar de los mismos derechos que tienen y le han sido reconocidos a otros pueblos para afianzar su cultura, su soberanía y su autodeterminación cuando es víctima de prejuicios y de una incesante campaña de desinformación y de manipulación de la realidad como acontece en diversos contextos con Palestina. A tal grado se extiende la influencia de esta campaña que muchas personas terminan por creer, sin discusión alguna, que a los palestinos no les asiste ningún derecho sobre el territorio que vienen ocupando desde hace siglos; tal como sucediera en Europa con los antepasados de quienes lo propician cuando fueran víctimas indefensas de la oprobiosa política racista del Tercer Reich nazi alemán.

Al escribir sobre este tema en La ocultación política y mediática de las causas del atentado contra "Charlie Hebdo", sus consecuencias y retos, Said Bouamama concluye: “el discurso mediático y político de legitimación de este apoyo (por parte de Europa y Estados Unidos) se construye sobre la base de una representación del grupo Hamás palestino, pero también de la resistencia palestina en su conjunto (a través de recurrentes imprecisiones verbales), de la población palestina en su conjunto y de sus apoyos políticos internacionales, como portadores de un peligro «islamista». La lógica del «doble rasero» se impone una vez más a partir de un enfoque islamófobo adoptado por las esferas más altas del Estado y que retoman la gran mayoría de los medios de comunicación y de actores políticos”.

Así, cualquier rasgo de historicidad que puedan exhibir y confirmar los palestinos (como el reconocimiento de la ciudad de Hebrón por parte de la UNESCO), es sistemáticamente por la dirigencia sionista de Israel, de manera que estos carezcan de la identidad y de los argumentos suficientes para contrarrestar sus pretensiones de desarraigarlos por completo de sus hogares ancestrales.

Adicionalmente, la política expansionista, con asentamientos ilegales condenados recurrentemente por la Organización de las Naciones Unidas, viola todo derecho humano, sin que exista una mejor disposición de la comunidad internacional para impedirlo de un modo definitivo. Esto último se obvia en los distintos canales informativos, pasando a ser un elemento accesorio en medio de la situación explosiva existente en el Oriente Medio donde, justamente, se ponen en constante tensión los intereses de las potencias europeas y de Estados Unidos, que -afanados en ejercer un control directo sobre sus respectivos yacimientos petrolíferos- no escatiman recursos de toda clase para ocasionar en esta región una guerra general, similar o mayor a la de los Balcanes. Algo que ha sabido explotar en su beneficio la clase gobernante sionista, la cual, por otra parte, no ha dudado en respaldar sin disimulo al ejército mercenario del Daesh y en vincularse con los regímenes más reaccionarios de esas latitudes (o petromonarquías), como Arabia Saudita. No obstante, el pueblo de Palestina insiste en sobrevivir. A pesar de que el régimen sionista ha convertido el escaso territorio que aún ocupa en la mayor cárcel a cielo abierto existente en la Tierra y somete a toda su población, sin importar la edad ni las condiciones físicas de quienes las padecen, a las más insólitas y crueles prácticas de un terrorismo de Estado. -

LOS GRINGOS NO TIENEN AMIGOS

LOS GRINGOS NO TIENEN AMIGOS


 

Muchos analistas han anticipado -desde hace aproximadamente 30 años- las perspectivas de un orden internacional enteramente dominado por el complejo industrial-militar estadounidense, como lo denominara el presidente Dwight “Ike” Eisenhower. Actualmente, nadie niega que Estados Unidos abandera -junto con sus subordinados europeos y, un “poco” al margen, Israel- un proceso que pretende reencauzar y asentar sólidamente una política neoliberal y neocolonialista a escala mundial en beneficio de su predominio y de sus grandes corporaciones capitalistas transnacionales. Así, la clase gobernante gringa tiene como un asunto vital y de la máxima importancia para sus intereses la recuperación y el fortalecimiento de la situación hegemónica y dependiente que ha marcado la historia común de las naciones de nuestra América.

Para los gringos, la prédica de soberanía y pluralismo democrático que se forjó colectivamente en diferentes naciones al sur de sus fronteras en los últimos decenios resulta absolutamente amenazante, absurda e intolerable. Sobre todo, cuando ve en su horizonte la presencia, las inversiones y la influencia de otros poderes extraterritoriales (China y Rusia) minan esta situación histórica. Aunado, como secuela de ello, a lo que pudieran hacer algunos gobiernos “díscolos” o “forajidos” que actuarían en su contra, animados por un espíritu nacionalista y/o izquierdista.

Si revisamos con mayores detalles esta historia, a fin de no soltar la preciada presa que le correspondería de acuerdo a su “destino manifiesto”, Estados Unidos recurrió a lo largo de doscientos años a una diversidad de acciones. Algunas cruentas, otras más sutiles, pero todas orientadas a una misma y única meta. De este modo, la doctrina Monroe (1823), el corolario Roosevelt (1904), la Unión Panamericana (1910), la política del “buen vecino” bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, la doctrina Truman (1948), que dio forma a la Organización de Estados Americanos y al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca mediante la cual Estados Unidos brindó apoyo financiero, político y logístico a regímenes que fueran abiertamente anticomunistas y, por lo tanto, enemigos de la URSS; la Alianza para el Progreso, promovida por el malogrado Jhon Fitzgerald Kennedy; el Consenso de Washington, aupado por William Clinton; y la propuesta fallida del Área de Libre Comercio de las Américas y la “guerra preventiva” (o “infinita”) contra el terrorismo internacional de George Walker Bush -pasando por lo propio de Barack Obama y Donald Trump, con su Estrategia de Defensa Nacional- han conformado los hitos principales de la sempiterna política estadounidense de dominación territorial de Nuestra América. A la par de ello, Estados Unidos patrocinó una serie de intervenciones militares (México, Cuba, República Dominicana, Haití, Panamá, Nicaragua y Grenada), golpes de Estado (Chile, Argentina, Perú, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Venezuela), asesinatos selectivos de líderes populares (Augusto César Sandino, Jorge Eliécer Gaitán, Omar Torrijos, Arnulfo Romero), y el respaldo logístico y entrenamiento militar a grupos contrarrevolucionarios (mercenarios en Guatemala, anticastristas en Playa Girón, “Contras” en Nicaragua, escuadrones de la muerte en El Salvador); condicionados a la voluntad estadounidense.

Esto le facilitó Estados Unidos “convencer” a nuestros pueblos de la fatalidad que pendía sobre ellos: convertirse en colonias o en Estados tutelados del imperio del Norte. A tal grado llega esta convicción inducida que existen grupos que se atribuyen la representación nacional (como acaeciera con Panamá antes de “independizarse” de Colombia o, en la actualidad, con la oposición de derecha en Venezuela) que merodean por los pasillos de la Casa Blanca, el Departamento de Estado o el Congreso gringos, vendiéndose como las mejores garantías para preservar el orden establecido; en tanto ellos sean quienes controlen el poder. Algunos ya no tienen necesidad de hacerlo, instalados como están en los palacios de gobierno (México, Colombia, Brasil, Perú, Argentina), pero igualmente comprometidos con este objetivo imperial. Olvidan, sin embargo, que para Estados Unidos lo esencial no es tener amigos (recuérdese la experiencia sufrida por el General Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, luego de reconocérsele como el mejor gobernante de Latinoamérica, o por la Junta militar que rigió Argentina cuando ésta desencadenara la guerra con Inglaterra por la posesión de las islas Malvinas), sólo intereses. -     

NEOIMPERIALISMO Y RECONFIGURACIÓN ESPACIAL

NEOIMPERIALISMO Y RECONFIGURACIÓN ESPACIAL


Theodore Roosevelt en su mensaje al Congreso en 1904, definió lo que sería conocido en adelante como el corolario Roosevelt a la doctrina Monroe, al referir que una mala conducta crónica o la ausencia de orden en las naciones ubicadas al sur de sus fronteras obligaría al gobierno de Estados Unidos a llevar a efecto una intervención directa de su parte en dichas naciones. «En el Hemisferio Occidental, -diría- nuestra adhesión a la Doctrina de Monroe podría obligarnos, contra nuestras inclinaciones, en casos flagrantes de tal mala conducta o de impotencia (de los gobiernos), al ejercicio de un poder policial internacional». Una cuestión que se concretaría, básicamente, en la región del mar Caribe, teniendo como enclaves destacados la base de Guantánamo en Cuba y la zona del canal de Panamá, lo que le permitiría a Estados Unidos reeditar, de alguna forma, lo hecho por la antigua Roma en las aguas del mar Mediterráneo.


El imperialismo gringo ha tenido en la guerra su mejor (por no decir la única) opción para perpetuarse y extender su supremacía a, prácticamente, todos los confines de la Tierra. Así, en su artículo `La militarización del neoliberalismo´, Antonio Maira detalla que “el estado de guerra permanente en el que vivimos tiene su causa en la determinación de los Estados Unidos de imponer un orden planetario en el que va impresa su hegemonía. Responde a la necesidad de mantener el control de un mundo como mercado abierto para las multinacionales y los grupos financieros. Tal mundo presenta elementos crecientes de una desestabilización provocada por el enorme crecimiento de las desigualdades y la pobreza, la ruina irremediable de países explotados inclementemente por la deuda, y la creciente movilización política de las multitudes condenadas irremisiblemente a la miseria”. En atención a tales conclusiones, el expansionismo gringo en lo adelante no tendrá -según sus patrocinadores- por qué someterse a consideraciones de naturaleza ética o jurídica.

 
A fin de concretar sus ambiciosas metas, el imperialismo -en esta nueva fase de su existencia- ha previsto la puesta en marcha de mecanismos represivos a escala global que, en un primer momento, serán asumidos por los ejércitos y policías de las naciones bajo su órbita y, en un escenario mayor, por las propias tropas estadounidenses. Esto en combinación con la situación de subdesarrollo permanente a que serían sometidos los países periféricos del sistema capitalista, lo cual no excluiría (aunque parezca inverosímil) la oportunidad de provocar una hambruna y un genocidio cuidadosamente planificados y ejecutados, sin que a sus promovedores les perturbe alguna especie de remordimiento.

En correspondencia con esta perspectiva, de instaurarse un orden mundial análogo, los mercados acabarán por reemplazar definitivamente la existencia de naciones y culturas que, de algún modo, contraríen y obstaculicen la sacra voluntad de las grandes corporaciones transnacionales, convertidas éstas en un Estado paralelo, de características supranacionales. En éste, los seres humanos serían vistos como clientes y cosas (valorados y subvalorados, según su utilidad), condenados a laborar cual nuevos esclavos, a fin de poder sobrevivir.

Este neoimperialismo procura, lógicamente, la imposición de una homogeneización no solamente en los planos económico, militar, político, ideológico y cultural sino igualmente -y con un mayor énfasis- a una reconfiguración espacial, en un proceso de recolonización, cuyos inicios pueden rastrearse con facilidad en los diversos acontecimientos suscitados en la extinta Yugoslavia y en Medio Oriente (incluyendo las asiduas agresiones militares de Israel contra el pueblo ancestral de Palestina); lo que daría a la concepción del Estado-nación un matiz totalmente diferente al que hasta ahora éste ha tenido.-

NUESTRA AMÉRICA Y EL “NUEVO” INJERENCISMO GRINGO

NUESTRA AMÉRICA Y EL “NUEVO” INJERENCISMO GRINGO

“Golpes blandos”, “rebeliones de colores”, campañas de desinformación masivas, imposición de sanciones extraterritoriales de todo tipo, sabotaje de las diferentes líneas de telecomunicaciones y la amenaza no tan velada de agresión militar son los elementos constitutivos -a gran escala- de la guerra irrestricta que estaría ya desarrollando el imperialismo gringo para asegurar su hegemonía total e indiscutible en el mundo. Para alcanzar tal objetivo, le resultan útiles por igual los métodos y tácticas convencionales como aquellos que encajan en la categoría de crímenes políticos mediante el asesinato selectivo de dirigentes de comprobada ascendencia sobre los sectores populares, así éstos carezcan, aparentemente, de una intención explícitamente política. 

¿Qué puede suponer esta vasta estrategia imperialista para el planeta entero? En principio, un mayor clima de tensiones, provocaciones y conflictos, en especial con China y Rusia, las dos potencias que la clase política y militar de Estados Unidos mantiene en agenda como sus principales enemigos a vencer, sin dejar de lado a Irán, nación a la cual amaga de vez en cuando, lo mismo que a Corea del Norte. Sin embargo, hasta fechas recientes se cuidó de no acentuarlo, limitándose a movilizar sus comandos operacionales, lo que -con Donald Trump en la Casa Blanca- ha cambiado y se ha traducido en una escalada de confrontación más frontal y decidida. Esto quizás se observe con una mayor preocupación del lado de Europa y de Asia (con Ucrania, Japón y Taiwán de fondo) donde los Comandos Estratégicos estadounidenses sostienen una presencia militar de altos quilates, reforzada con el respaldo de sus pares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, sus fieles escuderos en cada uno de los últimos conflictos bélicos desencadenados por Washington. No es casual, por ende, que en la rica región petrolera de Oriente Medio -contando con el respaldo de Israel, Turquía, las monarquías retrógradas del Golfo Pérsico y la milicia del Daesh- Estados Unidos busque tomar el control directo de sus recursos, por lo que la indefinición prolongada de la guerra desatada contra Siria (contenida gracias a la determinación combinada de Rusia y China) representa un revés, cuyo costo en dólares y uso de armamentos afectará, con el tiempo, la economía interna estadounidense, como ocurriera en su tiempo con la guerra de Vietnam.

En medio de semejante panorama, nuestra América (considerada por Estados Unidos desde hace dos siglos como su patio trasero) no escapa a estos planes de la nueva Estrategia de Defensa Nacional, recientemente reformulada por el gobierno de Trump. Así, nuestras naciones vuelven a convertirse en focos de la atención imperialista. Por ello, tampoco es casual que el injerencismo estadounidense se haga notar sin disimulo alguno, orientando las acciones de quienes se oponen -como en el caso de Venezuela- a los regímenes rotulados como hostiles. Un injerencismo que es, además, estimulado al máximo, día y noche, por las grandes cadenas noticiosas, ignorándose o tergiversándose por completo la voluntad de soberanía que vienen manifestando nuestros pueblos, repetidamente, desde finales del siglo pasado, en rechazo contundente a la subordinación neocolonialista que les adjudica el rol de simples proveedores de materias primas. De ahí que cualquier asomo de rebeldía e independencia termine por percibirse como una amenaza inusual y extraordinaria a los intereses y la seguridad nacional de nuestros “buenos vecinos” del Norte. Lo que se suma a lo pretendido mediante el Consenso de Washington, el Plan Puebla-Panamá, el Plan Colombia, el Área de Libre Comercio de las Américas y la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (propuesta conjunta del Banco Interamericano de Desarrollo, la Corporación Andina de Fomento y el Fondo Financiero para el Desarrollo de la Cuenca del Plata.-         

LA GUERRA IRRESTRICTA O EL NUEVO REINO DE LAS ARMAS

LA GUERRA IRRESTRICTA O EL NUEVO REINO DE LAS ARMAS

Qiao Liang y Wang Xiangsui, oficiales de la Fuerza Aérea del Ejército Popular de Liberación de China, han definido en su libro “La Guerra Irrestricta” (Unrestricted War), publicado en 1999, los nuevos ámbitos en que se desarrolla la guerra en el mundo contemporáneo como fenómeno social, reduciendo significativamente, como elemento central, la utilización rigurosa de instrumentos militares convencionales, lo cual termina por rebasar el marco de las leyes vigentes y el axioma de la guerra perpetuado por Carl Von Clausewitz.

 

Ellos explican que «mientras que estamos viendo una reducción relativa de la violencia militar, al mismo tiempo, definitivamente estamos viendo un aumento de la violencia en los ámbitos político, económico y tecnológico».​ Según este diagnóstico, la violencia dejó de referirse estrictamente al odio, el uso de la fuerza física y las muertes provocadas por armas de cualquier tipo.

 

Ahora, como sucede en diversas latitudes, ésta se evidencia a través de la desinformación inducida (también conocida como postverdad), la militarización de la vida civil y política, el dominio (directo e indirecto) de algunos espacios estratégicos de un determinado país, como la economía y los recursos básicos (mediante la alteración de su valor en el mercado), la aplicación de las leyes estadounidenses y, por consiguiente, la negación de la soberanía nacional para el resto del planeta.

 

Tempranamente, al darse a conocer públicamente la obra en que asentaron sus ideas, Qiao Liang afirmó que «la primera regla de la guerra irrestricta es que no hay reglas, nada está prohibido». Ya la guerra, en este sentido, adquiere -como teoría- novedosos e inesperados matices, sobre todo, luego de producirse la demolición de las Torres Gemelas de Nueva York que, sirviéndole de excusa al gobierno de George W. Bush, precipitó una escalada guerrerista por parte de Estados Unidos visible, primordialmente en la región del Medio Oriente.

 

En el contexto de la geopolítica mundial actual, con poderes fácticos supranacionales que comprometen gravemente la estabilidad política, social y económica de las naciones, además de su soberanía territorial, se ponen en juego todos los medios disponibles y utilizables, militares y no militares, lo que complica la tipificación de las agresiones contra una nación o un gobierno, dando por descartada cualquier consideración de índole moral y ética. Como lo revelara hace siglos el general y estratega militar chino Sun Tzu en su obra “El Arte de la Guerra”, «no existen en la guerra condiciones permanentes… en el arte de la guerra no existen reglas fijas. Las reglas se establecen conforme con las circunstancias»”.

 

En estas circunstancias, en la guerra sin restricciones se amalgaman lo político y lo militar con lo económico, lo tecno-científico y lo cultural, sin que exista, prácticamente, ninguna separación entre estos elementos. La guerra, así, se convierte en algo polimorfo, abarcando -de manera aislada y/o sincrónica- una serie de estratagemas psicológicas, informáticas, políticas, diplomáticas y militares, a fin de obtener los efectos apetecidos, es decir, el desequilibrio y la eventual derrota del enemigo. Para ello será un asunto fundamental un acoplamiento multidimensional y una sincronización fundada en la gestión de la información.

 

Esto, obviamente, altera todo dogma conocido de la guerra. El campo de batalla no es, como antes, el escenario donde dos ejércitos contienden entre sí en procura de una victoria total de uno sobre el otro. Éste se ha extendido hacia múltiples dimensiones, incluida la mente humana. Como lo sentencian Qiao Liang y Wang Xiangsui, «todos los conceptos prevalecientes sobre la amplitud, profundidad y altura del espacio operativo ya parecen estar pasadas de moda y obsoletas. A raíz de la expansión del poder de la imaginación de la humanidad y su habilidad para dominar la tecnología, la batalla se está estirando hasta el límite».

 

Cuando Estados Unidos (junto a sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte) busca salvaguardar de Rusia y China la hegemonía global que alcanzara tras la Segunda Guerra Mundial y el colapso de la Unión Soviética, representa un imperativo descubrir, estudiar y combatir la clase de beligerancia soterrada que éste lleva a cabo contra algunas naciones y gobiernos, en beneficio exclusivos de sus intereses geopolíticos. A la vista de todos y sin que nadie se perturbe mucho por ello.-     

LA FÓRMULA MODERNA DE GUERRA DEL CAPITALISMO GLOBAL

LA FÓRMULA MODERNA DE GUERRA DEL CAPITALISMO GLOBAL

Además de las amenazas y de las agresiones de tipo militar a las que nos tiene acostumbrados desde hace más de un siglo, el imperialismo gringo (con la complicidad de sus socios europeos) recurre a la coacción económica y financiera contra el resto de naciones del mundo, de modo de asegurar su sumisión y el control de sus riquezas naturales.

 

Esta coacción económica y financiera es una nueva forma de guerra, muy especializada, por cierto, ahora llevada a cabo mediante otros medios, lo cual se refleja en la desestabilización de mercados con acciones, bonos, divisas, materias primas y derivados financieros, entre otros elementos utilizados, afectando la economía de aquellas naciones, cuyos gobiernos son catalogados de amenazas inusuales y extraordinarias a la seguridad nacional yanqui.

 

Cuestión que, de concretarse definitivamente, supondrá la instalación en cada país de una estructura económico-social carente de derechos democráticos extensivos a todo el conjunto de la población, siendo éstos reservados para goce exclusivo de las minorías dominantes. Ello será factible, además, si llegara a ocurrir la derrota de los sectores populares en su lucha por lograr una autodeterminación que se exprese, en un primer plano, en su independencia política y, en un segundo plano, en su independencia económica.

 

Según lo explicara Zbigniew Brzezinski, uno de los llamados tanques pensantes de la geopolítica estadounidense, “el caos constructivo sostiene la necesidad de alentar y apoyar conflictos violentos, crisis económicas y/o sociales, con la finalidad de impulsar el acoso y derrocamiento de un Gobierno”. Para ello, apela al soft power (poder suave) o al uso de artilugios diplomáticos de presión.

 

En el caso venezolano, ya se ha constatado cómo se ha aplicado todo lo indicado por Gene Sharp  en su obra “De la Dictadura a la democracia”: la generación deliberada de un clima de molestia generalizada contra el gobierno nacional, una permanente cruzada en defensa de “la libre empresa, de la libertad de prensa y de los derechos humanos”, con denuncias reiteradas de corrupción, totalitarismo y autoritarismo gubernamentales, la lucha por reivindicaciones políticas y sociales, así como la organización de manifestaciones y protestas que culminen en violencia, amenazas a instituciones o personajes políticos, manipulaciones de guerra psicológica y desestabilización del gobierno, mediante movilizaciones que impulsen la “ingobernabilidad” y forzar la “renuncia” del presidente o jefe de gobierno y la preparación de una intervención militar, a través del aislamiento internacional del país. Todo lo cual ha resultado inútil, contribuyendo más bien -en sentido contrario- a fortalecer el hegemonismo construido por el chavismo en más de una década, viéndose incrementado ahora con la mayoría obtenida en las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente, de las gobernaciones y, más recientemente, de las 335 alcaldías del país; conformando un sistema ajeno a los postulados esgrimidos originalmente hace 18 años.  

 

Como se podrá colegir de lo anterior, para el capitalismo corporativo global se hace imperativo que hayan regímenes democráticos de excepción con los cuales puedan asegurar sus intereses económicos y controlar y minimizar las diversas luchas sociales (sobre todo, de índole laboral) que socaven el desarrollo de sus iniciativas empresariales y la obtención invariable de ganancias.

 

No obstante, la merma creciente de la supremacía económica euro-estadounidense ante gigantes militares y económicos como China y Rusia (a los cuales eventualmente se adherirían países de diversos continentes) tendrá como uno de sus transcendentales resultados que Europa y Estados Unidos (agrupados en la OTAN, con poder de veto en la Organización de las Naciones Unidas y bastante influencia en el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial) cesarían, en un futuro no lejano, en sus papeles de grandes gendarmes “democráticos” de nuestro planeta, fallando en su propósito de imponerle a la humanidad entera un unilateralismo globalizador, cuyos valores sean los que ellos representan.

 

En la circunstancia definitoria por la que atraviesa gran parte del planeta frente a un capitalismo global neoliberal que subyuga la soberanía de los pueblos, independientemente de las garantías establecidas en las constituciones y el derecho internacional, es hora que los diversos movimientos sociales y políticos revolucionarios que lo confrontan activa y conceptualmente lleguen a comprender que ya no basta con proclamar una unidad revolucionaria que, muchas veces, no pasa de ser un elemento meramente retórico. Hace falta apelar a la construcción orgánica -de manera horizontal, desde abajo y en todos los frentes de lucha posibles- de una estructura de coordinación colectiva, basada en procedimientos y actuaciones de carácter consejista que conlleven al logro efectivo de tal unidad.

 

En función de ello, hay que comprender que, además, bajo la lógica perversa del capitalismo, la estructura social se ha diversificado a tal punto que no resulta ninguna novedad «descubrir» categorías y subcategorías sociales existentes en el mundo contemporáneo. Esto, ya de por sí, representa un alto desafío. Desconocer dicha realidad será continuar manejando los esquemas simplistas y legitimadores que moldearon el actual modelo civilizatorio, o sistema-mundo.-